Tuesday, February 27, 2007

OVNIS en la Carretera



La creencia de que el fenómeno OVNI era capaz de crear “interferencia electromagnética (los efectos EM, según se les conoce) en nuestro mundo se remonta a los primeros días del fenómeno, cuando los primeros investigadores observaron que la proximidad de estas formas desconocidas podía producir interferencia en los radios AM a bordo de los vehículos y hacer que los faros de los automóviles perdiesen potencia o quedarse apagados, o peor aún – calar el motor de un coche completamente. La pregunta a voz alta en aquellos primeros días de la etapa moderna del fenómeno era si se trataba de una prueba deliberada de los sistemas fabricados por la mano del hombre o meramente una consecuencia accidental del acercamiento del objeto.

Los investigadores interesados en este aspecto de “interferencia vehicular” pensaron inicialmente que sólo los motores de combustión interna alimentados por gasolina eran propensos a ser afectados por el electromagnetismo ovni, pero su sensación de triunfo cayó en un pozo cuando se descubrió que los confiables motores diesel también sucumbían a la proximidad de un objeto volador desconocido.

El investigador Vicente-Juan Ballester Olmos ha dedicado un capítulo completo a los efectos EM en su obra Enciclopedia de los encuentros cercanos con ovnis (Barcelona: Plaza y Janes, 1987), describiendo el efecto producido por un OVNI obedeciendo un patrón relativamente estándar, aunque con ciertas variaciones: calado del motor seguido por la reducción de potencia de los faros o el apagado total, y motores diesel que siguen en marcha pero que funcionan de manera intermitente. “Con frecuencia resulta necesario”, escribe el autor, “arrancar los motores de gasolina completamente […] esta serie de efectos parece corresponder, al menos desde la perspectiva teorética, a la presencia de una ionización fuerte. Esto puede explicar las fallas del sistema eléctrico al interferir con el funcionamiento correcto de las bujías y la perdida de potencia en las baterías”.

En EE.UU. la “era dorada” de la persecución de automóviles por OVNIS tomó lugar a mediados de los años ’60: el incidente en el que participaron los policías de patrulla William Neff y Dale Spaur el 16 de abril de 1966 representó la primera – y posiblemente la única—vez que fuerzas del orden público cruzarían fronteras estatales persiguiendo a un no-identificado. Los policías entraron a Pennsylvania desde Ohio a velocidades en exceso de 100 millas por hora y su caso sigue siendo un verdadero hito de la ovnilogía, aunque con consecuencias verdaderamente trágicas para los protagonistas.

Otros incidentes de la carretera han caído en el olvido, como sucedió con el siguiente caso, sucedido en Pennsylvania en esa misma época de la historia. Se trata de un evento conocido por pocos y bien puede tratarse de la primera vez que aparece de forma escrita, y ciertamente la primera vez en castellano. El protagonista lo fue un investigador ovni conocido por el que esto escribe y por otros miembros de la comunidad ovni del estado, quien nos ha pedido que lo identifiquemos por el seudónimo “Jeff Marx” para salvaguardar su intimidad. Los nombres de las otras personas que vivieron el evento también son seudónimos.

Corria el mes de junio de 1965 cuando Jeff Marx y tres pasajeros – su mejor amigo Alan Lindley y las respectivas novias de ambos, Mary y Lily – conducían por los caminos del municipio de Cranberry al norte de la ciudad de Pittsburgh. Paseando en un descapotable blanco para disfrutar de la cálida y agradable noche una semana después de haberse graduado de la high school y con el panorama del futuro ante ellos, ninguno de los cuatro podía imaginar en aquel momento – dominado por canciones de los Beach Boys y el eco de una guerra lejana en el sudeste de Asia –que una fuerza desconocida estaba a punto de irrumpir en sus vidas.

“En aquel momento”, me dice Jeff Marx durante la entrevista, “tuve un descapotable que juega un papel principal en este avistamiento. Lo que muchos considerarían como la prueba de lo sucedido”.

