Una de Vampiros
UNA DE VAMPIROS
Por Scott Corrales (c) 2010
Hace años, un boletín paranormal estadounidense titulado “The Gate” (La Puerta) publicó una lista con varias columnas de extensión sobre los temas que podían abordar los contribuyentes. Cada faceta de lo paranormal, enigmático o misterioso aparecía en el listado. Se lo comenté a otro escritor, quien me dijo: “cuando te pongas a escribir sobre hombres-lobo y vampiros, sabes que has llegado al final del camino como escritor”.
Comentario jocoso donde los haya, y la verdad es que en fechas recientes se ha llegado a profundizar más aún en ambos temas. Por ejemplo, la escritora Linda Godfrey ha abierto una nueva vía de investigación con sus trabajos sobre el “hombre perro” de Wisconsin, un ser paranormal altamente intrigante cuyas manifestaciones ya han dado para un documental de televisión.
En lo personal, el tema del vampirismo trascendió del conde Drácula de toda la vida (pasando por el conde Chócula de los cereales de la fabrica Post, el conde Blácula de las películas de explotación afroamericana, y claro, el entrañable conde de Plaza Sésamo) a lo real y literario cuando leí – a los 12 años de edad – un libro impactante: A Clutch of Vampires, que presentaba -- en formato rústico y asequible a mis recursos infantiles – toda la historia de la tradición vampírica europea, china y árabe, culminando con extractos de las novelas de Sheridan LeFanu (Camilla) y Sir John Polidori (The Vampyr) Este último formaba parte del círculo de Mary Wollestonecraft Shelley, y su novela vampiresca tuvo su origen en la misma sesión en la que fue concebida Frankenstein – aristócratas atrapados por una tormenta en el norte de Italia.
A Clutch of Vampires, recopilada por el autor Raymond McNally, también ofrecía fotos impresionantes, seguramente retocadas por la diestra mano de un fotógrafo del siglo XIX, que mostraban un vampiro muerto en el estado de Rhode Island, en la Nueva Inglaterra del noreste de la unión americana. La tenebrosa imagen presentaba un ser barbado y colmilludo, con una estaca atravesando su pecho. Se veían los restos de una mortaja y tal vez los bordes del féretro. La tradición vampírica, sugería la prensa sensacionalista de la época, no estaba confinada a las selvas de Transilvania, ni mucho menos a las abadías de la brumosa Inglaterra: hasta los industriosos yankees de Nueva Inglaterra tenían que lidiar con los no-muertos. Es muy posible que las narraciones periodísticas de aquella época hayan influenciado al inmortal H.P. Lovecraft, sirviendo de gatillo a sus visiones.
Los vampiros vuelven a ocupar un puesto importante en la cultura popular desde hace una década o más, desde el estreno del “Drácula” de Gary Oldman e “Interview With The Vampire” con Tom Cruise. Ni mencionar la fiebre actual por “Crepúsculo” y sus obras afines. Pero cabe preguntar, como siempre, ¿cual es el punto de contacto entre lo novelesco y lo cinematográfico con la oscura realidad del tema?
El exorcismo del vampiro
Hay personajes sumamente interesantes e importantes en la historia de la investigación paranormal que caen en un olvido tan profundo que resulta difícil rescatarlos. Uno de ellos lo fue el reverendo anglicano Donald Omand, dedicado a la lucha contra los males espirituales desde el comienzo de su vocación. El reverendo Omand trascendió a la luz pública brevemente en los ’70 cuando realizó un exorcismo en medio del lago Ness en Escocia, expulsando “al espíritu maligno que se refugia bajo la guisa de monstruos prehistóricos” – como rezaba parte del texto del rito – de esas frías y tenebrosas aguas. Autores como el fallecido Ted Holiday afirmaron que el rito no sólo funcionó, sino que tuvo réplicas paranormales en la zona que incluyeron manifestaciones de hombres de negro (HDN) y luces extrañas. Sin apartarnos mucho del tema, cabe mencionar que el reverendo Omand realizó operaciones similares en alta mar, concretamente en lo que la imaginación popular ha denominado “el triángulo de las Bermudas” y en el Mar de Norte, donde se producen casos de “sirenismo” – voces femeninas salidas de la nada que impulsan a los hombres de mar a arrojarse por la borda a las heladas aguas de esas latitudes.
