ALTA EXTRAÑEZA: SITIOS QUE NO EXISTEN
Por Scott Corrales
(c) 2007
La historia se repite una y otra vez, cruzando fronteras y culturas. El escenario no deja de ser el mismo: una carretera en un sitio despoblado, tiempo lluvioso, un automovilista cansado con muchos kilómetros por recorrer. De repente hay alguien en la cuneta, haciendo ademanes comunes a los que practican en “auto-stop” (el famoso hitchhiking estadounidense). Sorprendido, el chofer detiene la marcha para permitir la subida de un desconocido o desconocida a su vehículo. Entablan una conversación muy amena, o en otras ocasiones el viaje sigue en un silencio total. Algunas veces el pasajero misterioso pide abruptamente la bajada en un punto de la carretera; en otras, el chofer deposita al hombre o mujer frente a algún edificio o casa. El viaje prosigue sin novedades.
No es sino hasta algún tiempo después que el chofer se entera por amistades – o por haber concertado una cita, en algunos casos – que la persona que recogió en la carretera había muerto tiempo atrás, y que aquel cuerpo que ocupó el asiento a su lado (y que abrió y cerró la puerta por sus propios medios) no era más que una manifestación sobrenatural. El azoro del chofer es total, y la anécdota pasa a formar parte de algún recopilatorio de casos de fantasmas o de alta extrañeza de los que se han publicado a granel en las últimas décadas.
El parapsicólogo intenta explicar estas aberraciones como desdoblamientos del inconsciente o proyecciones del ánima o del ánimus (si el chofer es mujer); el cazafantasmas se aventura a opinar que alguien murió en determinado sitio en la carretera y que esa energía residual insiste en completar el viaje de regreso a casa; el escéptico le echa la culpa a conducir con el estómago vacío o los tragos demás que lleva el chofer adentro, aunque el testigo sea abstemio empedernido.
Se nos hace más difícil explicar, sin embargo, aquellos casos en que el chofer va acompañado y no hay autostopistas por ninguna parte (o nadie pidiendo aventón, para los lectores mexicanos). El automóvil y sus tripulantes, en plena posesión de sus facultades, llegan a un sitio en el que la realidad se torna irreal y la locura amenaza a los testigos, como en una novela de horror que se consiguen en los kioscos de cualquier aeropuerto. De hecho, ¿qué otra posibilidad nos queda, cuando llegamos a un sitio que no existe?
El cafetín fantasma
El comer representa una de las actividades más normales y concretas de la existencia humana, hasta en estos días en que la población considera comer unas briznas de lechuga como su almuerzo. Nos sentamos, cortamos los alimentos con utensilios, los masticamos y bebemos algo a la misma vez. Si estamos en un restaurante, tenemos más experiencias concretas aún: la camarera nos extiende una carta, pedimos, comemos, pagamos y dejamos una propina. Para un ingeniero en Irán, este proceso adquirió visos de lo irreal (llamémoslo “stephenkingesco”, para los que gustan acuñar neologismos) en 1950.
Tony Clark era un ingeniero civil inglés que había ganado la oportunidad de desplazarse Irán para prestar su ayuda a la construcción de una planta de cemento en la población de Manjil, cerca del Mar Caspio y a casi trescientos kilómetros de Teherán. Clark y su intérprete habían consumido un desayuno sumamente ligero antes de salir de Manjil rumbo a la capital del entonces reino persa. El vehículo en el que se desplazaban comenzó la ardua tarea de ascender del litoral al altiplano iraní, y el ingeniero comenzaba a sentir hambre. Su intérprete le informó que la posibilidad de encontrar un sitio para comer en esta región era minúscula: lo mejor que podían anticipar antes de llegar a la capital era toparse con la clase de comedero informal denominado tchae khana en la lengua persa. Pero ni siquiera en esa clase de “cafetín de la cuneta” les sería posible almorzar satisfactoriamente, puesto que esos locales se dedicaban a servir té y yogurt.