Esa noche, recuerda Marx, había pasado a recoger a sus amigos y se fueron juntos a jugar golf miniatura, y de ahí a comer pizza. Como era tarde, y las chicas tenían que regresar a sus casas antes de la medianoche, los cuatro decidieron emprender el camino de regreso a sus hogares. Sin embargo, Alan le pidió que diesen un paseo por los caminos rurales para que pudiesen disfrutar de una botella de cerveza que había traído consigo. “Iba en dirección norte a lo largo de la Carretera 19 e hice un viraje a la derecha para entrar en el camino Freedom-Cryder Road. En 1965 se trataba de una zona rural, con granjas al final del camino hacia el poblado de Freedom. Realizamos ese viraje entre diez y veinticinco minutos después de las diez de la noche”.

Mientras que el descapotable recorría los caminos rurales, Alan le pidió a Jeff que detuviese la marcha, porque estaba sucediendo algo sumamente extraño. “Aquella luz nos viene siguiendo desde hace algún tiempo”, explicó su amigo, agregando una vez detenidos en la cuneta: “Esa luz allá arriba. Se nos acerca demasiado y no puedo escuchar ningún sonido”.

Un tanto nervioso, como si el recuerdo vivo del suceso le espantase cuarenta años después, Marx explica que tampoco le fue posible escuchar sonido alguno, aunque las dimensiones de aquella luz en el cielo negro parecía ir en aumento a la par que se les acercaba. “Decidimos salir de ahí, pero el motor se negaba a arrancar. Salimos del coche saltando y corrimos al otro lado de la carretera para refugiarnos bajo un árbol caído que estaba en un campo. A estas alturas el objeto se encontraba directamente sobre el coche, iluminando la zona. A pesar de la oscuridad que reinaba, me era posible ver mi vehículo sin problemas. Alan manifestó que el objeto le recordaba a la forma de una lágrima, mientras a mí me parecía un cono de helados, pero invertido”.

Marx se maravilla de un aspecto específico del objeto desconocido: “Era de color blanco, un blanco ardiente, muy brillante, más brillante que cualquier cosa que haya visto yo en mi vida. Se oscilaba y se balanceaba de un lado a otro. Sentía ganas de poder verlo mejor, y me incorporé para mirarlo. Fue entonces que sentí una oleada de calor contra mi rostro”.

Sus pasajeros claramente no compartían la sensación de curiosidad: Mary estaba al borde de la histeria, gritando que todos iban a morir; Alan y Lily tuvieron que arrastrar a Jeff para ocultarlo nuevamente bajo la supuesta seguridad del tronco caído después de su intento por examinar el fenómeno mas detenidamente. “Mary estaba sumamente turbada”, añade Marx en este punto. “El evento verdaderamente le hizo enloquecer”.

Un plazo de tiempo que parecía ser una hora completa transcurrió antes de que el centellante objeto completase su inspección del vehículo estacionado en la cuneta. El aparato se alejó flotando del coche, moviéndose hacia arriba y adquiriendo velocidad, despareciendo de vista en cuestión de segundos. Marx recuerda que el objeto adquirió matices escarlatas antes de desaparecer.

“El incidente nos dejó bastante conmocionados”, declara Marx. “Otro coche se acercó en el sentido contrario en la misma carretera, deteniéndose al lado de mi vehículo para mirarlo antes de alejarse a toda velocidad. No sé si se trataría acaso de un testigo de lo sucedido, pero después de echarle un vistazo al coche, el individuo no demoró en alejarse lo más pronto posible”.

Regresando al vehículo, los adolescentes trataron de abrirá las puertas, descubriendo en aquel momento que las asideras se encontraban sumamente calientes. Una vez sentadas, las chicas comentaron que el asiento posterior estaba casi igual de caliente. Un calor parecido emanaba del salpicadero y del volante. “La franja de cromo que rodeaba en parabrisas estaba tan caliente que no me era posible tocarlo sin quemarme la mano”.

