Las Naves del Misterio
Las Naves del Misterio
Por Scott Corrales © 2016
Nuestro planeta Tierra - único en el universo, a juzgar por las características de los nuevos mundos hallados en fechas recientes - debió haberse llamado correctamente Océano, puesto que la masa de agua de cubre la masa planetaria, el océano mundial como se le ha nombrado, ocupa casi el 71% de su superficie, y sólo conocemos a ciencia cierta un 3% de sus profundidades.
La humanidad se jacta de su supuesto dominio de los mares, cuando en verdad nuestra especie está a merced del gran manto acuático, y los grandes ingenios marítimos creados por la hábil mano del homo sapiens quedan fácilmente abrumados por Poseidón. Desde la desaparición de los submarinos Thresher y Scorpion de la marina estadounidense - que osaron ir más allá de la profundidad asignada a estas naves de guerra - hasta los misterios que aún rodean las desapariciones de naves de los siglos XIX y XX, los seres humanos aún tienen mucho que aprender sobre su mundo.
Se han escrito innumerables artículos y libros sobre la desaparición del Marie Celeste, el Cotopaxi, el Ellen Austin, y otros, asignando la responsabilidad al Triángulo de las Bermudas y al Mar del Diablo en las costas japonesas, entre otros. Su existencia o inexistencia ha sido materia de controversias desde la década de los ’70, cuando el investigador Lawrence David Kusche publicó su obra The Bermuda Triangle Mystery – Solved (1975) en la que refutaba el misterio que rodeaba a las desapariciones o lograba hallarles una explicación racional. En algunos casos, señalaba dicho autor, muchos de los barcos desparecidos nunca habían existido, o se habían volatilizado lejos de la geografía indicada, arrimados a los triángulos misteriosos por los autores de la profusa literatura “triangulera” de aquellos tiempos.
No obstante, los misterios persisten.
Rocanrol y enigmas del mar
Los Rolling Stones ocupan el segundo lugar de importancia entre los grupos que representaron la “invasión británica” de la música popular de los años ’60 del siglo pasado. El quinteto londinense conquistó el mercado británico seguido por el estadounidense, aprovechando la brecha abierta por los Beatles, firmando contratos onerosos que obligarían a sus miembros a convertirse en refugiados impositivos, evitando la pesada carga tributaria exigida por su británica majestad. Keith Richards, guitarrista y compositor del grupo, se refugió en la Riviera francesa, concretamente en Villefranche-sur-le-mer, dominando el mundo musical desde Nellcote, su mansión en lo alto de dicha pintoresca comunidad.
Se ha escrito mucho sobre el interés de Richards y sus colegas musicales en el fenómeno ovni, pero un fenómeno más extraño aún tocaría de cerca al grupo, o mejor dicho, a la esposa y musa del guitarrista, la actriz Anita Pallenberg, mejor conocida como “la reina negra de Sogo” en la película Barbarella dirigida por Roger Vadim y producida por Dino Di Laurentiis. Es muy posible que su insólita vivencia quedara relegada al olvido a no ser por su inclusión en el libro Exile On Main Street – A Season in Hell With the Rolling Stones por el escritor Robert Greenfield, que ya había escrito anteriormente sobre el grupo.
Pero dejemos que sea el mismo Greefield quien nos cuente la historia.
“La verdadera historia es mucho más fantástica, la clase de experiencia que sólo puede producirse cuando la gente que vive junta se droga en plan diario, poniendo la realidad fundamental en entredicho. Todo comienza una mañana en el traspatio de Nellcote, cuando Anita oteaba el horizonte con un par de prismáticos alemanes para artillería, tan poderosos que los utilizaba a menudo para fisgonear la habitación de Aristóteles Onassis a bordo de su enorme yate, el Cristina.
“Flotando más allá de la barra portuaria, más allá de los buques de guerra y los yates más grandes del mundo se encuentra un galeón, con todo su velamen y una ruidosa linterna, guardando un aspecto muy parecido al abandonado bergantín Marie Celeste, o tal vez el Holandés Errante, el bajel perdido, condenado a navegar por el resto de la eternidad alrededor del Cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica. Emocionada a más no poder por esta sorprendente aparición, Anita le ruega a Keith que la acompañe a visitarlo. Keith, hasta el colmo de la pródiga vida fantástica de Anita, no solo rehúsa hacerlo, sino que expresa la opinión de que Anita está chiflada. En aquel momento tiene mejores cosas que hacer que preocuparse por buques fantasma perfilados contra el alba.