Sin embargo, mientras que los hombres intercambiaban opiniones sobre sus posibilidades gastronómicas, se dieron cuenta de que la carretera les llevaba hacia un impresionante amontonamiento de rocas, detrás de la cual podía verse una aldea con un cafetín de la clase descrita por el intérprete. Se trataba de una estructura alargada, rodeada por los camiones de transportistas iraníes que iban hacia Bakú o tal vez Isfaján. El propietario era un hombre amistoso de etnia armenia que dijo llamarse, en perfecto inglés, Mister Hovanessian.
Mejor anfitrión que el armenio no podía encontrarse en todo el país, pensó Clark. Hovanessian se apuró a traerles cuencos de sopa de pepinos, pasas y yogurt, seguidos por el plato fuerte, consistente en chelo kebab, la comida tradicional del país. El ingeniero y el intérprete disfrutaron del manjar y luego bebieron sendas tazas de café turco, y el inglés se quedó atónito ante el bajo precio de la cuenta. Hovanessian les invitó a regresar durante su viaje de retorno de la capital y los viajeros prosiguieron su viaje sumamente contentos.
Ni decir tiene que Clark informó a sus colegas de su agradable experiencia en el tchae khana que la providencia les había puesto en el camino. Pero sus amistades dudaron mucho que existiese un lugar de dichas características en aquel punto en el camino que salía de Manjil. Tres meses más tarde, Clark repitió el viaje de la misma forma: saliendo de Manjil, ascendiendo por la carretera al altiplano, pasando el curioso montón de piedras y viendo la aldea. Pero no había rastro alguno del cafetín de Mister Hovanessian. Ni siquiera rastros de que una estructura hubiese existido en el lugar en ningún momento.
Intrigado, Clark y sus acompañantes en este segundo viaje hicieron pesquisas en la aldea. Uno de los vecinos afirmó que en los cuarenta años que llevaba viviendo en aquel villorrio, jamás había visto ningún establecimiento de comidas en toda la redonda.
Clark nunca dejó de abogar por la existencia del tchae khana de Mister Hovanessian o los excelentes platos que tanto él como su intérprete habían degustado aquel día en 1950. Cuarenta años después, entrevistado por Mike Dash para su libro Borderlands (Nueva York: Random House, 2000), el ingeniero afirmó que el ambiente dentro del cafetín “era brumoso y casi irreal”. No obstante, el ingeniero se negó a adelantar cualquier teoría que tuviese afinidad con el mundo paranormal o fantasmagórico.
Hasta aquí la experiencia anecdótica. Dos hombres se alimentaron de comidas típicas del país en un lugar que nunca existió. Si nos inclinamos por la vertiente escéptica, podemos afirmar que el tchae khana era tan real como cualquier otro, y que Clark y sus colegas fueron por un camino distinto al que transitaron la primera vez (a pesar de solo había un camino de salida de Manjil, y que el ingeniero llevaba la cuenta del kilometraje transcurrido desde su punto de partida, seguramente para reembolsos por contabilidad). Por otro lado, algunos podrían ver en el cafetín fantasma la acción de aquellos enigmáticos seres – más allá de los humanos, pero poco menos que los ángeles – denominados jinas (del árabe djinn) cuyas acciones y existencia se debaten hasta el sol de hoy en el seno del islam. Apiadándose de la debilidad que sentían los dos viajeros, estas criaturas hicieron surgir de la nada un comedero típico sacado de la imaginación del intérprete y regentado por un angloparlante, para hacer sentir más cómodo al ingeniero británico. ¿Fantasear de lo lindo? Tal vez, aunque es posible leer las opiniones juridicorreligiosas (fatwas) de los imanes musulmanes en Internet sobre las situaciones en que los jinas se relacionan con los seres mortales.
O tal vez no sucedió nada en absoluto. Clark es un mentiroso, Mike Dash un iluso y el que esto escribe, peor aún, por repetir una tontería tan obvia a todas luces. Sin embargo...