El descapotable de marca Impala arrancó sin incidentes y los cuatro testigos al inusual fenómeno luminoso regresaron a sus casas en silencio. “Alan y yo llevamos a nuestras novias a sus hogares. Nos dijeron que jamás querían volver a saber del asunto y que lo mejor sería que no le dijésemos nada a nadie, puesto que nadie iba a creer a cuatro adolescentes cuyos alientos olían a alcohol”, explica Marx. “Mary dijo que jamás quería hablar del asunto, que no había sucedido en lo que respectaba a ella, y que si se le ocurría a alguien decir algo, negaría de plano haber estado ahí”.

Al contrario, Marx y su amigo Alan Lindley hablaron largo y tendido sobre el incidente, pensando cuál pudo haber sido el origen de aquella extraña luz. Alan no vaciló en pensar que pudo haber sido “algo de otro mundo”, pero hasta el sol de hoy, Jeff Marx no tiene ni idea ni explicación sobre la naturaleza del intruso luminoso.

Pero la experiencia vivida aquella noche de junio no acabó ahí.

”Cuando llegué a mi hogar me sentí muy caliente, como si tuviese calentura, pero las lecturas del termómetro eran perfectamente normales. Me revisé en el espejo del baño y mi rostro estaba sonrojado, como si me hubiese bronceado, aunque no me dolía en absoluto”. Sus padres le preguntarían sobre este extraño bronceado al día siguiente durante el desayuno, pero Marx les diría que era el resultado de haber estado manejando su descapotable bajo el intenso sol del día anterior.

“Y luego mi padre entró”, recuerda Marx, “y me dijo: Más vale que le eches un vistazo a tu coche. Algo le ha pasado.”

Pensando que algún irresponsable pudo haber impactado su vehículo durante la noche, Marx salió de su casa para inspeccionar los daños. “Mi sorpresa fue total. Mi coche era de color blanco, y la pintura del capó y del maletero estaban cubierta en burbujas. El cromo que enmarcaba el parabrisas había sido quemado a un tono azulado”. La tapicería roja del Impala se había desteñido a un tono anaranjado.

Sin más remedio que llevar el vehículo al taller, el mecánico de turno le preguntó a Marx que si había vertido ácido sobre la carrocería, ya que la pintura se caía con facilidad. “No tenía ganas de explicarle nada,” señala el dueño del desventurado descapotable, “porque era capaz de pensar que yo estaba loco”.

El mecánico se encargó de quitar la pintura vieja, aplicar imprimarte y aplicar dos capas de pintura automotriz blanca sobre el Impala. Jeff manejó su vehículo por un día entero antes de que las extrañas burbujas apareciesen nuevamente sobre la pintura, resultando en dos visitas adicionales al taller esa misma semana. “El mecánico no sabía qué decir,” explica Marx, recordando la confusión del técnico, “y pensó que se trataba de algún defecto de fábrica relacionado con el metal de la carrocería, ya que la pintura no se adhería a la superficie. Conservé el vehículo por dos meses más antes de deshacerme de él – ya no aguantaba manejar ese coche”.

Varios meses después del incidente, cuando las hojas de los árboles adquirían matices dorados y refrescaba el tiempo, los cuatro testigos se reunieron para hablar sobre el suceso, pero las mujeres aún se negaban a rememorar aquella extraña noche de verano. “Alan pasó a convertirse en investigador ovni,” declara Marx “y también se vio involucrado en los encubrimientos por parte del gobierno. Lily se casó con otro y se mudó al centro del país. Me encontré con Mary hace cuestión de un año y hablamos de los viejos tiempos, pero a la hora de hablar del incidente, repitió que no quería saber de eso, que aquello nunca había sucedido”.

