Monday, February 20, 2017

Bigfoot: Terror en el sur de EE.UU.



Bigfoot: Terror en el sur de EE.UU.
Por Scott Corrales (c) 2017


Había anochecido. Los miembros de la familia se dispusieron a recoger todo lo que había sobre la mesa del comedor – tarjetas de condolencia, arreglos de flores recibidos en el hogar posterior al entierro y otros objetos fúnebres – y ponerlo todo sobre un mostrador cercano. Algunas amigas de su difunta hija se hallaban presentes, vestidas de negro como aún se acostumbraba en los pequeños pueblos del interior hasta en la ajetreada época de los hippies y la contracultura, etapa que había pasado por alto la ruralía estadounidense en gran medida.

La madre de la difunta entró en la sala con una caja rectangular en las manos. Algo que no se había utilizado en aquel hogar por décadas y aún entonces como un juego: la tabla ouija.
Algunos de los presentes se sobresaltaron. Su protestantismo evangélico les instaba a prescindir de tales objetos, conociendo al dedillo – como buenos integristas – cada uno de los versículos bíblicos que arremetían contra la magia, brujos y hechizos. Pero los padres de la joven fallecida bajo terribles y misteriosas circunstancias sabían que las autoridades nunca proporcionarían la respuesta que tanto añoraban y temían conocer.

Los participantes se reunieron alrededor de la ouija. La madre y una de las amigas habían convenido en formular la pregunta y colocar sus dedos sobre la plancha.

La pregunta era clara. ¿Quién era el autor de la muerte de la hija de la casa?

En un principio no sucedió nada, ni la segunda vez tampoco. Pero al intentarlo por tercera vez, ambas se asombraron al ver que el objeto se desplazaba sobre las letras. De haber tenido un escéptico presente, este les hubiese advertido sobre el poder de la sugestión y las cien maneras que hacían tal actividad imposible.

Aún así, la plancha se desplazaba. Primero sobre la “m”, luego sobre la “o”, luego la “n”. Los espectadores, de pie en torno a la mesa, intercambiaban miradas confusas en la oscuridad del comedor, iluminada por tenues bujías. Pocos nombres masculinos comenzaban con esas letras. ¿Sería una mujer, tal vez una Mónica? ¿O el apellido del sanguinario responsable del crimen?

Los dedos de las mujeres acompañaron el recorrido de la plancha sobre la “s”, la “t” y por último la “r”.
Se miraron extrañadas e intercambiaron miradas con los presentes, que sacudían sus cabezas de asombro. “Monstr” – una versión abreviada de la voz inglesa “monster” or monstruo. Pasaron a encender las luces y a intercambiar opiniones sobre la respuesta venida del más allá.

Es posible que lo anterior no haya sucedido jamás y que una familia de Oklahoma estuviese dispuesta a jugar con lo paranormal por profunda que fuese su congoja y desesperación. Lo cierto es que el incidente ocurrió en 1970 obra en los expedientes de la policía del estado como “crimen sin resolver”.

La narración tiene su comienzo cuando una pareja del vecino estado de Texas cruzó la frontera con Oklahoma con destino a un paraje recóndito conocido como Brown Springs en las afueras de Thackerville, Oklahoma. El sitio era perfecto para el encuentro amoroso que se habían prometido, y poco después de apagar el motor del vehículo, el hombre dispuso una manta sobre el capó.

Un periodista de la región (el periodista Butch Bridges) se enteraría por medio de la radio policial que los cadáveres de un hombre y una mujer habían aparecido en Brown Springs, mutilados de forma horrenda. Según las conjeturas formuladas por los investigadores, "algo" debió haber acercado sigilosamente detrás de la pareja que copulaba sobre el vehículo, agarrando al varón por el cuello, torciéndole la cabeza hasta separarla del cuerpo. Tanto la cabeza como el tronco fueron hallados entre las cañas del cuerpo de agua que daba su nombre a Brown Springs. El cuerpo de la mujer, en estado de rigor mortis, presentaba un rostro con ojos desorbitados y la boca abierta por lo que debió haber sido un grito desgarrador.

La aldea de 400 almas fundada en el siglo XIX por Zacarías Thacker, un pionero que decidió asentarse en dicha zona en vez de proseguir su viaje hacia el oeste. Por las descripciones, la antigua Thackerville tenía todo el aspecto de un pueblo de película de vaqueros - una gran calle central de tierra, con calles de madera que conectaban los frentes de los pocos comercios existentes.
Brown Springs, por su parte, había sido un cementerio para las tribus cree que ocuparon aquella región, y lo sería posteriormente para los colonos. Pero había un detalle adicional: los nativos temían el lugar debido a la presencia de seres extraños y poderosos, los gigantes peludos que rugían por las noches y cuyas pisadas podían verse claramente en la glera del río rojo – Red River. Los choctaw reservaban un nombre especial para estos seres, o el principal de todos ellos: nalusa falaya, el ser “largo y malo”, conocido también por hatak ofi.