La espada y la piedra
Casi todos recordamos la leyenda del rey Arturo y la espada en la piedra. Para los que tengan la memoria borrosa, repasemos: tras años de guerras intestinas por conseguir un rey en Inglaterra, el mago Merlín hace aparecer una piedra (o un yunque, en algunas versiones) con la leyenda “el que pueda sacar esta espada será el legítimo rey de Inglaterra”. Muchos caballeros nobles intentan sacar la espada y no pueden. Un joven escudero al servicio de su hermano de crianza acude a un torneo en que el ganador tomará la corona del reino. Al olvidar su espada, el caballero manda al escudero a conseguirle otra. El escudero ve una espada saliendo de la piedra y sin pensarlo dos veces, la extrae con facilidad y se la lleva a su hermano. El escudero es Arturo, hijo del rey Uter Pendragon, y el haber logrado esta proeza le establece como legitimo rey de las islas británicas.
Una leyenda encantadora. Pero, ¿qué sucede cuando las leyendas se vuelven realidad?
Según el fallecido autor F.W. Holiday, entre 1952 and 1969, el matrimonio inglés de John y Christine Swain realizó un total de doscientos cincuenta viajes a uno de los sitios encantados de las Islas Británicas – el conocido “New Forest” o bosque nuevo. El propósito de estos viajes no consistía en conocer más a fondo el bosque o sus alrededores, sino algo más esotérico. Durante su primer viaje al New Forest, el matrimonio Swain había encontrado un lago sumamente extraño. Lo que hacía singular a este cuerpo de agua era hecho de tener en su centro un peñón del cual sobresalía el pomo de una espada. Cuando volvieron posteriormente a buscar el lago (y tal vez sacar la espada, ¿quién sabe?) no lo encontraron, y la búsqueda se convirtió en el motor principal de sus vidas. El principal punto de referencia que tenían era la célebre abadía de Beaulieu, pero en la década de viajes a esta región nunca pudieron dar con el lago. Puesto a discurrir sobre el tema, el estadounidense John Keel señala: “ De hecho, son numerosos los casos en que los testigos descubren que no podían ubicar con éxito el lugar en que tomó lugar su experiencia. Edificios y estructuras claramente visibles al momento de producirse el hecho parecen desvanecerse. Los caminos y carreteras se esfuman. Este fenómeno sorprendente también se da en la tradición psíquica, quizás porque muchas experiencias psíquicas son alucinatorias. Hay relatos innumerables sobre restaurantes que parecen haberse desvanecido después de que los testigos cenaron en ellos, así como relatos sobre casas que se perdieron en la nada. Un viajero se detiene a pernoctar en una vieja casa abandonada, al igual que en el cine, solo para descubrir que la casa ya no existe...o que había sido pasto de las llamas años atrás”. (Keel, The Mothman Prophecies, Nueva York: Signet, 1975). Cabe agregar a las opiniones de Keel que es común que senderistas y guardabosques en ciertas areas silvestres afirmen haber visto cabañas o aldeas desde ciertas perspectivas (con todo y chimeneas y ropa tendida en los patios) que dejan de existir cuando el observador intenta llegar hasta ellas.
En décadas posteriores, Keel ofreció su opinión de que los fenómenos paranormales y ovnilógicos son, en su mayoría, operaciones de magia negra dirigidas hacia un individuo en particular (el testigo). Si seguimos esta lógica, algo o alguien quiso que la familia inglesa percibiese el “lago encantado” con fines desconocidos. Tal vez para que se bajaran de su automóvil para apreciar el fenómeno de cerca, o para que nadasen hasta el peñón a sacar la espada con la facilidad de un Arturo, o ahogándose en las sobrenaturales aguas y perdiendo sus almas en proceso. De hecho, ¿podemos concebir la posibilidad de semejantes visiones sean trampas para los incautos? Otro famoso caso de lugares “inexistentes” descrito por Colin Wilson en su obra Beyond The Occult nos presenta el caso de una dama que, paseando por una ciudad europea, se encuentra con una calle cuyo aspecto físico contrastaba marcadamente con el del resto del barrio, como si se tratara del decorado para una obra de cine ambientada el siglo XIX. Le era posible ver personas realizando labores cotidianas de aquella época, pero en vez de aventurarse, la testigo siguió de largo. Al volver a dicho lugar poco después, descubrió que la calle decimonónica no existía en absoluto. Cabe preguntarnos si haberse internado en dicha calle “irreal” le hubiera hecho imposible regresar a nuestra época, quedando atrapada o en una época anterior, o una especie de proyección de tipo holográfico. En estos casos a veces envidiamos a los escépticos que sencillamente se deshacen de la intrigante, afirmando que son “habladurías de la gente”.
