John Keel: Sobre el mundo de lo forteano
John Keel: El mundo de lo forteano
(condensado del libro Disneylandia de los Dioses)
Traducción de Scott Corrales para Arcana Mundi
Precisamente a las 9:18 am la mañana del 19 de febrero, un gran fregadero de reluciente porcelana y brillante cromo cayó desde un cielo sin nubes hasta el patio de un tal Waldo Yentz, destruyendo un rosal en el proceso. En un arranque de ira, el Sr. Yentz llamó a la policía, la prensa, la agencia federal de aviación, la fuerza aérea y a su anciana tía en la población de Toledo, Ohio. Grandes cantidades de curiosos se apiñaron en el patio de los Yentz para ver el pedazo de fontanería celeste.
Un sapientísimo profesor de una universidad cercana convocó una rueda de prensa con gran prisa para anunciar que el fregadero había caido, obviamente, de un avión volando a gran altura. No se dignó a visitar el patio de los Yentz, indicando que con haber visto un fregadero era como verlos a todos.
Por otro lado, la fuerza aérea dijo a los periodistas que el objeto debió haber caido desde un camión que transitaba por la carretera principal, que solo quedaba a milla y media del patio de los Yentz. La tía del Sr. Yentz opinó que el evento señalaba que Dios estaba enojado con alguien. Su esposa, Shirley, le dijo a los curiosos que nunca le había gustado aquel vecindario y que la súbita aparición del fregadero no le sorprendía en lo más mínimo.
Cualquier cosa podía suceder en un barrio tan malo.
Lo que ignoraba el matrimonio Yentz es que esa misma semana, un suburbio de Moscú estaba siendo bombardeado por fregaderos de cocina, y que el rotativo Pravda les había denunciado como un complot de los capitalistas. En el Hyde Park de Londres, un columbario resultó desnucado por un pedazo de fontanería voladora el mismo día que quedó destrozado el rosal de los Yentz. Al otro lado del mundo, en Nueva Guinea, los nativos quedaron intranquilos al ver caer de los cielos un gran orinal. Acto seguido, le construyeron un templo y se pusieron a adorarlo.
Las noticias de los fregaderos volantes viajó lentamente, puesto que las agencias noticiosas estaban preocupadas, como siempre, con las confusas respuestas de los políticos, rumores de guerra, y encubrimiento tras encubrimiento. Pero poco a poco, informes sobre la fontanería fugaz fueron recopilados por casi 1,500 personas alrededor del mundo, que se dedican a hacerse cargo de tales noticias. Al cabo de algún tiempo, producirían un informe final de gran tamaño, acusando a los gobiernos mundiales de encubrir la verdad sobre los fregaderos que caen del cielo y reclamando que las Naciones Unidas organice un equipo de estudiosos para tomar cartas en el asunto.
Se les ignoraría, por supuesto.
Pero están acostumbrados a que no se les haga caso. Es prueba fehaciente de que existe una conjura mundial cuyo objetivo es la supresión de la verdad.
Estas personas se autodenominan forteanos. Se odian entre sí con pasión y sospechan de todos los demás. Cuando la primera Asociación Forteana se formó en 1932, el hombre en cuyo honor se había nombrado la organización, Charles Fort, se negó rotundamente a participar. Refunfuñó que se uniría a los Caballeros de Colón antes que nada. La gaceta de la organización, Doubt, se publicó al azar en intervalos de un ejemplar cada dos o tres años, y la posición de su editor era que estaban en contra de todo y de todo el mundo. Aquellas situaciones que no fuesen conjuras gubernamentales eran, ciertamente, complots producidos por los militares y los científicos. Los forteanos modernos ven al mundo dominado por una gran alianza militar, religiosa e industrial y que nos lleva a la ruína y la condenación eterna. Como cada forteano tiene una teoría para explicar las extrañas cosas que está investigando, y como cada teoría contradice a las otras, el mundo de los forteanos es uno amores propios heridos y sentimientos malqueridos. Los forteanos no solo esperan que se les ignore, sino que lo exigen.
Desfile de los condenados
A pesar de todo, cuando por fín hayamos salido del siglo veinte de algún modo u otro, tal vez miremos hacia atrás y nos demos cuenta de que la figura de Charles Hoy Fort supera a las de Churchill, Einstein, Edison y los otros supuestos gigantes de este siglo que devoró santos y cagó tiranos. Fort apretó las ubres de la vaca sagrada que es la ciencia, y nos hizo reconocer que vivíamos en una era de milagros--una era en la cual podían llover fregaderos desde las alturas y adonde podían verse hombrecitos verdes de algún otro sitio jugar en los parques de nuestras ciudades. Nos llamó la atención a cosas que siempre habían estado ahí. Se dedicó a catalogar COFULUGARES (Cosas FUera de LUGAR) y COCACIELOS (Cosas que Caen de los CIELOS).
