Thursday, February 04, 2016

El misterio del "Caballero Negro"



El misterio del "Caballero Negro"
Por Scott Corrales

Desde hace décadas se viene hablando de un misterioso satélite artificial: El Caballero Negro (The Black Knight), un aparato de procedencia desconocida que según los investigadores ya venía transmitiendo una misteriosa serie de señales en la época de Marconi y en fechas tan tempranas como 1899, cuando no existía tecnología en nuestro mundo capaz de crear aparatos parecidos. La creencia actual entre los defensores de la HET (hipótesis extraterrestre) es que la enigmática fuente de señales es un satélite que orbita sobre nuestras cabezas - en una órbita circumpolar- desde hace 13,000 años.

Para 1973 aparecía el libro del astrónomo escoces Duncan Lunan, que afirmaba que las señales eran el producto de los "largos ecos retrasados" (Long Delayed Echoes o LDE por sus siglas en inglés) y que sugerían que la procedencia del satélite era la constelación Épsilon Bootes (Épsilon del Boyero). Su libro The Mysterious Signals from Outer Space, un tomo de casi 400 páginas, señalaba que el objeto transmitía una serie de señales que descifraban de la siguiente forma: "Comenzar aquí. Nuestro hogar es Épsilon Bootes, una estrella binaria. Vivimos en el sexto planeta de siete. Contando hacia afuera desde nuestro sol. Que es el más grande de ambas estrellas. Nuestro sexto planeta tiene una luna. Nuestro cuarto planeta tiene tres. Nuestro primer y segundo planeta tienen una cada una. Nuestra sonda está en la órbita de su luna. Esto actualiza la posición de la estrella Arturo".


Lunan pasó a agregar lo siguiente: "Esto nos dice que en el mes de mayo de 1929 [cuando las señales fueron captadas por el profesor Carl Stormer] la sonda tenía muchos más sistemas en funcionamiento, incluyendo sensores visuales, y realizaba cotejos contra sus propios mapas. De haber tenido acceso a dicha tecnología en 1929, nos hubiera sido posible comunicarnos con el satélite por rayo láser".
El astrónomo se retractaría en años posteriores, diciendo que sus métodos interpretativos eran "poco científicos", pero la creencia en objetos de procedencia no humana en nuestros cielos sigue viva.
En la década de los '60, cuando el programa espacial estadounidense daba sus primeros pasos, los astronautas del proyecto Géminis afirmaban haber visto "bogeys" (término militar utilizado para describir aviones desconocidos) en varias ocasiones. Muy conocida es la experiencia los pilotos Frank Borman y James A. Lovell a bordo de la cápsula Géminis 7. Los astronautas informaron al control de tierra que habían presenciado algo desconocido, y se les dijo que casi seguramente era uno de los cohetes que había llevado la cápsula a su órbita. No obstante, Borman y Lovell afirmaban haber visto el impulsor y el objeto desconocido a la misma vez, y el objeto estaba a varias millas delante de su cápsula. El objeto parecía perder velocidad, desapareciendo posteriormente. En 1966, John Young y Michael Collins alcanzarían la altura de 476 millas sobre la tierra en su cápsula Géminis 10, detectando objetos rojos de procedencia desconocida. Ambos astronautas acabarían pilotando las misiones Apolo 16 y Apolo 11, respectivamente.

Pero sería la misión Géminis 12 - encargada de probar el acoplamiento con el módulo Agena - que obtendría fotografías de estos misteriosos objetos. La importantísima misión al cargo de James Lovell, repitiendo como piloto, y Edwin "Buzz" Aldrin produjo fotos que aún circulan en el ámbito platillero. La denominada NASA S66-62871 fue tomada afuera de la cápsula, mostrando un punto brillante en el horizonte, mientras que la NASA#S6663402 muestra el punto brillante en el como trasfondo al módulo Agena. Se dijo que era tan solo "un reflejo de la luz solar".
El investigador Hayden Hewes de la Ground Saucer Watch (GSW) mencionó en uno de sus trabajos que la presencia de objetos desconocidos en la órbita terrestres se remonta a los comienzos de la presencia humana en el espacio: en este caso la cápsula soviética Sputnik II, lanzada el 18 de diciembre de 1957 con su famoso pasajero, la perrita Laika. El astrónomo venezolano Luis Corrales tomó una exposición de tiempo del satélite de la URSS a la par que cruzaba el cielo sobre Caracas, y al revelar la placa, descubrió que otro objeto había seguido una trayectoria paralela al Sputnik II, salvo por una leve deviación. El análisis fotográfico descartó la posibilidad de un defecto de la lente, meteorito o fraude.

Mucho antes de esto, Donald Keyhoe, autor de uno de los primeros libros sobre el tema ovni, Flying Saucers from Outer Space, manifestaba en el periódico St. Louis Post-Dispatch que “uno o dos satélites artificiales orbitaban nuestro mundo” – esto en 1954, adelantándose al lanzamiento del Sputnik I de la URSS y al Vanguard I de EE.UU.. El coronel Keyhoe, jubilado de la marina de los estados unidos, afirmaba el gobierno de su país estaba haciendo lo posible “por localizar y trazar el rumbo de estos satélites con miras a determinar su naturaleza y procedencia”, labor efectuada por científicos en la base de proyectiles White Sands en el estado de Nuevo México.

En 1960, la revista TIME en su edición del 6 de marzo de aquel año anunciaba la detección de un misterioso “satélite oscuro” en órbita. “Hubo especulación nerviosa sobre si el objeto era un satélite de vigilancia lanzado por los rusos, creando la incómoda sensación de Estados Unidos no sabía lo que pasaba sobre su propia cabeza”. Un desmentido posterior aseguraría al público que se trataba de un satélite Discoverer de la USAF que se había descarriado. ¿Respuesta satisfactoria o solamente un pretexto?

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