En 1972, el reverendo Omand asistió a una reunión de la Organization of Inquiry into Psychical Disorder (organización para la investigación de los trastornos psíquicos) celebrada en Suecia. En una de las discusiones de expertos, un médico sueco afirmó tener un paciente “obsesionado por el consumo de la sangre humana”, y ante dicho planteamiento, un galeno alemán comentó que entre sus pacientes figuraba un hombre que afirmaba ser Landrú, el asesino francés conocido como “barba azul” – el paciente representaba tal peligro que ninguna enfermera se le podía acercar, ni siquiera cuando el hombre se encontraba bajo los efectos de los sedantes más potentes. El alemán añadió que ni él ni sus colegas habían podido hacer nada por el paciente, y que algunos de ellos sospechaban que podía tratarse de un caso de posesión....tal vez por el espíritu del mismísimo Landrú. Estos intercambios entre médicos eran conversaciones sumamente privadas, como el lector podrá imaginar, ya que representaban un peligro para sus reputaciones profesionales.
Omand, por su parte, estaba fascinado con el paciente vampírico que mencionaba el médico sueco, y no dudó en solicitar detalles. Resultaba que el candidato a vampiro era un joven de 24 años de edad, confinado en un hospital particular desde los diecisiete. A esa edad, cuando estudiaba en un internado sueco, el vampiro había intentado chuparle la sangre a su compañero de cuarto tras haberle hecho una pequeña incisión en el cuello. Los gritos del estudiante alertaron a los demás, que lucharon contra la fuerza sobrehumana del vampiro hasta separarlo de su presa. Otro incidente tomaría lugar ocho semanas después, pero con tal salvajismo que la víctima tuvo que ser hospitalizada. Los padres del vampiro tuvieron que llevarlo un hospital, donde lo primero que hizo fue morderle el pescuezo a un ordenanza.
Siendo hijo de familia acaudalada, el vampiro acabó siendo trasladado a una clínica particular lejos de la ciudad. Se dio la orden de prohibir que nadie se le acercara, puesto que el vampiro había atacado a varios enfermeros y camilleros durante sus pocos meses de reclusión. Por otro lado, su conducta era ejemplar, y disfrutaba de las visitas de su hermana, ya que sus padres se negaban a verlo. Al cabo de siete años, los psiquiatras habían llegado a la conclusión de que su conducta sanguinaria se encontraba “más allá del perímetro de la psiquiatría”.
Cabe señalar que el joven vampiro jamás había sentido interés por los vampiros, ni el cine de horror. Las lecturas góticas no le apetecían, y según las declaraciones de su hermana, la ficción de horror le había parecido “tonta” en su niñez.
Ante los miembros de la OIPD, el médico sueco le preguntó a Omand si estaría dispuesto a intervenir en el caso como exorcista.
El reverendo meditó sus palabras antes de contestar, afirmando que si el caso no parecía merecer un exorcismo, era posible que la aplicación de los santos óleos como ayuda a la recuperación del paciente (una práctica común en la iglesia anglicana) podía surtir efectos positivos. Omand declaró, sin embargo, que el rito debería realizarse con la presencia del personal médico, y si no se obtenían resultados, el rito tenía que concluir lo antes posible. El proceso se iniciaría el año siguiente, para coincidir con la reunión de la OIPD en Estocolmo.
En 1973, una vez finalizado el congreso de la organización, el reverendo Omand fue llevado hasta la lejana clínica donde se encontraba el vampiro. Escoltado por dos médicos y dos enfermeros, el religioso pudo enfrentarse al vampiro, sorprendido por sus inesperada visita. Omand descubrió que el joven era cortés, presentable y de movimientos muy ágiles, y sus ojos no delataban la ferocidad asociada al vampirismo.
