Wednesday, March 12, 2014

Viajeros al pasado olvidado: La creencia en los antiguos astronautas



VIAJEROS AL PASADO OLVIDADO: La creencia en los Antiguos Astronautas
por Scott Corrales
(c) 2007


Durante la década de los ’70 del siglo anterior, científicos e investigadores de diversos campos del saber humano volcaron sus esfuerzos hacia la atractiva posibilidad de que nuestra pequeña esfera azul recibió, en algún momento de la prehistoria, la visita de exploradores no humanos. La posibilidad resultaba aceptable hasta para los mayores escépticos sobre la creencia en los ovni – el inglés Arthur C. Clarke y el estadounidense Carl Sagan – cuyos escritos no descartaban las visitas extramundanas en algún pasado olvidado. En su libro “2001: A Space Odyssey” , Clarke hace que su protagonista, el astronauta Dave Bowman, reflexione sobre la posibilidad de las visitas a la Tierra durante el Pleistoceno.

El incremento en el interés por estas posibilidades llevó a algunos, como los escritores Norman Briazak y Simon Mennick, a la creación de una nueva terminología que fuese propia de la investigación ovni y de los antiguos astronautas. Su meta consistía en evitar el uso de terminos inexactos o comerciales (como “antiguos astronautas” en si) y suplantarlos por términos creados, como BEFAP (del inglés “beings from another planet” – seres de otro mundo, que vendría siendo SEDOM en castellano), y el concepto del “nebecismo” para referirse al campo de estudio de los visitantes de otros mundos. Estos términos caducaron y no han vuelto a utilizarse, pero representan un momento en la historia en que se intentaba sistematizar el estudio de las posibilidades sugeridas por estudiosos como Otto Binder, Maurice Chatelaine, Richard Mooney y por supuesto, Erich Von Daniken.

Sobre los SEDOM y el nebecismo

Según los escritos de Briazak y Mennik (The UFO Handbook, Toronto: MacLeod, 1978), el nebecismo consistía en dos premisas esenciales: la creencia en la existencia de vida inteligente en otras partes del universo, y la creencia de que estos seres inteligentes visitaron la Tierra en su momento, influyendo en la evolución de nuestra especie. A su vez, el nebecismo estaba dividido en dos escuelas o modos de pensar: la primera de ellas propugnaba la llegada de viajeros extraterrestres a nuestro mundo entre el 24,000 a.c. y el 12,000 a.c.. Dichos SEDOM (seres de otros mundos, como ya se ha explicado) jugaron un papel importantisimo no solo en la educación de nuestros antepasados, aleccionándolos en el cultivo y la crianza de animales, sino que sus manipulaciones genéticas también fueron responsables del “instinto social” que vemos en las hormigas y otros insectos. Una vez cumplida su misión, estos SEDOM abandonaron nuestro mundo para no volver jamás, y tal vez repetir sus labores en otros mundos de nuestra galaxia.

La segunda escuela de creencia nebecista mantiene las mismas creencias que los primeros, pero con la diferencia de creer que los antiguos astronautas no abandonaron su experimento a su suerte, y que siguen visitándonos para revisar nuestro progreso, explicando así el fenómeno de los ovni. El interés de los SEDOM en el “experimento Tierra”, por así decirlo, pone de manifiesto – para esta segunda escuela nebecista – la naturaleza fundamentalmente benévola de los extrahumanos, suponiéndoles un adelanto al de nuestra especie en todas las categorías, desde la cultura hasta la moral, sin mencionar la tecnología. La hipótesis fundamental – según nos lo recuerdan Briazak y Mennick – es que cualquier civilización capaz de desplazarse por el espacio sideral no puede ser “ni mala ni malévola” (p.150).

Por ende, el nebecista cree que nuestra humanidad tiene mucho que aprender, no sólo de las posibles visitas actuales de estos seres, sino a raíz del estudio de las estructuras y objetos que posiblemente representan las evidencia concreta de estas visitas en el pasado olvidado de nuestro mundo. Nuestra sociedad tiene el deber, según dicen, de comunicarse con los SEDOM a como de lugar, ya sea por ondas de radio, microondas o láser, y de avanzar la tecnología hasta que sea posible visitarlos a bordo de nuestras propias naves espaciales (en su momento, posiblemente propugnaban el proyecto Daedalus como la mejor manera de indicar que los terrícolas ya tenían el potencial de alcanzar las estrellas, pero eso corresponde a un estudio aparte).