La desventura de Fort consistió en vivir en una época en la cual se les estafaba y engañaba a los escritores, y se les esperaba morir de hambre (no muy distinto de la década de los ochenta). A la edad de los dieciocho se convirtió en el editor de The Independent, rotativo publicado en Queens, N.Y., que murió tras de algunos cuantos ejemplares. En 1893, a la edad de diecinueve, emprendió una caminata alrededor del mundo. A dicha edad ya era un jóven imponente, de casi seis pies de altura, un tanto gordo, con un bigote a la moda de esos días y gruesos anteojos sobre su nariz. Su abuelo, John Hoy, costeó sus aventuras al proporcionarle la extravagante suma de veinticinco dólares por mes--mas que lo suficiente para vivir bien en aquelos días.
Siguiendo la tradición de todo jóven aventurero, durmió bajo las estrellas al lado de las vías ferroviarias, pasó hambre, y soño con los días de gloria por venir en los cuales sus viajes servirían como fuente de inspiración para inmortales novelas y cuentos. Pero contrajo una fiebre en Sudáfrica...una enfermedad misteriosa, quizá malaria, que le aquejaría el resto de sus días. Regresó a Nueva York, hecho un infeliz titiritante, donde una chica inglesa, Anna Fililng, le ayudó a convalecer. Se casaron el 26 de octubre de 1896, y no fueron felices para siempre. Obsesionado con escribir, Charles Fort quedó condenado a pasar muchos años al márgen de la sociedad, siendo apenas capaz de pagar el alquiler de una serie de desagradables cuartos amueblados. Trabajó en un número de oficios: portero de hotel, sereno, lavaplatos. Durante los inviernos fríos tuvieron necesidad de quemar los muebles para mantenerse calientes. Al llegar a los treinta años de edad, Fort había escrito diez novelas. Sólamente una de ellas, The Outcast Manufacturers ("Los fabricantes de rechazados"), llegó a ser publicada, y no fue un éxito comercial.
Sin embargo, el sentido del humor de Fort le permitió escribir cuentos que recibían buena acogida comercial. Theodore Dreiser, un jóven editor de la revista Smith's, en 1905, dijo años más tarde: «Fort me vino a ver con las mejores historietas de buen humor que he visto producirse en América. Compré algunas de ellas--Richard Duffy de Tom Watson's, Charles Agnew McLean de The Popular Magazine y a otros más nos encantaba hablar de Fort y su futuro. Era una nueva y poco común estrella literaria».
A pesar del auge en la demanda por sus cuentos, se le hacía difícil a Fort ganarse el pan. « No me han pagado por un solo cuento desde mayo », apuntaba en su diario con fecha de diciembre de 1907. «Me quedan dos dólares. Watson's me ha timado por la suma de $155 dólares. Dreiser me ha devuelto dos cuentos que me prometió que compraría, una ya estaba anunciada para el ejemplar siguiente...Todo está empeñado...No puedo escribir. No puedo hacer nada más para ganarme la vida. Tengo la mente llena de imágenes en las cuales me corto la garganta o me tiro por la ventana de cabeza»
En sus primeros diarios, apuntes y cartas (conservados hoy día en la Biblioteca Pública de Nueva York), Fort se quejaba de depresiones frecuentes y negros humores suicidas. Acto seguido tendría arranques de escritura en los cuales produciría cuentos y novelas al dos por tres. Tenía una personalidad de psicosis maníacodepresiva, y es muy posible que los síntomas de tipo malaria que sentía eran un malestar físico de la clase que aquejan a personas con ese tipo de personalidad.
A los 32 años, comenzó a pasar más y más tiempo en la Biblioteca Pública de Nueva York. Hojeando unas revistas científicas viejas, se topó con algunos casos inexplicables y extraños. Se dió cuenta que los diarios, revistas y gacetas del siglo diecinueve estaban atestados de tales sucesos: extraños objetos vistos en el cielo, criaturas y maquínas insólitas saliendo de los mares, objetos extraños cayendo desde el cielo--todo desde grandes cantidades de carne cruda hasta columnas de piedra labrada. La gente y objetos desaparecían repentinamente, solo para reaparecer al otro lado del mundo. Huellas humanas y objetos hechos por el hombre aparecían una y otra vez en minas de carbón y estratos geológicos de millones de años de edad.