“Dando la vuelta hacia Tommy Weber, Anita le dice: “Mira, tienes que ver esto. Se lo estoy tratando de decir a Keith pero no me hace caso.” Tommy, quien entretanto ya ha visto el galeón a través de sus binoculares de la primera guerra mundial, le contesta: “Sí, supongo que se trata de una broma”. Anita le insiste: “No, es de verdad, le he echado un buen vistazo.” Poco dispuesto a perderse una aventura, Tommy le dice: “Pues nada, tendremos que abordarlo,” y Anita le contesta: “Eso mismo pensaba yo.”
“Dirigiéndose al puerto, Tommy y Anita reclutan la ayuda de algunos de los vecinos amistosos para hacerse con un bote de pesca, dirigiéndose hace el galeón. Naturalmente, la mar comienza a crecer, embravecida. A mitad de camino hacia el barco misterioso, el pesquero se queda sin carburante. Puesto que Anita se niega a tomar un no por respuesta, ambos comienzan a remar hacia galeón. Acercándose, llegan a constatar que el barco mide al menos veinte metros de eslora, pero tal es su altura en el agua que abordarlo resulta imposible sin que alguien baje la plancha de desembarco.”
El autor explica que enfrentados a dicha situación, no quedaba más remedio que golpear los remos contra el casco para ver si alguien aparecía por la cubierta. Puesto que las condiciones del mar empeoraban, no tuvieron más remedio que dar la vuelta y regresar a Nellcote. “Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida,” confesó Tommy Weber al autor. “Era como algo sacado de las obras de Homero, porque al día siguiente, el galeón ya no estaba. Se había esfumado”.
Una narración extraordinaria
En su obra clásica Invisible Horizons, el escritor Vincent Gaddis culmina su capítulo sobre naves de espanto y horror en la siguiente forma: "Pero de todos los barcos malditos que han plagado los mares de la Tierra, el peor de ellos lo fue el Ivan Vassily. Su historia - casi increíble - es una oscura advertencia sobre las fuerzas malignas que de vez en cuando irrumpen en nuestro mundo".
Tras su botadura en 1897, el carguero ruso Ivan Vassily se desempeñó normalmente por cinco años en aguas del Báltico. Pero con el comienzo de la guerra rusojaponesa en 1903, el barco realizó un largo viaje a Vladivostok como transporte de armamentos. Durante cierto punto del viaje, una fuerza desconocida se apoderó del carguero. Una sensación de terror que vaciaba de fuerza a los tripulantes "como una bomba de succión", en la prosa de Gaddis. Esta fuerza negativa fue vista en varias ocasiones como una nebulosa figura humanoide.
Justo antes de que el carguero llegase a Port Arthur en la península china de Liaotung, un marinero emitió un grito estremecedor que hizo que los demás tripulantes corriesen como locos, algunos de ellos rezando fervorosamente. El miedo fue tal que el marinero Alec Govinski saltó por la borda, prefiriendo la muerte.
Pero esta ofrenda de carne y hueso parece haber funcionado, y no se produjeron incidentes adicionales hasta que la nave atracó en Vladivostok. La deserción era inevitable, pero la policía rusa logró capturar los marineros, y el Ivan Vassily emprendió su largo viaje de regreso con escala en Hong Kong. Este viaje de pesadilla resultó en muertes adicionales, ya fuese por suicidio o paro cardiaco. El capitán del Vassily, Sven Andrist, también saltó por la borda. La calma volvió a reinar hasta la llegada al puerto chino, donde la deserción fue total. El segundo oficial, Chris Hanson, se nombró capitán y reclutó una nueva tripulación de marineros asiáticos. El Iván Vassily llegaría a Sydney con su nuevo capitán, muerto de un balazo en la sien, y una tripulación que desertó, perdiéndose en los callejones de la urbe australiana.
"Solamente un hombre," narra Gaddis, "tuvo el valor de quedarse con la nave. El ingeniero Harry Nelson."
El emprendedor Nelson no tardó en localizar un capitán dispuesto a tomar el mando y un reducido número de marineros. El fenómeno no tardó en repetirse. Nelson hizo lo posible por dilucidar el misterio de la fuerza invisible que hacía enloquecer a los hombres.
Como si de una novela de H.P. Lovecraft se tratara, el Iván Vassily nunca volvió al Báltico. Sus tripulantes volvieron a Vladivostok y la nave permaneció abandonada en el puerto, evitada por todos. Finalmente, nos cuenta Gaddis. "la nave recibió el único tratamiento seguro para todos los objetos maléficos que existen en el mundo. Fue consumida por el fuego".
Vincent Gaddis no fue el único en abordar el tema de esta nave diabólica; también lo hizo R. DeWitt Miller, otro escritor de los años '40, aunque la fuente original de esta narrativa parece ser el mismo Harry Nelson. Desconocemos si el informe oficial del almirantazgo imperial ruso haya sobrevivido las dislocaciones de la revolución de 1917.