Resulta claro que la oposición a ambas corrientes filosóficas del nebecismo se puede hallar no solo dentro de la ufología, sino fuera de ella. Se acusa al nebecista de pecar de la misma creencia que el contactista: que nuestra humanidad es incapaz de resolver sus problemas y que resulta necesario invocar la ayuda de seres más avanzados para enfrentar las distintas crisis que nos desafían desde el siglo pasado. Otros tachan al nebecista de ingenuo por pensar que los SEDOM serían necesariamente “benévolos” dado su alto grado de tecnología (la ciencia-ficción nos ha dado una infinidad de ejemplos de lo contrario, como la especie de los “Borg” en las teleseries de Star Trek durante la década de los ’90). De hecho, según sus adversarios, el nebecista estaría cometiendo el mismo error que los neandertales o cro-magnones que se enfrentaron por primera vez a estos seres de las estrellas: tomarlos por dioses y querer rendirles culto.

Aunque el interés en los antiguos astronautas se redujo al mínimo durante más de una década, resurgió gracias a los escritos de Zechariah Sitchin y el interés – dentro y fuera del quehacer ufológico – en la posibilidad de mundos destruidas como Nibiru y el origen extraterrestre de los “Annunaki” de la mitología sumeria y elamita. Los escritos del autor que usa el seudónimo de William Bramley también resucitaron el interés en los oscuros seres tutelares denominados “La Hermandad”, y cuyos fines siempre han sido contrarios a la evolución de la humanidad (The Gods of Eden)

Buscando asentamientos extrahumanos

Hugh F. Cochrane, ingeniero de profesión y escritor de temas esotéricos durante la década de los ‘70, mostró cierta curiosidad por el hecho de que las ruinas prehistóricas más imponentes del pasado se localizan entre los trópicos – 30 grados de latitud norte y sur del ecuador -- de nuestro planeta, debido, según él, a la facilidad de entrar y salir de nuestro planeta en las regiones cercanas al ecuador planetario. Aunque hay otras condiciones perfectamente justificables para que explicar la presencia de protoculturas en estas regiones, si mediar extraterrestres, escuchemos los planteamientos de Cochrane:

“Por ejemplo, las imponentes estatuas de la isla de Pascua están en línea recta con el Tridente de los Andes en la Bahía de Pisco. De ahí pasamos a la planicie de Nazca con sus enigmáticas “pistas de aterrizaje” y los dibujos de animales, aves e insectos; luego pasamos a las misteriosas ciudades arruinadas del nordeste de Brasil. Cruzamos el mar y encontramos el macizo de Tassili con sus grabados de seres de otro mundo, y de ahí a las legendarias ciudades perdidas del Sahara, las pirámides de Egipto, las ruinas de Baalbek en el Líbano, los numerosos asentamientos de la antigua Persia e India, incluyendo la zona en que pueden escucharse los misteriosos “cañones de Barisal”, que nadie ha podido ver jamás. Seguimos y nos encontramos con los sorprendentes templos birmanos y siameses, las oscuras zonas de Nueva Guinea y las islas del Mar del Sur con sus extrañas leyendas, monumentos y ciudades olvidadas, y completamos el viaje regresando a la Isla de Pascua.” (“The Worldwide Circle of Mystery” SAGA UFO Report, Dec. 1977, p.44-49)

Regalos de visitantes prehistóricos

Nicolás Roerich fue sin duda uno de los personajes más interesantes del siglo XX, encarnando a la perfección el concepto del "hombre renacentista", ya que se desempeñaba tanto como pintor de paisajes exóticos sino también diseñador de decorados y vestuarios para el ballet ruso, especialmente los Ritos de la primavera de Igor Stravinsky. Pero más que ninguna otra cosa, Roerich era un místico: sus viajes a lo largo de las Himalayas hasta el Tíbet en pos de conocimientos avanzados e inspiración espiritual fueron plasmados en obras tales como Altai-Himalaya (1929) y Shambhala (1930).