Fort anotaba estos sucesos en pedazos de papel moreno, escribiendo sus apuntes en su clave particular. Dia tras dia, mes tras mes, año tras año, los apuntes se acumularon hasta que tenía miles de ellos. En 1915, a la edad de 41, comenzó a organizar estos apuntes para un libro que pensaba titular X and Y. Nunca llegó a concluirlo, rechazándolo a favor de otra idea--un libro que aparecería eventualmente con el título The Book of the Damned. En mayo de 1916, su tío, Frank Fort, falleció, dejándole una pequeña herencia, lo suficiente como para mantenerlo a él y a Anna por el resto de sus vidas. La larga odisea había llegado a su fin. El matrimonio Fort se mudó a un pequeño apartamento en el Bronx.
Cuando The Book of the Damned estuvo listo, editores leyeron los primeros renglones con recelo y se taparon las narices:
Un desfile de los condenados.
Por condenados, me refiero a los excluídos.
Tendremos un desfile de los datos que la ciencia ha
excluído.
Batallones de los malditos, capitaneados por los pálidos datos que he exumado, se pondrán en marcha. Los leerán--o seguirán marchando. Algunos de ellos lívidos, otros de ellos llenos de fuego y algunos de ellos putrefactos.
Para ésta época, Theodore Dreiser se había convertido en uno de los novelistas más destacados del país. También era el defensor principal de la obra de Fort. Tomó el manuscrito de The Book of the Damned y lo llevó a su propio pubicador, Horace Liveright, y lo puso sobre su mesa. Liveright lo leyó a regañadientes y se quejó: «No puedo publicar esto. Perderé dinero.» Dreiser le dijo sencillamente: «Si no lo publicas, me pierdes a mí.»
Tierras Nuevas
El mundo literario recibió The Book of the Damned con entusiasmo reverencial. Los críticos de prensa y revistas alabaron el rarísimo texto. Hombres de la talla de Booth Tarkington, John Cowper Powys, Ben Hecht y Tiffany Thayer, todos ellos luminarias de su tiempo, elogiaron a Fort. «Soy el primer discípulo de Charles Fort.» escribió Ben Hecht en el Daily News de Chicago. «Ha lanzado un ataque temerario en contra de la locura acumulada por cincuenta siglos...No importa cual es el propósito de Charles Fort--me ha entretenido más que cualquier hombre que haya escrito un libro en éste mundo.»
La reacción de Fort ante la publicación de su primer libro desde la malograda novela de la década anterior fue la de caer en una profunda depresión. Echó mano de sus notas--casi 40.000 de ellas---y les dió fuego. Entonces, él y Anna hicieron sus maletas y se fueron a Inglaterrra. Fort creía que su libro había sido un fracaso(las ventas no fueron muy buenas) y que había desperdiciado su vida. Contaba con 46 años de edad.
Fort y su mujer vivieron en Londres por ocho años. No sabemos que hacía Anna para entretenerse mientras que su marido se iba al Museo Británico para husmear revistas polvorientas y libros viejos. En las tardes se unía muy a menudo con los haraganes en la Esquina de los Habladores en Hyde Park para entretenerse en tertulias. Escribió su segundo libro, New Lands ("Tierras nuevas"), en Londres. Se dedicaba principalmente al tema de los "terremotos aéreos", las explosiones que han surgido del cielo por cientos de años y en muchas partes del globo. En fechas recientes, este fenómeno se ha dado en el noreste de los Estados Unidos entre los meses de enero y febrero. Las "autoridades" han dicho una y otra vez a los reporteros que los sonidos se deben a aviónes de reacción a chorro, principalmente el Concorde supersónico. Se les olvida decir que el fenómeno es uno muy viejo. que se daba en épocas antes de que el Concorde, o los aviónes en sí, se hubiesen inventado.
Fort imaginó, en son de burla, una tierra en el cielo que servía de punto de despegue a toda la basura que nos sigue cayendo encima. Por ejemplo, enormes bloques de hielo se han estrellado através de los techos de las casas por cientos de años, de vez en cuando matando a individuos y cabezas de ganado. Hoy día, cuando un trozo de hielo que pesa más de cincuenta libras se precipita por el techo de la sala de alguna familia, nuestras "autoridades" anuncian que cayó de algún avión que pasaba por allí. Hasta tienen el descaro de decir que son deshechos de los baños del avión, pero, por supuesto, cualquier piloto les dirá que no hay manera alguna de que un baño pueda chorrear agua durante un vuelo, pero las autoridades no se dignan a cotejar los detalles. Fort se mofó de estas caídas de hielo y llegó a sugerir que podrían haber grandes campos de hielo aéreo allá arriba. Una idea tonta, pero hace unos años, la NASA sugirió lo mismo. A cientos de millas de altura en algun sitio hay, tal vez, tierras nuevas de hielo.