“Esa noche de 1965 cambió las vidas de Mary, de Lily, de Alan y mi propia vida”, concluye Marx con un innegable aire de melancolía. “Nuestras vidas jamás fueron las mismas. He tenido muchas interrogantes sobre la vida en nuestro mundo, la vida como la entendemos, y como nos educaron a pensar en ella. He hablado con muchas personas que tuvieron encuentros con el fenómeno OVNI y es algo que ha impactado en sus vidas y les ha hecho cuestionar. Tal vez jamás llegue a conocer la respuesta. No lo sé
”.

Las francas declaraciones hechas por Jeff Marx, y su insistencia sobre no saber qué fue aquello que cambió el rumbo de su vida a mediados de la década de los Sesenta, pudieron haberse repetido en las bocas de otros chóferes de Pennsylvania que tuvieron su propio encuentro con lo desconocido.

El 17 de abril de 1966 – un día después de la célebre persecución de un OVNI por los policías Neff y Spaur – Antonio Matteo y John Roth, con sus respectivas esposas, transitaban a lo largo de la Ruta 422 entre las ciudades de Sharon, Ohio y New Castle, Pennsylvania en horas de la madrugada. Una de las dos mujeres a bordo del vehículo se fijó en lo que inicialmente había tomado por “un reflejo” de otra fuente de luz, pero que resultó ser un objeto con luz propia cuyos movimientos seguían en paralelo a los de su coche. La luz desconocida, cuya brillantez era comparable a la de un proyector, se había mantenido hasta el momento al lado derecho del automóvil hasta realizar un cambio repentino a la izquierda, conservándose en todo momento a una distancia estimada a ¼ de milla en el aire. Este seguimiento continuó por un sinnúmero de millas hasta que el automóvil y sus nerviosos ocupantes entraron en la población de New Castle. El objeto desconocido comenzó a reducir su visibilidad hasta desaparecer.

Dos días más tarde, cuatro muchachos del poblado de Clarion, Pennsylvania, afirmaron que la radio de su automóvil había experimentado interferencia supuestamente proveniente de una luz brillante en el cielo, que comenzó a realizar una serie de maniobras características del fenómeno OVNI como lo conocemos.

Los cuatro jóvenes detuvieron la marcha de su coche para poder ver mejor el ágil objeto celestial, que permaneció visible ante sus ojos por espacio de unos cinco minutos antes de desvanecer por completo. No resulta sorprendente descubrir que la estática que inundaba la estación de AM desapareció por completo y la sintonía pudo escucharse sin problema alguno. El distintivo más singular de esta experiencia fue que los cuatro amigos fueron víctimas de una extraña “lluvia” producida por el objeto y que cayó sobre ellos. No se dijo si los pasajeros o su vehículo fueron afectados por esta curiosa precipitación.


Madre e hija enfrentan lo desconocido

A pesar de ser el país vecino de los EE.UU. al norte, Canadá y su cultura social mantienen más puntos de contacto con la vieja Inglaterra de lo que supondría cualquiera. Esto se deja ver plenamente en la reserva de aquellos que han sido testigos del fenómeno ovni en cualquiera de sus manifestaciones. “Lo tenemos muy claro”, dice un testigo, “o estás loco o estás cuerdo”. Y los que ven cosas que el gobierno ha decidido que no existen se las pueden ver bastante feas en una sociedad conservadora.

La escritora Vicki Cameron recorrió su país a comienzos de los años ’90 con el fin de entrevistar personas cuyas narraciones no formaban parte de la gran casuísitica ovni canadiense, y sus hallazgos, plasmados en el libro Don’t Tell Anyone, But... (No se lo digas a nadie, pero...) son verdaderamente reveladores. Uno de los casos ejemplares tiene que ver con una madre e hija de la provincia de Ontario que regresaban a su hogar en el mes de julio de 1969 a las 8:00 p.m. después de haber visitado una granja familiar. Mientras que la madre conducía, la hija dormitaba en el asiento trasero.