Fue durante sus viajes en esta parte del mundo que Roerich supuestamente entró en contacto con las logias budistas fieles al "Rey del Mundo" -- una figura considerada por muchos como el regente del destino de la Tierra desde Agharti, su reino subterráneo. Este gran señor planetario ha sido equiparado por algunas fuentes con los "oyarsas", o gobernantes angelicales de cada planeta, postulados por C.S. Lewis (el contertulio de J.R.R. Tolkien) en su obra Out of the Silent Planet. Y fue precisamente aquí, en esta enigmática parte de nuestro mundo, en dónde se le confió a Roerich un artefacto sumamente curioso.

Dicho artefacto, un fragmento de piedra radiante del tamaño de un dedo humano, posiblemente inscrito con cuatro símbolos parecidos a runas, fue conocido como el "Regalo de Orión" y se trata, supuestamente, de un casco de piedra de otro mundo. La piedra principal descansa en una de las altas torres de Shambhala, la capital del "Rey del Mundo", desde dónde su benigna radiación ejerce influencia sobre los eventos que ocurren en la superficie.

Uno de los cuadros de Roerich, conocido como "Chintamani", representa un potro que lleva a cuestas un baúl ornamentado: se dice que en este baúl viajaba el fragmento de las estrellas. Las órdenes impartidas a Roerich por los "jefes secretos" consistían, supuestamente, en transportar el fragmento a Europa, donde jugó un papel crítico en la formación de la Liga de las Naciones. Después de eso, el místico ruso devolvió el fragmento milagroso a sus dueños, tal vez hasta la misma Shambhala, aunque Roerich jamás alegó haber visitado dicho mundo desconocido.

El aceptar las apariencias de este relato representa un salto en el vacío que muchos no están dispuestos a realizar. Aún así, el relato cuadra con la creencia en la llegada de objetos extraños provenientes de otros lugares, imbuidos de fuerzas positivas o negativas, y que aparecen una y otra vez en las tradiciones de nuestro mundo. ¿Sería el “Regalo de Orión” uno de los muchos supuestos legados de una civilización más adelantada que la nuestra, que pasó por nuestro mundo en algún momento de la historia?

El astrónomo escocés Duncan Lunan comenta en su libro Interstellar Contact (Bantam,1974), que cuando los obreros del califa egipcio Al-Mamún consiguieron irrumpir en la Gran Pirámide de Keops en el año 800 de nuestra era, se sorprendieron al descubrir que el gran sarcófago en la Cámara del Rey no tenía tapa, aunque había sido diseñada para portar una. Los profanadores de tumbas se quedaron atónitos al descubrir "un pozo" no muy lejos del punto en que lograron forzar la entrada al pasadizo ascendente que conduce a la Cámara del Rey. "La parte superior del pozo", escribe Lunan, "había sido sellada originalmente, pero en algún momento, se le abrió desde abajo con suficiente fuerza como para dañar el muro adyacente, como si se hubiera hecho uso de explosivos". El autor sugiere la posibilidad de que si la pirámide de Keops efectivamente fue profanada por desconocidos que hicieron uso de dicha ruta, resulta factible que se hayan levado la tapa del sarcófago de diorita, que portaba "un archivo computarizado que conservaba la pirámide". Lunan agrega que estos desconocidos sabían exactamente a dónde dirigirse, y que sellaron la pirámide después de salir, "como si jamás hubiera sido profanada".

Algunos podrán creer que el destacado astrónomo pudo haberse dejado llevar por sus propias especulaciones en este caso, pero tanto estudiosos como arqueólogos y esotéricos se han preguntado sobre el propósito del enigmático sarcófago de diorita que ocupa el centro de la Cámara del Rey. Todas las partes--tanto conservadores como librepensadores--concuerdan en que jamás se le utilizó como la sepultura de un faraón olvidado, ya fuese Keops o algún otro. ¿Qué objeto pudo haberse colocado, con devoción y reverencia, dentro del sarcófago de diorita? ¿Qué objeto sin nombre merecía ser consagrado de tal modo en los albores de la civilización humana?