Pueblos que no existen
En 1947 los dramaturgos Alan Jay Lerner y Frederick Loewe estrenaron una de sus representaciones teatrales más populares: Brigadoon, recordada por muchos por su versión cinematografica con el actor y bailarin Gene Kelly. La trama de esta obra musical se desarrolla en la población escocesa de Brigadoon, victima de un hechizo que hace que el poblado y sus habitantes se mantengan invisibles y apartados del resto del mundo salvo por un día cada cien años en que el pueblo queda visible ante el mundo y puede recibir la visita de forasteros.
Lerner, el guionista, fundamentó su obra en la leyenda acerca de la villa alemana de Germelshausen, recopilada por Friedrich Gerstacker. Al igual que la escocesa Brigadoon, Germelhausen languidece bajo el mismo hechizo.
¿Tendrán ambas poblaciones una comunidad hermana en lo bosques de América del Norte?
En 1971, Donald Weather tenía 17 años y aún le faltaba un año para graduarse de la escuela superior. Acompañado por dos amigos, decidió ir a ver una ceremonia nativoamericana (pow-wow) en la población de Linesville, Pennsylvania, cerca del lago Pymatuning. Se desplazaron por una autopista moderna -- la interestatal 80-- hasta llegar a una salida que, según el mapa de comunicaciones que llevaban consigo, les conduciría a la vera del lago y a la ceremonia en cuestión.
Pero todo comenzó a irles mal desde el momento en que llegaron a la salida de la autopista, perdiéndose en una serie de caminos rurales en la oscuridad (Weather indica su experiencia se produjo entre las 22:30 y 23:00 horas). Al igual que en el caso del ingeniero británico y su cafetín fantasmal, los jóvenes habían salido de la ciudad de Columbus (Ohio) sin haber cenado. En este momento les importaba más llegar a un restaurante que ver una ceremonia indígena.
“De repente”, indica Weather en su escrito para el boletín de la Mid-Ohio UFO Associates (MORA), “hicimos un viraje a la derecha y no habíamos transcurrido más de media milla cuando una oscuridad absoluta nos envolvió”.
La descripción que ofrece el testigo sobre la oscuridad en la que tanto él y sus amigos se vieron sumidos es inquietante: “La oscuridad tenía cierta riqueza, casi podría decirse un espesor, como si nos hubiésemos internado en el corazón de un túnel hecho de pudín de chocolate del que no se escapaba ni la luz. Antes había sido pura oscuridad nocturna – ahora era la oscuridad absoluta propia de las cavernas en la que no puede entrar la luz [...]. El incidente era tan singular que todos nos quedamos callados, si no me falla la memoria. Era como si anticipáramos que algo iba a suceder”.
Weather y sus amigos, presos de la oscuridad total que arropaba el camino vecinal, no sintieron el pánico que esperaríamos en una situación de tal magnitud. El tiempo parecía no haberse detenido, sino carecido de importancia alguna en este extraño vórtice. La negrura total se vio sustituida por la oscuridad de una noche en la ruralía estadounidense.
Los adolescentes comenzaron a ver objetos normales pero que guardaban cierta extrañeza: a cada lado de la calle podían ver los postes del tendido eléctrico, pero más antiguos, indicando que habían entrado en una comunidad. “De todas las cosas raras que vimos a continuación, no puedo decir quien fue el primero en darse cuenta, pero gradualmente, todos descubrimos que no todo estaba bien en este extraño poblado”.
Lo que más impactó a los jóvenes en el automóvil fue el cine del poblado, afuera de cuyas puertas había grupos de adolescentes aparentemente esperando la próxima función, aunque todos iban vestidos a la usanza de la década de 1950 – chicas con faldas acampanadas y tobilleras, chicos de cabello engominado y chaquetas que reflejaban el nombre de su escuela. Más sorprendente aún es que la película que estaba por ver era The Blob, el gran clásico de la ciencia-ficción, que estrenó en 1958.