La hija recuerda que a pesar de tratarse de una noche estrellada y despejada, una neblina densa apareció repentinamente mientras que el vehículo familiar se desplazaba a lo largo de Land O’Nod Road en las afueras de North Augusta, justo cuando se disponían a cruzar el río Rideau; la madre rememora que su temor en ese momento era que la neblina le hiciese no encontrar el puente y caer de lleno en el cauce del río. De hecho, la madre se dijo a sí misma que la niebla era como un detalle salido de la novela The Hound of the Baskervilles de Sir Arthur Conan Doyle.

La hija afirma recordar el sonido que hicieron los neumáticos sobre los pesados tablones del puente de madera y de haber visto los cables del tendido eléctrico de la Ontario Hydro. Fue ahí que comenzó su odisea.

“Una gran bola de luz brillante”, le explica la hija a la autora, “apareció en el cielo detrás de nosotras y sobre la neblina. Era como el sol, pero de color blanco. Podía verlo a través del cristal trasero. El cielo estaba despejado y podían verse estrellas, aunque no sé qué habrá sucedido con la niebla. A la par que mi madre seguía manejando, la luz se nos acercaba más y se hacía más grande. Mi terror era absoluto”.

“Aunque intentábamos seguir adelante, “ explica la madre, rememorando la experiencia de hace más de treinta años, “parecía como si no fuéramos a ningún lado. La bola de luz incrementaba de tamaño y el coche perdía potencia. Bajé la ventanilla para poder ver mejor qué era aquello que se había posado sobre nosotras. Pensé que se trataba de algún artilugio militar y me dije que sería algún experimento de los militares”.

“Recuerdo que mi madre bajó la ventanilla”, prosigue el relato de la hija. “Yo gritaba y sollozaba, implorándole que siguiese manejando. Cuando detuvo la marcha del vehículo, sentí que me invadía el horror. Perdí los estribos y comencé a gritarle, ¡¿por qué has detenido el coche?!! En ese momento la luz ya estaba sobre nosotras, y pude ver que se trataba de un gran aparato triangular, verdaderamente enorme, como del tamaño de un campo de fútbol”.

Tanto madre como hija coinciden en sus descripciones del objeto: el ingenio desconocido tenía luces azules, rojas y amarillas en sus vértices y su centro lo ocupaba un gran faro blanco que giraba sobre sí mismo a la vez que emitía un sonido agudo. El detalle de que “era posible ver las estrellas a través del triángulo” sugiere que se trataba de una estructura hueca.

Aunque ambas mujeres dicen que el objeto sencillamente se alejó del coche, desplazándose al ras de los árboles en la dirección general de North Augusta, les sigue pareciendo curioso el detalle de que ninguna de ellas intercambiaron palabra alguna sobre el evento. Al llegar a su hogar, descubrieron que la hora era 22:30, cuando el recorrido no debió haberles tomado más de una hora.

“Al día siguiente”, agrega la madre, “me fui a enseñar escuela dominical y el conserje y tres de los alumnos afirmaron haber visto algo raro sobre North Augusta la noche antes. Les escuché, le conté a mi marido lo que nos había sucedido la noche antes y jamás se lo he contado a otra persona. En veinticinco años jamás he vuelto a transitar por ese camino”.

La posibilidad de que la madre e hija entrevistadas por Vicki Cameron fueron victimas de una experiencia de “tiempo perdido” es lo que resalta a primera vista. El horror manifestado por la hija hacia el objeto sugiere la posibilidad de que este no haya sido su único encuentro con las inteligencias que gobiernan las maniobras de estos objetos que las dos formen parte del gran enigma de las abducciones que sigue en pie hasta hoy.

En los desiertos de Utah

¿Había algo en los cielos de América del Norte ese verano de 1969 que manifestaba un interés por los vehículos de cuatro ruedas? Durante ese mismo mes de julio del ’69, Nora Johnson y su novio Bill McGuire se desplazaban hacia la lejana Los Angeles, California desde su pueblo natal en el estado de Minnesota, cuando el destino quiso convertirlos en un caso más de la investigación del misterio al cruzar el desierto del estado de Utah. Aunque la pareja no contaría sus experiencias al investigador y escritor Jerome Clark hasta 1974, sus recuerdos de la inusual experiencia que les había tocado vivir se conservaban nítidas.