En su obra maestra, "La octava torre", John Keel sugiere la posibilidad de que la Gran Pirámide y la enigmática cámara con el sarcófago de diorita pudieron haber sido utilizadas para albergar un artefacto de origen sobrenatural, tal vez el Arca de la Alianza o hasta el misterioso fragmento de piedra meteorítica conservado en la Kaaba en La Meca. De ser así, bien pudiera ser que estuviésemos de cara al más importante de los artefactos misteriosos: un dispositivo multimilenario colocado por una civilización extrahumana para vigilar el progreso de la recién nacida humanidad (los fans de la ciencia-ficción recordarán el singular monolito de la película 2001 de Kubrick) o influenciar el desarrollo de nuestra especie en formas insospechadas.

La perspectiva de Keel sobre el asunto no es tan benigna. La "octava torre" que sirve de título a su obra es "una especie de cápsula de tiempo electrónica, que sigue funcionando sin sentido ni propósito después de millones de años", plagándonos con fenómenos parafísicos como los OVNI y seres extraños, y tal vez rigiendo las oleadas de locura que afectan a la humanidad siglo tras siglo.

¿Resulta posible combinar las teorías de Lunan con las de Keel? Si alguien profanó la Gran Pirámide en algún momento de la antigüedad, con pleno conocimiento de lo que se albergaba adentro, y lo extrajo, ¿dónde está ahora? Si el mayor de todos los "objetos fuera de sitio" resulta ser el superordenador paranormal plasmado en los escritos de Keel, ¿cuál sería su paradero actual? Tal vez algún planeta en otro sistema solar, desde el que se sigue vigilando el progreso del “experimento Tierra”.

¿Homo Sapiens u Homo Spaciens?

Es muy posible que el lector esté familiarizado con el nombre de Otto Binder por las teorías vertidas por este escritor sobre la presencia del fenomeno ovni en la Luna y los encuentros entre astronautas y supuestos platívolos. Aunque algunas fuentes indican que Binder fue “empleado de la NASA”, de hecho fue un contratista independiente ocupado por el programa espacial con base a los diez libros de divulgación científica que figuraban en su currículum. Binder fue, además, director de la revista Space World y autor de la columna periodística Our Space Age, que apareció en los periódicos estadounidenses seis dias a la semana durante la era de los primeros lanzamientos espaciales.

El fallecido Binder se convirtió en el campeón de las obras de otro autor, Max Flindt, ingeniero y técnico de laboratorio para el laboratorio Lawrence Livermore en California y ayudante de los genios científicos Glenn Seaborg y Edward Teller. A pesar de su formación en las “ciencias duras”, Flindt no ocultaba su pasión por el tema de los ovnis y la posibilidad del origen extrahumano de nuestra especie como consecuencia de la experimentación genética por seres más avanzados. Al igual que Tomás de Aquino postuló sus “pruebas” sobre la existencia de la deidad, Flindt haría lo mismo para demostrar que nuestra especie era un producto de la genética avanzada y no de la evolución. Presentamos a continuación solo algunas de las teorías de Flindt encapsuladas por Otto Binder en su obra Unsolved Mysteries of the Past (NY: Tower, 1968):

i) Solo los humanos pueden llorar. Ningún otro primate puede vertir lágrimas en abundancia.
ii) La supersensibilidad de la piel humana. Ninguno de los animales inferiores goza del sentido de tacto que tienen los humanos.
iii) La lentitud del proceso de deglución, que toma seis segundos en los humanos y es prácticamente instantáneo en los animales.
iv) El peso cerebral de los humanos es más del triple que los otros animales, en proporción a su peso corporal.
v) A pesar de ser una criatura híbrida, los humanos pueden reproducirse, cosa que no ocurre con los demás híbridos en nuestro mundo.