HMS Resolute,¿hermano del Holandés Errante?
La era de la exploración de las zonas polares de nuestro planeta alcanzó su apogeo en el siglo XIX con las expediciones de Perry, Cook y Nansen al ártico y de Shackleton, Amundsen y Scott a la antártida. Dichas exploraciones habían comenzado en el siglo XV con los viajes de Barents a Nueva Zembla (1599) y Martin Frobisher a las islas del norte de Canadá (1587). Y es esta región conquistada por Inglaterra la que nos concierne. El mismo Frobisher había intentado establecer una colonia en la isla Baffin – asentamiento que nunca llegó a concretarse, pero que marcó el comienzo del interés por estas inhóspitas tierras. En otro artículo para Arcana Mundi, titulado El Engima de Qaumaneq (http://arcanamundiblog.blogspot.com/2007/11/canada-el-enigma-de-qaumaneq.html) abordamos la suerte de una de estas expediciones – la del almirante Franklin y la tétrica suerte de su tripulación y sus naves, HMS Terror y HMS Erebus, cuyo paradero ha sido localizado en fechas recientes, pero existe otro barco fantasma cuya historia compite con la del célebre barco maldito del capitán Vanderdecken.
El HMS Resolute fue uno de varios barcos enviados por el Almirantazgo para descubrir el paradero de la tripulación de las naves de Franklin, convirtiéndose en la capitana de la flotilla ártica al mando del comandante Horatio Austin. La expedición de 1850 no tuvo éxito y las naves regresaron a Inglaterra, zarpando otra vez en 1852 para proseguir su búsqueda, pero en 1853, una inesperada congelación del estrecho de Davis inmovilizó al Resolute, condición que se prolongaría por un año, cuando se dio la orden de abandonar el barco de tres palos a los hielos. El capitán Kellett mandó cerrar las compuertas y desarbolar los palos, emprendiendo la marcha sobre la nieve hacia otros barcos de la Royal Navy que se habían salvado de tal suerte.
Dos años más tarde, un ballenero norteamericano hallaría al HMS Resolute flotando a 1900 kilómetros de su posición inicial.
“Era un viaje imposible de explicar,” afirma el autor Jeffrey Blair Latta. “Saliendo del azul blanco del norte, como si lo guiaran los fantasmas aquellos que quisieron enterrar sin honra, apareció el buque de Kellett, el Resolute. Sin tripulación, sus esclusas selladas y sus jarcias cubiertas de escarcha, el Resolute se había escabullido de los hielos en el verano, había navegado los arrecifes y pesadas nieves del Estrecho de Viscount Mellvile, cruzado el Estrecho de Barrow y luego el Estrecho de Lancaster, finalmente deslizándose a las aguas de la Bahía de Baffin, cuando fue avistado por el capitán Buddington del ballenero George Henry.”
Resulta perfectamente factible que dado el movimiento del hielo sobre las aguas polares, cualquier nave atrapada en el elemento sería capaz de desplazarse con el hielo, haciendo las veces de pasajero. Pero la travesía de tantos puntos geográficos sin una mano al timón raya en lo inverosímil.
Buddington se apoderó del barco fantasma y lo remolcó orgullosamente hasta el puerto de New London en Nueva Inglaterra, donde el gobierno británico hizo valer sus derechos sobre la nave fantasma enseguida, renunciando posteriormente a ellos a favor de los rescatadores. Inesperadamente, en Congreso de los Estados Unidos apropió la considerable suma de USD $40,000 para comprar el Resolute, reacondicionarlo y devolverlo a Inglaterra como un regalo de buena voluntad. Pero sucedió lo inesperado: el Almirantazgo aceptó el regalo y sin pensarlo dos veces, procedió a desguazarlo.
La decisión de destruir el HMS Resolute es una de las grandes intrigantes de la exploración polar. ¿Acaso temían alguna especie de contaminación, algún virus hallado en las nieves del archipiélago canadiense? ¿Evidencia de algo aún menos apetecible, como pruebas del canibalismo practicado por los hambrientos marineros condenados a sufrir la inmisericordes condiciones polares?
Lo curioso – y tristemente irónico – es que de los restos del HMS Resolute, específicamente una de sus vigas de roble, se confeccionó un escritorio (uno de tres, por obra del taller de carpintería del astillero de Chatham) que fue obsequiado al presidente Rutherford B. Hayes de los EE.UU. en 1880, pasando a convertirse en el escritorio oficial de la presidencia estadounidense, utilizado desde entonces en la oficina ovalada de la Casa Blanca.
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