Cual sería la sorpresa del religioso cuando – después de pedir un momento a solas con Omand – el semblante del joven experimentó un cambio repentino y abominable. Rasguñó al anglicano en la boca con un zarpazo veloz, sacando la lengua a la vez que lo hacía. El personal médico se internó en la habitación para abalanzarse sobre el joven.
“Supe entonces que por la gracia de Dios,” escribió Omand, “yo disponía de todo el equipo necesario y que semejante batalla podía tener una sola conclusión. El enemigo no era un joven sueco de veinticuatro años, sino algo con siglos de edad, no necesariamente un ser sino una atmósfera que emanaba de un ser que ya no estaba en nuestro mundo. Una atmósfera cuya peste ya había olido anteriormente antes de expulsarla, y que la expulsión sería la definitiva en este caso”.
Dicha expulsión, sin embargo, se realizaría después de un repaso exhaustivo de toda la información disponible: no solo del paciente, sino del vampirismo en general. Omand consideraba que todos los mitos y leyendas estaban fundamentados en la realidad, y que de otro modo, no podían sobrevivir. Una de las creencias fundamentales del vampirismo es que la víctima del vampiro acaba convertido en uno, y Omand constató que los camilleros y enfermeros que habían recibido mordiscos desarrollaron, posteriormente, un apetito por la sangre humana que duró varias semanas. Los hombres habían mantenido el control y la sensación desapareció con el tiempo.
Otros experimentos fueron mas aleccionadores aún. El vampiro no sentía atracción alguna por la sangre animal, sólo la humana, rechazando una taza del fluido bovino y bebiendo una taza completa de sangre humana. Los crucifijos y el agua bendita tampoco producían el efecto que el público está acostumbrado a ver en el cine de terror.
Llegado el momento del exorcismo, se colocó una mesa en el centro de la habitación con vasijas de agua y sal. El paciente se encontraba en uno de los extremos, y el personal psiquiátrico – y algunos miembros de la OIPD – ocupaba los flancos. El paciente mantenía una actitud de curiosidad ante el ritual que realizaba Omand, hasta que el reverendo pronunció las últimas palabras rituales del exorcismo: “Manda terror, Señor, a la bestia salvaje que hurga entre las raíces de tu viñedo...”
Como si de una película de horror se tratara, el vampiro se abalanzó sobre el reverendo con una rapidez que sorprendió a los médicos y ordenanzas, que no pudieron impedirlo. Las manos del joven, convertidas en terribles garras, hacían lo posible por estrangular a Omand, quien se dio cuenta en aquel momento que el vampiro no quería chuparle la sangre, sino matarlo del todo para impedir la conclusión del exorcismo...pero la fuerza de dos hombres separó al poseso de su presa, y el reverendo, sin inmutarse, pronunció las palabras que le faltaban: “...y da lugar a Cristo”.
Invadido de una debilidad que le era familiar después de realizar exorcismos, el reverendo pidió un lugar para descansar. Al recuperarse, fue a visitar al joven, y quedó sorprendido: “Cuando lo vi,” escribe Omand. “A duras penas pude reconocerlo. Parecía haberse puesto más joven aún, libre de los accesos de ira que había parecido.” Se repitieron las pruebas de ofrecer frascos de sangre al paciente, y el chico rechazó ambos con asco. Hasta le dieron un pedazo de ajo, que comió gustosamente. Los médicos decidieron que lo prudente sería mantenerlo bajo observación por un año más, y la sed de sangre jamás volvió a aquejar al paciente.
Como epílogo, se puede decir que los padres del joven vampiro se lo llevaron de Suecia a un lugar remoto de Noruega, donde pudiese vivir en el anonimato. Posteriormente, Omand se enteraría de un detalle sumamente curioso: el vampiro sueco no era íntegramente de dicha nacionalidad, puesto que su madre era húngara y supuestamente descendiente de la gran familia de los Nasdady, entre cuyos miembros figuraba la tenebrosa figura de la condesa Bathory. El reverendo deja la pregunta en el aire: ¿Existiría alguna relación entre el ser que vivió por años en el cuerpo del joven y esta figura histórica?