La pareja ya había enfrentado una tormenta en los malpaíses del estado de Dakota para cuando llegaron a Utah, turnándose la pesada labor de manejar a través de los yermos estados del norte de la unión americana. Una noche, encontrándose al suroeste de la ciudad de Salt Lake City, Nora comenzó a sentir la sensación de que algo les seguía. Bill miró por el retrovisor y vio una luz, asegurando a su pareja que seguramente se trataba del faro de una motocicleta o algún destartalado automóvil con un solo faro en funcionamiento. Pero Nora advirtió que la luz se había separado de la carretera y que ahora los seguía a varios metros en el aire.

Cuando la extraña luz estaba a varias docenas de metros de su coche, la pareja pudo ver que se trataba de un objeto “con forma de pez” cuya aleta dorsal se elevaba en la parte central del fuselaje. Una especie de proyector rojo podía apreciarse sobre la joroba central del objeto y la “boca” del pez contenía una luz blanca. Bill comenzó a llorar justo cuando la pareja sintió extrañas vibraciones que penetraban sus cuerpos; una de las ventanillas del vehículo bajó por sí sola unas cuantas pulgadas, y la histeria hizo presa de los dos desventurados tripulantes del coche. A pesar de los mejores esfuerzos de Nora, que llevaba el volante en aquel momento, por acelerar y alejarse del objeto desconocido, el vehículo parecía no poder superar las cincuenta millas de hora a pesar de que los relojes indicaban setenta millas por hora o más.

La pareja logró llegar hasta una estación de servicio, y el objeto desconocido remontó vuelo para perderse en la noche estrellada. El dependiente de la estación, al verlos visiblemente alterados, preguntó qué les pasaba y Bill y Nora no dudaron en contarle su experiencia. “Un borracho disparó contra un platillo volador ayer”, repuso el dependiente, riéndose.

Abandonaron la estación de servicio y reanudaron su viaje. Ambos se sentían enfermos y sin saber qué hacer. Poco después encontraron un sitio de descanso al lado de la carretera y decidieron detenerse para pasar la noche. El estacionamiento estaba vació salvo por una casa rodante bien iluminada. Pasaron algunos minutos y la pareja se estremeció: el OVNI que los acechaba había regresado, pero esta vez se cernía a varios cientos de pies de la casa rodante.

En aquel momento, Bill se armó de coraje y decidió abandonar el coche para advertir a los ocupantes de la vivienda rodante que un OVNI merodeaba la zona de descanso. Pero antes de abrir la puerta, Bill pudo advertir un rostro en la ventanilla lateral de la casa rodante – un rostro huesudo y poco humano. Repentinamente, Bill y Nora se dieron cuenta de que había otra figura afuera de la casa rodante, enfundada en lo que parecía ser un traje de caucho blanco. En la oscuridad parecía un “hombre de nieve” de cabeza redonda y patas sin coyunturas (la descripción hace recordar a los “humanoides enllantados” que han sido vistos en casos de encuentro cercano tanto en Europa como en EE.UU.).

La situación rayaba en lo irreal y Nora confesó que en ese momento le preocupaba más el no perder la cordura que ninguna otra cosa, al grado que sostuvo no haber visto el “hombre de nieve” que Bill podía percibir con tanta claridad. La realidad se había tornado fluida y poco confiable. Según Bill, su cerebro parece haberse quedado en blanco por algunos minutos, y comenzaba a sentirse profundamente desorientado. Sin razón aparente, arrancaron el coche y salieron del estacionamiento a toda velocidad; el OVNI les seguía la pista, impidiendo que el vehículo incrementase su velocidad más allá de las cincuenta y cinco millas por hora.