No cabe duda que un biólogo reñiría con Flindt sobre estos planteamientos tan absolutistas, pero el investigador siguió aportando más observaciones controvertidas, como el hecho de que el óvulo fertilizado en las hembras humanas se adhiere al útero en vez de “flotar”, como sucede en otras especies; que la esquizofrenia es exclusiva a nuestra especie, atreviéndose a especular que los esquizofrénidocs viven en dos mundos como resultado de la “memoria racial” de corresonder a dos mundos distintos – el de los astronautas avanzados de un mundo desconocido y el de los cavernícolas. “Bajo el concepto del origen híbrido de los humanos”, dice el autor, “la esquizofrenia deja de ser un misterio para convertirse en una interrelación clara del choque glandular y las fuerzas del sistema nervios dentro de la víctima, debido a dos orígenes totalmente dispares en el pasado lejano”.

Así pues, concluye Flindt, la humanidad merece ser descrita como homo spaciens en vez homo sapiens.

Ningún experimento es perfecto, sin embargo, y a pesar de su avance tecnológico, los “antiguos astronautas” (o SEDOM, recordando el mote de Briazack y Mennick) cometieron errores bastante graves durante el transcurso de sus manipulaciones, produciendo los gigantes que figuran en los mitos de casi todas las culturas terrestres, y peor aún, las quimeras que llenan nuestras pesadillas: hombres-cabra, hombres-lobo y otras aberraciones. Flindt atribuye esto a que los científicos extrahumanos intentaron realizar su hibridaje con una variedad de animales terrestres. Este concepto choca con lo postulado por otro gran escritor sobre el tema de los antiguos astronautas, Richard E. Mooney, cuyo libro Gods of Air and Darkness (NY: Fawcett, 1976) sugiere que las quimeras fueron el triste resultado de la proximidad de animales y humanos a “los motores atómicos de una nave espacial”.

El propio Mooney lanzó sus propias hipótesis sobre el origen extraterrestre de la humanidad en este libro y en uno anterior, Colony: Earth (1973), sugiriendo la hipotesis de que las “sacudidas” que solemos padecer todos durante el sueño – la sensación de estar cayendo, seguida por un despertar inmediato – representan el recuerdo de estar flotando en la ingravidez de una nave espacial, concretamente la enorme “arca” que seguramente trajo a nuestros antepasados remotos. “El homo sapiens”, escribe Mooney, “pudo haber surgido originalmente en un mundo a millones de años luz de distancia y millones de años atrás. Si la humanidad llegó a nuestro planeta en algún momento en el pasado, tal vez esto fue debido a que su mundo ya estaba en vias de volverse inhabitable, o si no, fue enviada a este planeta para habitarlo y adecuarlo a su especie. Resulta posible visualizar a la humanidad desplazándose de planeta en planeta. Es posible que este proceso se haya realizado por millones de años, y seguirá tomando lugar por muchos millones más”.

Pero, si nuestros antepasados lejanos llegaron a este mundo con la misión de establecer una colonia para su especie, o un puesto de avanzada para una especie de “imperio galáctico”, ¿cómo perdimos el contacto con la imaginaria metrópoli sideral, y olvidamos nuestros orígenes? Mooney nos brinda la respuesta de que reveses en el proceso de colonización, conflictos armados entre bandos de colonos contra sus dirigentes, o desastres climáticos pudieron resultar en una inmersión total en la barbarie en cuestión de dos generaciones. Las naves espaciales que los trajeron a este planeta habrían sido desguasadas y sus materiales utilizados para otros fines (y que seguimos hallando como OOPARTS. “Después de algunos milenios,” comenta Mooney” “surgirían religiones y nuevos mitos para explicar el origen de la especie”.

Y si seguimos devanando el hilo que nos ofrece Mooney, sería posible afirmar la posibilidad que los ovnis (si creemos en su origen extraplanetario, algo que nunca se ha establecido) serían las naves de la metrópoli galáctica, que vienen a contemplar con cierto azoro los desmanes que cometen día a día sus primos lejanos en un planeta alejado del hinterland galáctico. El concepto tiene cierto encanto, de hecho, recordando un poco a la trilogía de la Fundación escrita por Asimov en los años ’30. Tal vez el día menos pensado se producirá el “macroaterrizaje” tan ansiado por los grupos contactistas desde la década de la época de Adamski, pero en vez de descargar hermanos espaciales, saldrán las fuerzas armadas de algún régimen interestelar, dispuestas a reclamar su colonia perdida y ponernos a trabajar.

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