La Antártida: misterios e intrigas
La Antártida: misterios e intrigas
Por Scott Corrales, 2011
La australiana revista NEXUS se ha convertido en el repositorio de toda clase de información considerada “subversiva”, desde trabajos extensos sobre la fusión fría y energías alternativas suprimidas por el gobierno hasta medicinas y remedios marginados por las grandes farmacéuticas. Los ovnis y el misterio paranormal también han ocupado lugares de honor en las páginas de NEXUS, aunque muchos críticos la han tildado de disparatada, fantasiosa, exagerada y otros calificativos que el lector ya puede imaginar.
Algunas de los casos que se dan por buenos en NEXUS incluyen uno del 2005 (Vol. 12, No.6) sobre la supuesta presencia de los restos del Tercer Reich en la Antártida – otro tema que da mucho que comentar y que hemos abordado en otros trabajos. Esta narración tiene todo el atrezzo de una película de pulpa de los años ’50, y se prestaría para una futura aventura del Indiana Jones de Spielberg y Lucas. Pero tomando esto en cuenta, hay un detalle que hace de lo siguiente un tema muy interesante.
El autor James Robert ofrece en su trabajo los “recuerdos del último sobreviviente de una campaña militar británica contra los nazis en Neuschwabenland – parte de la “Tierra de la Reina Maud” que sale en los mapas y globos terráqueos. Según Robert, esta narración fue ofrecida en dos ocasiones distintas por el mismo sobreviviente.
El protagonista de la hazaña fue enviado primero a Gibraltar y luego a las Malvinas (islas Falkland) en 1945, donde conoció al oficial encargado de la misión al polo y a un noruego que había luchado en la resistencia de su país contra el nazismo. La misión consistía en investigar las actividades anómalas en la cordillera Muhlig-Hoffman, partiendo de la base británica en Maudheim, el asentamiento semi-permanente de los noruegos. “Quedamos intrigados ante lo que nos contaron. Ninguno de nosotros había escuchado algo tan fascinante o aterrador. No era comúnmente sabido que los nazis habían estado en la Antártida en 1938-39, y aun menos conocido que Inglaterra había establecido bases secretas en la Antartida como respuesta a ello.” La base Maudheim supuestamente quedaba a doscientas millas de la supuesta base del Reich.
Según el relato que nos presenta Roberts, los alemanes habían descubierto un túnel antiguo en la cordillera. Espías británicos habían localizado esta formación geológica, enviando un mensaje entrecortado sobre “hombres polares, túneles antiquísimos y nazis”. Ahora una nueva expedición hallaría la respuesta a estas tres intrigantes.
Aquí comienza la aventura: los soldados ingleses llegaron al polo sur en avión, se montaron en tractores de nieve, solos y sin respaldo alguno, hasta llegar a Maudheim, que estaba totalmente abandonada. Se encontraron con uno de los espías que había transmitido el mensaje y que mantenía cautivo a uno de los “hombres polares”, que llegó a matar a uno de los recién llegados antes de fugarse. Según la descripción, estos semihumanos eran caníbales.
El segundo enigma – el túnel – resultó estar en uno de los famosos valles secos de la Antártida, y se extendía por millas hasta una enorme cueva subterránea que los nazis habían convertido en una base con todo y atracaderos para submarinos. Según Roberts, “el sobreviviente informa que habían encontrado hangares para aviones extraños y un sinfín de excavaciones”.
“El misterio de los hombres polares,” explica Roberts en su escrito para NEXUS, “no fue explicado de manera satisfactoria, pero se explicó de igual manera como un producto de la ciencia nazi. También se explicó el misterio de como los nazis obtenían energía, aunque no de manera científica. La fuerza empleada provenía de la actividad volcánica, que les daba calor para producir vapor y ayudaba también a producir electricidad, aunque los nazis habían aprendido a dominar una fuente de energía desconocida”.
La autopsia de uno de los “hombres polares” – muerto durante una escaramuza – permitió determinar que era “humano”, pero capaz de producir más pelo y resistir el frió con mayor eficacia. Este cadáver fue colocado en una bolsa para permitir un examen minucioso posteriormente.
La narración de Roberts acaba como un thriller: una lucha contra nazis, explosiones, persecución por los infrahumanos, el escape de unos cuantos y claro, la separación de los sobrevivientes al finalizar la misión, con órdenes de “nunca volver a hablar sobre el asunto”. Cinco años después de la misión a la Antártida dice el sobreviviente: “Maudheim y Neuschwabenland fueron visitadas de nuevo (en febrero de 1950) pero principalmente con el fin de ver lo que habíamos destruido. Durante los años intermedios entre las misiones, la RAF realizó vuelos de reconocimiento constantes sobre Neuschwabenland”.
Amén de los detalles rocambolescos que la convierten en una historia muy entretenida, la presencia de los supuestos “hombres polares” es interesante. Sabemos que la ciencia nazi acostumbraba experimentar con prisioneros, y es muy posible que los tratamientos diseñados a crear supersoldados resistentes al frío figurase entre sus actividades: sueros para aumentar la temperatura del cuerpo, fomentar el hirsutismo...podemos imaginar cualquier cosa del régimen que nos dio a Josef Mengele.
En la década de los ’60, el periodista estadounidense Frank Edwards, famoso por sus programas de radio en la Mutual Broadcasting Network, escribía sobre la “Unidad 731” del ejército imperial japonés, creado en 1930 para realizar experimentos sobre sujetos vivientes en Manchuria. Estos nefastos practicantes de la medicina experimentaron por lo general con virus y otros agentes de guerra bacteriológica bajo la dirección de Ishii Shiro, el “Mengele japonés”. Se cree actualmente que las muertes de un cuarto de millón a un millón de seres humanos en China se deben a los virus creados por Shiro.
