¡Contagio! Las pandémicas de ayer y hoy
¡Contagio! Las pandémicas de ayer y hoy
Por Scott Corrales
Este mes estrena otra película sobre un virus que casi aniquila a la especie humana y/o que cambia el curso de la sociedad contemporánea. Digo “casi” porque sabemos que todo se resolverá en los últimos minutos del largometraje. Contagion, con un reparto que incluye destacados actores como Jude Law, Kate Winslet y Matt Damon, nos presenta una pandémica y los médicos que se esfuerzan por hallar un antídoto mientras que la sociedad se desmorona a su alrededor. Otros ejemplos de esta clase de cine catastrofista incluyen Bird Flu (2008), 28 Days Later (2003) y otras por el estilo.
A pesar de que en la vida real enfrentamos amenazas de corte biológico (H1N1, Ebola, SARS y otras crisis que llenaron los titulares de prensa en su momento) parece que nos hemos librado de acabar como los guiones que nos ofrecen los directores del cine de biohazard – para darle algún nombre. Pero si investigamos un poco, descubrimos que nuestra sociedad casi se ha venido abajo por situaciones parecidas. Y tampoco hay que remontarse a la época de la peste bubónica.
El año era 1872, y Estados Unidos se recuperaba de la Guerra de Secesión cuando sucedió algo insólito. En las calles de Boston y Nueva York era posible ver hombres acoyundados, tirando de carretas y vagones como si fuesen bestias, llegando inclusive a tirar de los primitivos tranvías de aquella época. No había forma de acarrear carbón para calentar las casas, y mucho menos para hacer entregas de víveres. Los calores del verano acrecentaban el hedor de la basura que quedaba en las calles sin recoger, por más mano de obra que se utilizara. El pánico comenzaba a sentirse en todas partes a la par que cesaba el comercio y aumentaba la tasa de desempleo.
¿Se trataba acaso de alguna invasión que los libros de texto prefirieron olvidar? ¿Una crisis política desatada por los gastos de la reconstrucción del sur del país, totalmente destruido por el conflicto entre hermanos? Nada parecido.
En ese año se desató la Gran Epizootia, apoderándose la unión americana de una costa a la otra, negándole a la joven nación (que no cumpliría su centenario sino hasta 1876) la fuerza que necesitaba para desenvolverse: fuerza motor suministrada por los caballos.
La epizootia es una enfermedad que afecta a un número inusual de animales del mismo tipo, según los diccionarios. Según los expertos del siglo XIX, un virus equino cuya procedencia aún se ignora entró al país por la frontera canadiense, afectando el ganado caballar en proporciones masivas. Se estima que cinco millones de caballos, representando más de una cuarta parte de la cantidad disponible en el país, sucumbieron por motivo de la epidemia.
La Gran Epizootia se hizo sentir a fines de septiembre de 1872, y los veterinarios no podían lidiar con todos los casos que se presentaban, amén de no poder encontrar una respuesta al enigma que se les venía encima. Algo quedaba claro: los casos más cruentos se presentaban entre los caballos que vivían en establos citadinos y que ofrecían la fuerza motriz para los tranvías y carretas. Para fines de octubre de ese año, la cifra de muertes equinas ascendía a doscientos ejemplares al día, y los grandes periódicos dedicaban sus titulares plenamente a la Gran Epizootia, ignorando las demás crisis y sucesos que afectaban al mundo en aquel momento. Sin los animales, el servicio de entregas de todo tipo quedaba imposibilitado: ni comida, ni combustible, ni correo. Otras urbes del noroeste de EE.UU. corrieron la misma suerte, aunque otras, como Savannah y Nueva Olreans en el sur, no tuvieron tantas muertes que lamentar.
El peor momento de la crisis ocurrió en noviembre de 1872, cuando se desató un fuego en la ciudad de Boston y el servicio de bomberos carecía de los caballos necesarios para mover su rústico equipo para combatir incendios. En un intento desesperado por conseguir un remedio a la situación, los bomberos se valieron de bueyes para transportar el equipo, aunque con resultados poco satisfactorios. El resultado fue que Boston ardió por tres días seguidos, dejando un saldo de seiscientos edificios destruidos y pérdidas que ascendían a setenta y cinco millones de dólares – una cifra alucinante para fines del siglo XIX. El “wild west” norteamericano tampoco se salvó de la crisis. Los regimientos de caballería, diezmados por la epizootia, tuvieron que luchar contra las tribus apache y lakota a pie.
La comunidad científica hizo lo posible por encontrar alguna forma de poner fin a la Gran Epizootia, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. El saber veterinario de la época no estaba al nivel de la pandémica, y al igual que en la ficticia “Guerra de los Mundos” de H.G. Wells, fue la naturaleza la que puso fin a la crisis: el duro invierno de 1872-73 acabó con la epizootia, y el país entero, minado por la crisis, se vería sumido en el Pánico de 1873 – una crisis económica que perduraría por seis años. Con el paso del tiempo, la ciencia descubriría la gripe equina en sus dos variantes – H7N7 y H3N8.
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