Los vampiros de Nueva Inglaterra
La imagen de Nueva Inglaterra que siempre tenemos corresponde al “espíritu de 1776” – la colonia de Su Majestad el rey Jorge III cuyos apeluquinados comerciantes dijeron no más a la tributación sin representación. Tierra de balleneros temerarios, mercaderes, y puritanos cerrados de negro. Pero las narraciones de H.P. Lovecraft, oriundo de Providence, Rhode Island – la pequeña colonia bautizada en conmemoración de la independiente Rodas del mundo antiguo – nos presentan un mundo silvestre de bosques oscuros cuyos claros delatan la ocupación humana: aquí una granja, allá una cabaña, ocupadas por flacos, pálidos y recelosos lugareños cuyo inglés resultaba repelente a los oídos del bardo de Cthulhu. Captada a la perfección en “The Dunwich Horror”, esta es la Nueva Inglaterra que experimentaría la crisis vampírica del siglo XIX – única en su clase en Norteamérica.
La mayoría de los autores que suelen abordar el tema de los exsanguinadores se vale de las mismas fuentes, pero incluyo lo siguiente para darle un poco de trasfondo al lector: en el siglo XVII, durante la cacería de brujas – nunca mejor dicho – que elevó la aldea de Salem en la colonia de Massachussets Bay a la fama mundial, los fiscales presentaron acusaciones contra las víctimas entre las que figuraba el vampirismo. Esto no resultaba sorprendente, ni relacionado en lo más mínimo con las tradiciones de Europa Oriental: tribus nativoamericanas como los Kwakiutl del noroeste del continente tenían una tradición vampírica, en la que los vivos atacaban tanto cadáveres como seres vivientes para beber su sangre y nutrirse de su carne. A mediados del siglo XIX, los miembros de la familia Ray, conocida en su pueblo de Norwich, Nueva Inglaterra, comenzaron a morir uno por uno de lo que parecía ser tuberculosis. Al fallecer un cuarto miembro de la misma familia, las autoridades tomaron la medida inusual de exhumar a los tres primeros muertos y quemarlos, por si había un vampiro entre ellos.
Casi cuarenta años después sucedería algo parecido con la familia Brown de Exeter, en Rhode Island. Aunque la tuberculosis estaba muy difundida en aquella época, la frecuencia de las muertes en el seno de una misma familia levantaba sospechas. En 1886, Mary, la madre, fallecía tras una serie de infecciones producidas por el mal. Dos años después le seguiría Mary Olive, la hija. En 1890, Edwin Brown, el único varón de la familia, cerró los ojos por ultima vez después de una lucha prolongada contra la tuberculosis.
Pero la parca no había acabado con la desventurada familia Brown, y su temible guadaña cortaba la vila de Mercy, la hija menor, que murió en 1892 y fue enterrada en el camposanto de una iglesia en Exeter. Comenzó a difundirse la creencia de que uno de los Brown había regresado de ultratumba para llevarse a sus familiares – los lugareños desconocían el término “vampiro” como tal, pero entendían que tantas muertes podían tener una causa sobrenatural. Los vecinos de Exeter acabaron por convencer al desolado patriarca de la familia, George Brown, a exhumar sus familiares el 17 de marzo de 1892, según fuentes. Los restos de Mary y Mary Olive se encontraban en un proceso de descomposición bastante avanzado, pero el cadáver de Mercy delataba pocos cambios y tenía sangre en el corazón. Los vecinos vieron en esto la señal que buscaban, y los restos de Mercy acabaron en la hoguera.
¿Un vampiro interdimensional?