Pero los experimentos abominables de la Unidad 731 y sus equipos afines rayaban en la locura: vivisección de hombres, mujeres y niños (muchos de ellos concebidos por los médicos con prisioneras), amputación de extremidades para colocarlas en distintas partes del cuerpo, reconexión de órganos internos con otros...en fin, procedimientos dignos de uno de los círculos más bajos del infierno de Dante, o del “Reanimator” de H.P. Lovecraft. Es muy posible que los sádicos al servicio de Ishii Shiro hayan llevado sus experimentos más allá de todo esto. Frank Edwards informaba en su libro que décadas después de la segunda guerra mundial, agentes del FBI (como si de Expedientes X se tratara) encontraron documentos que habían formado parte de los archivos del alto mando japonés. Estos escritos indicaban que los científicos al servicio del ejercito habían experimentado con seres humanos, colocándoles branquias de tiburón y otros órganos necesarios para permitir la respiración submarina. Estos verdaderos “hombres peces”, según el material de Edwards, fueron capaces de respirar bajo el agua antes de morir. Se realizaron experimentos con órganos procedentes de otros mamíferos conocidos por su capacidad de aguantar la respiración bajo el agua....
Si hay algo de cierto en los escritos de Edwards, y no son meramente pulpa de los ’60, ¿podemos dudar que los médicos nazis hayan conseguido crear “hombres polares?”
“La Antártida era un secreto”, declara una de las fuentes de Alemania Oriental, ex-oficial de la Kriegsmarine, consultadas por John Roberts en su escrito, “pero subsistían los rumores, y sería un refugio sólo para aquellos de mayor dedicación. La mayoría de los que poseían conocimiento detallado sobre Neuschwabenland no llegó a ver el final de la guerra, y aquellos que lo lograron, acabando fusilados, se suicidaron, o fueron a parar al gulag ruso. Los que fueron capturados por los ingleses tuvieron mejor suerte, pero después de ser interrogados, se les prohibió que volviesen a mencionar sus hazañas durante la guerra. Los alemanes guardaron silencio ante el peligro de que sus antecedentes militares se diesen a conocer, y esto ayudó a los aliados a suprimir la verdad”.
Y los aliados tenían una verdad que suprimir: las declaraciones realizadas por el legendario almirante Richard Byrd, quien a su regreso de la Antártida en 1947 ,supuestamente dijo que era necesario que EE.UU. “tomase acciones defensivas contra los interceptores enemigos que provienen de las regiones polares”. La unión americana, según Byrd, “podía verse atacada por interceptores capaces de volar desde un polo al otro a velocidades increíbles”.
El uso de las islas Kerguelen por la Kriegsmarine durante la guerra, supuestamente para “atacar los buques mercantes de los aliados”, adquiere importancia si vemos este puerto—libre de hielo el año entero-- como un punto de abastecimiento para cualquier base u operación realizada en la Tierra de la Reina Maud. Y es que las Kerguelen son bastante misteriosas de por sí, lo suficiente como para haber figurado en la novela “The Narrative of Arthur Gordon Pym” (1838) de Edgar Allan Poe, cuyo protagonista visita dichas islas. Pero nos referimos concretamente a lo que se llegó a conocer en su momento como “el incidente Vela” o el “destello del Atlántico Sur” – un fenómeno inusitado que tomó lugar el 22 de septiembre de 1979, cuando un satélite Vela detectó lo que muchos tomaron por una explosión nuclear. Numerosos comités e informes trataron de echar por tierra el suceso, achacándolo a un error del equipo o al impacto de un micrometeorito contra el satélite. Otros temieron que pudiese ser un evento parecido al de Tunguska, pero en las ignoradas aguas del Antártico. La Agencia Nacional de Seguridad de los EE.UU. daba por seguro que se trataba de una explosión atómica – posiblemente una prueba realizada por la república sudafricana, tal vez usando artefactos comprados a Israel (la “Operación Fenix”). Sin embargo, la Agencia Internacional de Energía Atómica declaró en fechas posteriores que todos los posibles artefactos atómicos en manos sudafricanas estaban contabilizados. La proximidad de las Kerguelen – territorio francés – llevó a muchos a pensar en pruebas secretas de los franceses. Pero, ¿pudo haber sido un despliegue de fuerzas de los enigmáticos inquilinos del polo sur?
Sobre el asunto de la existencia de “instalaciones subterráneas” en el más frío de los continentes, Jim Marrs – citando al escritor R.A. Harbinson-- señaló que “en cuanto a la posibilidad de los alemanes pudiesen construir fábricas e instalaciones subterráneas en la Antártida, basta solo con señalar que los centros de investigación de la Alemania Nazi fueron enormes logros de la construcción, con túneles de viento, talleres de maquinado, plantas de ensamblaje, plataformas de lanzamiento, intendencias y alojamiento para todos los trabajadores – y aun así, pocos sabían de su existencia”.
Para no quedarse atrás, la guía “Antarctica” de la serie Lonely Planet hace mención del descubrimiento de las colinas desheladas del continente blanco y el lago en el que piloto David Bunger aterrizó su hidroplano en el mes de febrero de1947. Las colinas de Bunger – “Bunger Hills”, de 780 kilómetros cuadrados de extensión – causaron frenesí cuando se anunció su descubrimiento. Los titulares de prensa proclamaron la existencia de un “Shangri-La antártico”, que según Lonely Planet, fueron el motivo de muchas películas de ciencia-ficción sobre regiones tropicales en la Antártida ocupadas por dinosaurios.
1 Comments:
me encanta esta informacion!
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