Weather y sus amigos no daban crédito a lo que estaban viendo. “Todos miramos a la izquierda, conduciendo lentamente, sin poder creer lo que estábamos viendo.”
Lo singular de este caso anecdótico es que los visitantes de otro tiempo eran, por lo visto, claramente visibles a los adolescentes de la década del rock-and-roll. “Mientras que mirábamos a los adolescentes frente al cine, nos fijamos en que ellos también nos miraban y hacían señas, apuntando con sus dedos y con un asombro total dibujado en sus rostros. Luego percibimos coches de aquella época, los grandes y redondos, pero parecían totalmente nuevos. En este momento Ray (el chico que conducía el vehículo) comenzó a preguntar en voz alta si el detenerse en esta población para comer algo era una buena idea. Entonces vimos un coche patrulla de los años cincuenta, con las luces rojas en el techo...eso hizo que saliéramos disparados de ahí”.
Tristemente para nosotros, el relato concluye ahí. Donald Weather no nos indica el momento en que él y sus amigos abandonaron la pseudorrealidad de 1950 y volvieron a su tiempo (1971) o si al salir de aquella población fantasma les fue necesario internarse de nuevo en la zona de oscuridad absoluta.
El caso Weather nos permite analizar estos “lugares que no existen” con un poco de detenimiento. Lo primero es considerar la posibilidad de que tres adolescentes a comienzos de los ’70 habían consumido ácido lisérgico (LSD) o algún otro psicotrópico que les hizo conjurar toda una experiencia anómala (eso en conjunción con el hambre que manifestaban sentir al momento). Siendo MORA una organización de investigación OVNI, es fácil percibir que la intención de incluir esta experiencia de alta extrañeza en su boletín es para promover el marco de referencia de las “memorias pantalla” (screen memories, en inglés) que supuestamente experimentan aquellos que han sido victimas del secuestro por supuestos seres alienígenos, aunque en ningún momento leemos que Weather o sus compañeros de viaje vieron luces extrañas o ninguna manifestación que les hiciera pensar que “un avión se había estrellado” o que les “seguía un helicóptero”, que son las memorias-pantalla mas comunes en estos casos. Y de ser una memoria-pantalla, ¿por qué motivo elegirían los alienígenas memorias de una época y estreno que carecían de significado alguno para los adolescentes? La nostalgia por la década de los ’50, su música y su forma de vestir no se produciría sino hasta mediados de la década de los ’70.
El detalle más importante resulta no ser el misterioso poblado tipo Brigadoon, congelado en 1958 hasta que un desventurado se interne en él, sino la oscuridad envolvente y espesa. Sin tener que recurrir a la ciencia-ficción, nos sería posible pensar en una concentraciones de momentos en el tiempo que se desplazan de un lugar a otro, aleatoriamente, y a los que resulta posible entrar bajo ciertas circunstancias. Y si recurrimos a la ciencia-ficción, recordaremos que Isaac Asimov se valió de una teoría parecida para explicar el predicamento de su protagonista en la novela A Pebble in The Sky (1947).
Whitley Streiber y las casas de piedra
Sin lugar a dudas,Whitley Streiber – genial autor de temas de ciencia-ficción y horror – fue uno de los autores más importantes en el ámbito ovni en la década de los ’90. Su obra Communion (1987) dio a conocer el fenómeno de las abducciones al público no especializado, y sus obras posteriores – Transformation y Breakthrough – no sólo profundizaron en el tema, sino que ampliaron detalles sobre las experiencias vividas por el autor desde su secuestro inicial en una apartada cabaña del estado de Nueva York. Algunas de las experiencias de este destacado y controvertido escritor tomaron lugar no sólo dentro de lo que generalmente consideramos el interior de una “nave espacial”, sino en lugares totalmente apartados de la realidad cotidiana, y en la compañía de otros.