Los críticos de Fort, mayormente miembros de la élite científica que jamás se han dignado a leer sus libros, se quejan de que sus principales fuentes de información fueron periódicos. Esto no es cierto. Tomó gran esmero en citar todas sus fuentes de información en sus libros y la mayoría de ellas son gacetas científicas, principalmente de astronomía. Fort se complacía en señalar las necedades de los astrónomos, condenándolos con sus propias palabras.
«No me imagino como ha de ser la mente de un astrónomo, pero me la imagino como un chisporroteo con excusas dándole vuelta.» escribió en New Lands.
Cada generación de astrónomos desecha todas las teorías de la generación previa y las re-emplaza con teorías de cosecha propia. Nuestras sondas espaciales han desmentido los mitos mas arraigados de la astronomía moderna. Lástima que Fort no estuviese vivo para ver las acrobacias intelectuales de los años sesenta. Los astrónomos vieron que estaban errados sobre mucha de la información básica del sistema solar, por ejemplo, la temperatura del planeta Venus, la edad de la Luna, la rotación de Mercurio, la topografía del planeta Marte. Hasta 1960, los principales astrónomos se rehusaron a admitir la posibilidad de la vida extraterrestre. Entonces la NASA comenzó a enseñar bonitas sumas de dinero--dólares de los contribuyentes--para usarse en la investigación de la vida en otros mundos. Los astrónomos cambiaron de idea. De repente nos dicen que deben haber millones de mundos habitados en el cosmos. Algunos científicos crearon la exobiología, el estudio de la vida extraterrestre. Como no tenemos muestras de tal vida, y como todos nuestros esfuerzos con radiotelescopios, etc. no han podido hallar ni un solo planeta fuera de nuestro sistema solar, es súmamente difícil investigar dicha vida. Se perdieron muchos millones de dólares en el sumidero de la exobiología. Ahora que se ha acabado lo que se daba, los astronomos han vuelto a asumir sus opiniones de la época posterior a 1960.
El timo astronómico de mayor envergadura de la década de los setenta fue el Hoyo Negro. Comenzó como un elemento insignificante en una novela de ciencia ficción publicada hace treinta años. Fundamentalmente, es el concepto de que una estrella agonizante se encoge hasta formar una masa sumamente densa--tan pesada que la luz no puede salir de ella-. Por ende, es invisible y no tenemos manera alguna de detectar su presencia. El escritor científico Fred Warshofsky lo dice de la siguiente manera: «El físico afuera del hoyo negro no puede sacarle ninguna información interior y no tiene manera alguna de entender las leyes que lo gobiernan. Sin entender eso, no tiene por qué buscar las leyes porque no tendría manera de entenderlas.»
El Hoyo Negro es una teoría indisputable porque no hay manera de probarla o rechazarla. Perfecto para el uso de las películas de Walt Disney.
Maniáticos y excéntricos
Fort no estaba en contra de los astrónomos. Le daban risa. Pero las demás ciencias son igual de divertidas. Los arqueólogos se han encargado de enterrar más de lo que han desenterrado...echando a un lado lo que no cabe en sus teorías. Por ejemplo, nos dicen que América del Norte estaba habitada exclusivamente por indios hasta la llegada de los europeos. Hacen caso omiso de todas las torres de piedra y estructuras que se hallan en todas partes del continente (inclusive millas de caminos pavimentados) cuando llegaron los europeos. Fort catalogó toda clase de objeto metálico, desde espadas hasta hachas y monedas, que han sido halladas y fechadas como precolombinas. Alguien estaba extrayendo carbón y minerales en este país, y sacando petróleo en Pennsylvania, mucho antes del primer viaje de Colón. Pero antes de tener que luchar contra el misterio de aquellos norteamericanos misteriosos, los arqueólogos han optado por no hacer caso a estos artefactos.