Un cansancio sobrenatural invadió al Bill, que conducía en ese momento, obligándolos a detener el coche y cambiar de chofer. Nora, ahora al volante, podía ver que el OVNI les seguía a la distancia, confundiéndose a veces con las estrellas. Después de una noche interminable, rayó el alba y el objeto desconocido desapareció, perdiéndose entre las montañas circundantes. La pareja, totalmente exhausta por la experiencia, detuvo el automóvil y ambos durmieron por varias horas en la cuneta. A las 8:30 a.m., con el sol plenamente visible, reanudaron la marcha.

Más adelante en el camino había otro vehículo. Una casa rodante de marca Ford. “Bill, ¿acaso no se trata de la casa rodante de anoche?” preguntó Nora.

Bill aceleró normalmente y consiguió alcanzar la casa rodante, que no tenía nada de particular. Una casa rodante Ford con tablillas convencionales. Su intención era la de ver quiénes conducían aquel vehículo. Y fue ahí que Nora comenzó a gritar en un paroxismo de terror.

Los pasajeros a bordo de aquél vehículo vestían trajes de cuero negro y llevaban las manos cubiertas de guantes negros (esta descripción se asemeja a la del “ovninauta motociclista” percibido por el criptozoologo F.W. Holiday a las orillas del lago Ness en Escocia en 1973) y miraban a Nora fijamente. Pero ese era precisamente el problema – los seres carecían de cabeza, y lo que Nora pudo ver eran meros perfiles de cabeza que revelaban “sonrisas macabras” y nada más.

Seis años después, Jerome Clark se pondría en contacto con el hipnólogo Warren Kelly por intermedio del profesor James Ulness de la universidad de Concordia en Moorehead, Minnesota. Aunque Kelly se manifestaba escéptico en cuestiones de “marcianos” y “platillos voladores”, aceptó de buen grado someter a Bill y Nora a una serie de seis regresiones hipnóticas que tomaron lugar entre 1974 y 1975. Lo verdaderamente extraño de estas sesiones fue que el material que el hipnólogo consiguió extraer del subconsciente de Bill resultaba aterrador para Kelly, quien se negó a proseguir las sesiones hipnóticas después de una sesión descrita por Clark como “especialmente traumática”. El hipnologo declaró abiertamente que “ya no quería tener que ver nada con el asunto, y que no quería arruinarle la vida a nadie.”

Las sesiones de regresión hipnótica con Nora Johnson revelaron que la “extraña vibración” que sintieron ambos durante el avistamiento inicial del aparato desconocido representaba una suerte de desdoblamiento o proyección astral. El “otro yo” de Nora repentinamente se encontró mirando el coche desde el aire, a través la ventanilla del objeto volador, que estaba lleno de relojes y controles distintos. Pero llegado este punto de la regresión hipnótica, Nora comenzó a sacudirse violentamente y a gritar. “¡Dios mío, ayudame! Ohhh...ayúdame...parecen insectos...saltamontes....”

A pesar de los mejores esfuerzos de parte de Kelly por controlar a su paciente, le fue casi imposible lograrlo. Nora indicaba que se encontraba sentada o acostada sobre una especie de silla mientras que veinte seres humanoides de baja estatura y grandes ojos insectoides la miraban fijamente. Todo esto en 1975, cuando aún no se hablaba de los ahora célebres “Grises”.

No te acerques

Un año después de la terrible experiencia de regresión hipnótica practicada por el Dr. Kelly a Nora Johnson, otra vecina del estado de Minnesota participaría en otra experiencia que pondría de manifiesto el interés que tienen los OVNIS por nuestro vehículos y sus tripulantes.

La Sra. Robideaux, vecina de la aldea de Villard en el corazón de Minnesota, regresaba a su hogar a bordo de la camioneta familiar luego de su práctica semanal con el coro de la iglesia local. Eran aproximadamente las 9 p.m. del 29 de septiembre de 1976 cuando la señora – casi a punto de llegar al camino que conducía a su granja – contempló una luz roja que bajaba del cielo a media milla de su propiedad. Sin ni siquiera detenerse en la granja para pedir la ayuda de su marido, Robideaux se encaminó directamente hacia el lugar donde había bajado la luz, suponiendo que se trataba de alguna avioneta que había realizado un aterrizaje de emergencia en la oscuridad.