El sitio adquirió la fama de ser un foco de todo lo negativo, atrayendo practicantes de las artes oscuras y matones a sueldo de la ciudad de Dallas que arrojaban los cuerpos sin vida de sus víctimas en el manantial. Posteriormente se convertiría en un imán para caza fantasmas, buscadores de ovnis y criptozóologos, aunque todos concluían sus investigaciones con la misma advertencia: se trataba de un lugar en el que no convenía estar después del ocaso.

Aparte de la cruel y aterradora muerte de la pareja en 1970 (caso comprobado por los investigadores Jim King y Tim Cooper con la ayuda de un policía que gozaba de acceso al National Crime Investigation Center) existe otro caso con antecedentes parecidos. En 1946, una pareja adúltera del condado de Jefferson, a lo largo del Red River, decidió satisfacer sus deseos en la oscuridad de un camino rural, su actividad amorosa interrumpida por los gritos de “algo” que se abría paso entre los árboles. Dejando atrás sus prendas de vestir, ambos corrieron hacia su vehículo, emprendiendo una huída desesperada. Al llegar a un letrero de “alto” a un cuarto de milla de distancia, detuvieron la marcha para analizar lo que les había sucedido, cuando – como si de una película de horror se tratara – una enorme mano rompió el cristal del lado del pasajero, agarrando al hombre por el cuello y arrancándole la garganta. La mujer, que iba al volante, pudo llegar a la casa de sus parientes bañada de sangre e histérica. Las autoridades se personaron al lugar de los hechos, pero sus pesquisas fueron infructuosas. La mujer falleció semanas más tarde a consecuencia del enorme impacto emocional.

Para los lectores en partes del mundo dónde no suceden tales cosas, estas narraciones pueden sonar estrafalarias, o malos borradores de algún proyecto descartado por Stephen King. Tal vez suene aún más increíble pensar que EE.UU., con todo su despliegue de poderío a nivel internacional y las consecuencias que esto ha acarreado, es un país mayormente vacío con poblaciones concentradas en núcleos específicos: la costa este, la costa del pacífico, y en torno a ciertas grandes urbes regionales. Lo mismo aplica para Canadá, el segundo país más grande del planeta, pero con una escasa población que apenas llega a los 35 millones. Este continente de profundos valles, bosques interminables y montañas que han resistido a los más intrépidos exploradores contiene misterios insospechados.
Si podemos creer que el “Bigfoot” en sus cuatro (o más) variantes existe, y se trata de una criatura de carne y hueso, puede existir cómodamente en una tierra sobrevolada por vuelos intercontinentales sin que nadie se entere de su existencia – salvo por aquellos que han elegido vivir en sitios recónditos y que acaban por tener encuentros cercanos con esta hirsuta grey.

En diciembre de 2014, un vecino del estado de Texas afirmó que un grupo de “simios de gran estatura” había cruzado los límites de su propiedad, acabando por subirse al tejado de su casa. El hombre, Courts Griner, explicó que el acontecimiento tomó lugar en noviembre del 2005 cuando su entonces novia y él detectaron “movimientos extraños” afuera de su hogar.

“Me extrañó mucho,” explicó Griner, “y fue ahí cuando llegué a ver dos individuos de gran estatura cruzando el patio frontal, caminando a lo largo de la verja (como en el caso de Greensburg, Pennsylvania en 1973 que abordamos semanas atrás en Arcana Mundi). Esta fue la gota que colmó el vaso. Tenía mucho miedo, y le pedí a mi madre que saliese al porche conmigo, porque quería que viera lo que estaba mirando.”

En ese momento, sintió el impacto de la rama de uno de los árboles contra la casa, y el sonido de pisadas en el techo. Griner sigue convencido de que uno de las criaturas más jóvenes se había trepado sobre la casa.

A la siguiente tarde, a eso de las dos y media de la tarde, Griner pudo ver “algo grande y de color mohoso entre los árboles, a unas 300 yardas de distancia. Con prismáticos, le fue posible ver la criatura claramente. “Tenía el aspecto de un orangután de grandes dimensiones. Estaba en cuatro patas y me miraba, meciéndose de un lado a otro, medio oculto por gran cedro. Lentamente, se incorporó a su estatura de 8 a 9 pies…era corpulento, de hombros anchos, brazos que le llegaban a las rodillas, y una cabeza redondeada como la de un chimpancé.”

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