La cobardía intelectual es solamente uno de los problemas de la comunidad académica. Fort les embarró las narices en el desperdicio generado por sus tonterías y falta de educación. No era secreto entonces, ni ahora, que las publicaciones académicas tienen por mira proteger a los ineptos y ocultar la ignorancia. Personas que no tienen nada que decir, carentes siquiera de la habilidad de decir nada, pueden ocultarse tras el método académico por una vida entera.
«Hablaré como un científico.» apuntó Fort. «Dijo Isaac Newton: si no existe cambio alguno en la dirección de un cuerpo en movimiento, la dirección del cuerpo en movimiento no cambia. Pero--añadió--si algo cambia, entonces se cambia hasta donde se puede cambiar.¿Como determinan los geólogos la edad de la piedra? Pues por los fósiles que hallan en ella. ¿Y como determinan la edad de los fósiles? por las piedras en donde las hallan. Habiendo comenzado con la lógica de Euclides, prosigo con la sabiduría de un Newton.»
«Considere cualquier cosa de naturaleza sociológica que haya existido,» escribió Fort. « que jamás ha habido ni arte, ni ciencia, religion o invención que al principio no estuviese de acuerdo con el ambiente establecido, visionario, ridículo a la luz de lo que vendría después, inútil en su incepción, y resistido con tal fuerza por las fuerzas establecidas de tal modo que, aparentemente anímandolo y protegiéndolo, había algo en el que le hizo sobrevivir para ser de uso en el futuro, no obstante su inutilidad actual. Tambíen existen datos que nos llevan a aceptar que todas las cosas se demoran y son protegidas y preparadas, sin que se les permita desarrollar hasta el momento indicado...Uno de los secretos más grandes que se ha descubierto eventualmente fue chismorreado por siglos por todas las cazuelas y teteras del mundo--pero el secreto de la máquina de vapor no podía ser revelado ni al mas grande o pequeño de los intelectos hasta que llegase el tiempo de que se coordinase éste con los otros fenómenos y requisitos de la era industrial.»
En su propia manera de expresarse, Fort se puso a redefinir lo que los teólogos llamaban predestinación. Sabía que el presente no controla el futuro pero, que de alguna manera, el futuro controla el pasado de algún modo. Si Adolfo Hitler hubiese nacido en Bolivia, por ejemplo, veinte millones de cadáveres estarían vivos. Pero el futuro necesitaba a Hitler porque necesitaba la bomba atómica y los accesiorios que le acompañan, capaces de destruír el
planeta. No hubiésemos desarrollado la "máquina del Juicio Final" si no nos hubiésemos embarcado en un programa que tenía por mira aplastar a Hitler. No solamente fracasamos en salvar a veinte millones de personas, sino que construímos el patíbulo de la especie humana. Incapaces de leer el futuro, somos Napoleones dirigiéndonos ufanos hacia Waterloo.
Fort y su mujer refresaron a Nueva York en 1929, justo a tiempo para ver el derrumbe de Wall Street. Por suerte, Fort había invertido su pequeña herencia sabiamente y pudo mantenerse a flote. Volvieron a vivir en el Bronx y comenzó a trabajar en su próximo libro, titulado Lo!. En un nuevo asalto a la astronomía, ennumera muchos informes de objetos aéreos no identificados. Sentado en su despacho, Fort mecanografió dos oraciones sencillas que identificarían, definirían y tocarían sobre el misterio de los ovnis y la única explicación posible.
«Cosas o criaturas luminosas y desconocidas,» observó Fort.«se han visto a menudo, a veces cerca de la tierra y a veces alto en los cielos. Pueda ser que algunas de ellas fuesen seres vivientes venidas de algún otro lugar en nuestra existencia, pero que otras eran luces en los vehículos de exploradores, o viajeros, de algún otro sitio.»
Durante los primeros 33 años del episiodio contemporáneo de los ovnis (1947-1970), el concepto de que aquellas misteriosas luces y objetos pertenecían a «los vehículos de exploradores, o viajeros, de algún otro sitio» fue la teoría más popular. Un puñado de maniáticos y de optimistas forzados esparcieron la propaganda de que visitantes extraterrestres estaban dando una vuelta por éstos parajes. Pero la gran oleada de ovnis del 1964-68 atrajo una nueva generación de investigadores y científicos. Pronto se dieron cuenta de que la hipótesis extraterrestre no era factible por muchas razones. Así que se acogieron a la explicación de que dichos objetos provenían «de algún otro lugar en nuestra existencia.» Aquel «otro lugar» podía ser tan elusivo como la fabulosa cuarta dimensión o los «niveles de existencia» del mundo psíquico. El mismo Fort se dió cuenta desde el comienzo que los eventos que estaba estudiando no eran fuera de lo común. Sucedían año tras año, siglo tras siglo, y más importante aún, tenían la tendencia de ocurrir en las mismas regiones geográficas. Esto indica fuertemente que estos eventos--ya sean peces que caen del cielo o extraños aviones decorados con luces centellantes--están inexorablemente vinculados al planeta. Son parte de nuestro medio ambiente, al igual que las nubes y los abejorros.