Cierto día en 1989, el autor transitaba en su coche a lo largo de la transitada carretera 17 del estado de Nueva Jersey (USA) con el propósito de llevar a un niño amigo de su familia a un restaurante para encontrarse con su padre, con el fin de que padre e hijo pudiesen desplazarse desde dicho punto hasta la vecina ciudad de Nueva York. El niño, de 12 años de edad, iba sentado a la derecha de Streiber con el cinturón de seguridad abrochado. El vehículo de Streiber llegó a una carretera dividida y el autor descubrió que el restaurante estaba al otro lado del camino, siendo necesario cruzar un puente elevado para bajar al carril opuesto. El autor pudo ver que la camioneta del padre del niño estaba plenamente visible, estacionado afuera del local, y el padre estaba de pie, al lado de su vehículo.
Justo cuando el coche de Streiber se disponía a cruzar el puente, el niño lanzó un grito al aire.
“Y gritó con buenas razones”, explica Streiber en una entrevista concedida a la revista UFO (Vol.5, No.8, 1993 p.23), “porque de repente estábamos dentro de nuestro vehículo, pero en otro mundo. Ya no estábamos en la Carretera 17. Ya no estábamos al lado del centro comercial. Al contrario, estábamos en una carretera de hormigón larga y vacía y de aspecto pristino, preciosa, rodeada de gruesos árboles. No experimentamos ninguna sensación de cambio – sencillamente estábamos ahí. Y el niño gritó al ver el cambio”.
Por espacio de veinte a cuarenta segundos, el autor de The Wolfen y Warday y su jóven pasajero vociferaron, tratando de averiguar dónde estaban. Streiber se dirigió a la primera salida de la autopista, que tenía el aspecto de no haber sido utilizada jamás. “Tan pronto como abandonamos la carretera, comencé a darme cuenta de que algo terrible había sucedido. Detuve la marcha. El chico intentó salir corriendo del vehículo, pero conseguí detenerlo y tranquilizarlo, diciéndole que intentaríamos encontrar el camino de regreso.”
Streiber reanudó la marcha y se encontró en un vecindario de calles inusitadamente amplias y silenciosas. El sol brillaba y los árboles eran verdes y de follaje abundante, pero había un detalle anómalo. Las casas “parecían estar hechas de arenisca, eran de color tostado e idénticas, sin techos, sencillamente superficies planas. En las superficies de arenisca, portaban diseños serpentinos, no parecían en absoluto a las casas que haya visto jamás en este mundo. Y sin embargo”, prosigue el autor, “ahí estábamos los dos, abordo de un Jeep. Y lo peor de todo, lo que me hace enfermar de temor, es que tengo el hijo de otro hombre conmigo. ¿Cómo voy a encontrar la manera de sacarlo de esta realidad?”
Dando vueltas, Streiber pudo percibir un espacio entre el denso follaje – una rampa de acceso. “Me dirigí hacia la rampa, y tan pronto como lo hicimos, nos encontramos en otra carretera a veinte millas de la anterior. Así que tuve que retroceder 20 millas hasta el restaurante”. Streber dejó al chico con su padre y por supuesto, el joven no dudó en contarle la extraña odisea. Padre e hijo se pasaron el resto de aquel día buscando la misteriosa carretera que conducía a las casas de piedra, pero nunca la encontraron.
“Dos semanas después”, dice Streiber, “intenté buscar la carretera yo mismo y no pude encontrarla. No la hemos vuelto a ver. Es la clase de cosa que me sucede con frecuencia. Puesto de otra manera, vivo en una situación en que sospecho que lo que percibimos como la realidad no es real. Esto no es real. Esto es algo que tiene el aspecto de ser real, que parece ser real, pero es tan solo parte de la trama”.
Obras Consultadas:
Dash, Mike. Borderlands. Nueva York: Random House, 2000.
Keel, John A. The Mothman Prophecies, Nueva York: Signet, 1975.
MORA (Mid-Ohio UFO Associates). “UFOs and the Millennium”, 1997
UFO Magazine. Vol.5, No.8, 1993 p.23.
Wilson, Colin. Beyond The Occult. Nueva York: Carroll & Graff, 1988.
IslamAwareness, http://www.islamawareness.net/Jinn/ (información sobre los jinas)
1 Comments:
Tío, te lo has currado mucho! tengo que tomarme un rato para leerlo bien.
Saludos!
Thingol
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