Algunos libros corren la misma suerte que los famosos: a pesar de haber sido la sensación del momento, el tiempo – esa gran niveladora – se encarga de barrerlos al olvido. Y esta ha sido precisamente la suerte de uno de los libros más interesantes de lo paranormal publicados en décadas anteriores: The Magus of Strovolus de Kyriacos Makrides, que narra las experiencias de “Daskalos”, el honorífico que el autor concede a su maestro, Spyros Sathi. Las experiencias y proezas de Daskalos son mitad Apolonio de Tiana y mitad Carlos Castañeda, y sería posible escribir no uno sino varios trabajos sobre su vida y milagros. Pero nos concentraremos en uno solo: la lucha entre el mago chipriota y un vampiro interdimensional.
Makrides escribe que Daskalos acudió al sur de Grecia para visitar a una joven que padecía un trastorno psicológico. Los padres de la chica se habían negado a permitir su casamiento con Loizo, un pastor bastante mayor que ella. El pastor murió poco después – no sabemos si sería por amor – pero un buen día, mientras que cuidaba su propio rebaño, la chica lo volvió a ver...cinco años después de su muerte. Ella hizo lo posible por escapar de Loizo, pero según su testimonio, el no-vivo la persiguió e hipnotizó. Daskalos llegó a ver ulceraciones rojas en el cuello de la pastorcilla, y ella le comentó que el difunto pastor la besaba ahí “pero son besos muy raros. Hace como que me chupa, y me gusta”.
El lector pensará que esta anécdota comienza a tener muy poco de paranormal y más de otra cosa. Pero si creemos las afirmaciones del mago chipriota, Daskalos llegó a ver a Loizo en una oportunidad, días más tarde. El difunto pastor estaba a punto de entrar a la casa cuando el mago le salió al paso. Loizo explicó que “durante su vida jamás había tenido relaciones sexuales con una mujer, sino sólo con las hembras de su rebaño, y ahora que tenía a la pastorcilla, no le dejaría ir.”
El intercambio entre el vivo y el muerto se torna más alucinante aún: Daskalos le explicó a Loizo que ya no estaba vivo, y que su extracción de la vitalidad de la joven le había convertido en un vampiro. El muerto rechazó de plano el razonamiento del mago, y citamos textualmente: “¿Pero qué dices? Estoy aquí hablándote - ¡y puedo copular! - ¿Y tú me dices que no estoy vivo?”
A la larga, Daskalos le pidió que no volviese, por el bien de la chica. El muerto se dio la vuelta para alejarse, y los perros de la comarca comenzaron a ladrar al paso que su figura desaparecía. Ni Bram Stoker en sus mejores momentos...
Pero la historia no acaba ahí. La pastorcilla comenzó a recuperarse, y el médico del pueblo comenzó a jactarse de la forma en que su “tratamiento psicoanalítico” había contribuido a la curación de la paciente. Reventando de orgullo, el galeno dictó una conferencia sobre la psicoanálisis a los aldeanos, mientras que Daskalos lo miraba en silencio.
¿Era Loizo un vampiro, un zombi o un ghoul? Ciertamente era una imagen o proyección de algo, capaz de ejercer un efecto físico visible sobre un ser humano. Algunos autores que han abordado este incidente sugieren que la frustración sexual de la pastorcilla le había llevado a crear una especie de tulpa – y tenemos que valernos del concepto tibetano – para satisfacer sus deseos. Alejándonos del incidente un poco, Makrides escribe que Chipre era un hervidero de magia negra después de la guerra civil en el Líbano a comienzos de los ’70, puesto que muchos brujos libaneses se habían refugiado en dicha isla, ganándose la vida con “trabajitos” de magia negra que Daskalos se veia obligado a deshacer para salvar la vida de las víctimas.
Son tantos los misterios, y tantos más los que caen en el olvido.
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OBRAS CONSULTADAS:
McNally, Raymond. A Clutch of Vampires. NY: Warner, 1974.
Wilson, Colin. Beyond The Occult, NY: Carroll & Graff, 1989.
Makrides, Kyriacos. The Magus of Strovolos. Londres: Kegan Paul, 1985.
Alexander, Marc. The Man Who Exorcised the Bermuda Triangle. Londres: Barnes, 1988
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