Otro factor de gran importancia es que todos los incidentes descritos por Fort están interconectados de alguna manera misteriosa. El escritor de ciencia-ficción Damon Knight extrajo uno 1,200 incidentes de los libros de Fort y los introdujo en un ordenador en los laboratorios Bell de New Jersey. Surgieron algunos patrones de gran interés.
«Un hecho sobresaliente de los OVNIS se echa de menos en todos los casos modernos que he visto,» comentó Knight.«Los datos de Fort indican que no son un fenómeno aislado. Objetos voladores desconocidos, cuerpos desconocidos vistos en el espacio, apariciones y desapariciones, las lluvias de substancias y organismos extraños--todas estas cosas dejan entrever fuertes correlaciones entre sí. Tomadas en conjunto, son evidencia de fluctuaciones rítmicas.»
Extrañas coincidencias
Por imposible que parezca, los avistamientos de serpientes marítimas suelen ocurrir en conjunto con avistamientos de ovnis, lluvias de ranas y gusanos y fregaderos de cocina (en realidad jamás se han notificado fregaderos...la anécdota al principio del libro fue solo un ejemplo travieso), y desapariciones misteriosas. En lo que se refiere a éstas últimas, suelen acumularse en el mes de julio, que también es un buen mes para avistar ovnis. Un hombre sale a podar el césped y no se le vuelve a ver jamás. Unas 3.000 personas desaparecen anualmente en los EEUU; es decir, 3.000 personas desaparecen sin motivo alguno, sin dejar indicio de lo que les pasó o como fué. Naturalmente, otros cientos de miles desaparecen huyendo de la justicia, sus familiares o de sus acreedores.
Cuando se desarrolla una oleada de ovnis (cada cinco años, por ejemplo), podemos tener la seguridad de que los avistamientos en Loch Ness aumentarán drásticamente, que las lluvias de piedras (siempre cálidas al tocar) comenzarán sobre casas aisladas en los suburbios, y que las personas comenzarán a desaparecer por doquier.
Estas manifestaciones son acompañadas por tormentas magnéticas y por desviaciones repentinas del magnetismo terrestre en algunas partes del mundo, particularmente en regiones como el famoso triángulo de las Bermudas. En 1950, un canadiense de nombre Wilbur Smith inventó un aparato capaz de rastrear y medir el derrumbe de estructuras moleculares durante tormentas magnéticas. Todo tipo de objeto queda literalmente pulverizado cuando las condiciones magnéticas están en su punto. Pilotos voluntarios llevaron los instrumentos de Smith alrededor del mundo, y fueron capaces de realizar diagramas rudimentarios sobre el fenómeno. Tristemente, nadie se encargó de continuar la obra de Smith después de su muerte.
Charles Fort percibió una verdad que habia sido ignorada por científicos e historiadores. Nuestro mundo tiene dos juegos de leyes naturales. Un juego nos dice tonterías sobre la gravedad y la naturaleza. El otro juego nos dice que el espacio y el tiempo están siendo constantemente distorsionados en nuestra realidad, y que estamos sujetos a las leyes aun indefinidas del segundo juego. Nunca sabremos cuando pasaremos através de la puerta mágica que nos
llevará a 10,000 millas de distancia. No sabemos si de repente nos hallaremos frente a frente con una bestia o ser de algún otro lugar en nuestra existencia. Nos pueden caer peces, o nieve roja, o nubarrones de insectos que ningún científico puede identificar. Los platillos voladores seguirán sobrevolando granjas y pantanos, al igual que lo han hecho por miles de años. La ciencia intenta trabajar con el primer juego de leyes y acaban con Hoyos Negros. Los magos, esotéricos y psíquicos intentan manipular el segundo conjunto de leyes. En los últimos años que quedan de este siglo, la ciencia y la magia comienzan a unirse. Cuando Fort estudió los extraños incidentes del superespectro (un espectro de energía que va más allá de lo conocido y lo visible) tuvo que preguntarse: «Si es que existe una mente universal, ¿tiene por fuerza que estar cuerda?»
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