Acercando su camioneta a toda velocidad al lugar de los hechos, la señora observó que una segunda luz roja se acercaba a la primera, manteniendose a escasos metros de ella. Una luz verde apareció sobre las rojas a unas 10 yardas de distancia, y la testigo se sintió extrañada de que no se tratase de un avión, sino de objetos luminosos de gran tamaño que nunca tocaron tierra, sino que se mantuvieron al ras de los árboles. En ningún momento hubo interferencia eléctrica con los sistemas de su camioneta; el motor no se caló ni parpadearon las luces. La señora Robideaux, emocionada, bajó la ventanilla del coche para observar los extraños objetos detenidamente cuando sucedió lo inesperado.

Una sensación de temor totalmente irracional, casi al borde del pánico, se apoderó de la testigo. “Algo me decía que me alejara de la zona, que no se suponía que yo estuviese ahí,” declaró Robideaux en su misiva a la desaparecida revista Saga UFO Report. “Hasta ese momento no recuerdo haber sentido ninguna sensación particular. Puse la camioneta en reversa para remontar los setenta y cinco u ochenta yardas que me separaban de la encrucijada más cercana. No puedo determinar qué tan rápido lo hice, pero lo que sí tengo muy presente es la sensación de terror y pánico que me controlaban en ese momento. Un temor que jamás había experimentado antes en mi vida.”

Más pavoroso aún era el hecho de que el “objeto” comenzó a seguirla, eventualmente colocándose sobre la vertical de la camioneta. Robideaux se dirigió a toda prisa hacia la granja vecina más cercana, descubriendo que al llegar al camino de entrada, el “objeto” ya estaba ahí, cerniéndose sobre un terreno de cultivo. El objeto comenzó a alejarse, siguiendo un rumbo constante hacia el suroeste. Por fortuna, los habitantes de la granja – padre, madre y tres hijos – habían visto al extraño aparato y sus luces rojas, consiguiendo seguirlo con prismáticos.

Tras de haber consultado el asunto con sus amigos y su marido, la testigo comenzó a meditar sobre la extraña experiencia: el hecho de haberse sentido “atraída” hacia la zona en que se desenvolvían las luces; el no haber sentido temor alguno, sino más bien elación, hasta darse cuenta de que las luces correspondían a un objeto desconocido, sin duda tripulado; el hecho de que a la luz del día pudo ver que la manifestación había tomado lugar sobre los cables de alta tensión del tendido eléctrico. ¿Se trataban de un vehículo que sonsacaba fluido eléctrico de la red estatal? “¿Existía la posibilidad de que mi llegada hubiese interrumpido una tarea de importancia vital, y que la medida precautelar tomada por el objeto consistía en observarme para determinar si mi aparición representaba una posible amenaza a sus actividades?”

A modo de conclusión

La imagen del automovilista solitario que transita un camino rural que se encuentra con un objeto extraño o – peor aún—acaba siendo perseguido por un ingenio desconocido no es un estereotipo de Hollywood. Una cifra considerable de hombres y mujeres en todas partes del mundo ha sido víctima de experiencias alucinantes que han incluido encuentros cercanos y persecuciones, algunas de las cuales han pasado a convertirse en verdaderos pilares del quehacer ufológico. Resulta difícil evitar algún párrafo o descripción en algún libro o revista que no haga referencia al “amor de los estadounidenses por sus coches”, ya se trate de un vehículo de alto rendimiento, un deportivo casi pegado al suelo o la bienamada y casi despintada camioneta familiar. Mientras que los ambientalistas perciben al automóvil como una lacra social y los sociólogos le achacan la culpa por la sensación de aislamiento y desconexión que se experimenta en nuestra época, sólo los investigadores de lo desconocido se han molestado por investigar la extraña atracción que ejercen nuestros vehículos sobre el fenómeno OVNI.

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