El gran misterio de los "hombrecitos"
El gran misterio de los "hombrecitos"
Por Scott Corrales (c) 2016
Tal vez haya más de un entusiasta de la ciencia-ficción que se acuerde de la vieja serie de Tierra de Gigantes del productor Irwin Allen, inspirada por la novela del tristemente olvidado autor Murray Leinster. Los episodios de esta serie de los ’60 postulaban las tribulaciones de un vuelo suborbital en una nave futurista (la Spindrift, una de las naves espaciales más reconocibles del género) que estrella en un mundo en el que todo tiene dimensiones gigantescas. En esta tierra de gigantes – desde la cual puede apreciarse el planeta Tierra por la noche – los desventurados pasajeros adquieren la fama de ser “hombrecitos” de poderes desconocidos, aborrecidos por la población de colosos y buscados por el régimen totalitario que controla dicho mundo.
El término “hombrecitos” traduce literalmente las palabras “little men” en inglés, y se utiliza para describir las diminutas figuras de muchas tradiciones mundiales en las que nosotros somos los gigantes, y figurillas humanoides se desplazan fugazmente entre las piedras y la maleza de sitios tan dispares como Irlanda y los desiertos del suroeste de Estados Unidos.
En fechas recientes, un prestigioso podcast presentó un invitado conocido sólo por “Mike” quien narró una experiencia insólita a plena luz del día (entre las 13h y 14h) a las orillas de un arroyo cubierto por un viaducto transitado. El invitado afirmó que se encontraba buscando anguilas en las aguas someras del arroyo cuando se dio cuenta repentinamente de que no estaba solo: A una distancia de quince pies, la distancia que separaba una orilla de arroyo de la otra, una extraña figura lo miraba atentamente.
El testigo pudo describir sin errores el aspecto de la extraña figura: se trataba de un ser humanoide, desnudo, y con piel verde. La sorprendente presencia era perfectamente humana pero diminuta, inferior a los dos pies de alto (0.60 m), calva, con brazos perfectamente proporcionados, facciones plenamente normales, pero con ojos desorbitados que reflejaban su sorpresa de haber sido visto por el ser humano.
El invitado al podcast estimó que el encuentro a plena luz del día tuvo una duración aproximada de quince segundos. De repente, el hombrecito se echó a correr a toda velocidad hacia un grupo de árboles enredados a una distancia de treinta pies, dónde podía apreciarse un objeto que parecía un barril, o “un bidón de cincuenta y cinco galones” (doscientos litros) en tierra y al pie de un gran poste del tendido eléctrico. El testigo aclaró que el hombrecito no penetró el objeto, sino que se acercó al mismo. Acto seguido, el barril se elevó en el aire, disparado hacia arriba antes de desaparecer por completo.
Mike tomó algunos momentos para recuperarse de la combinación de sorpresa y terror que le había invadido al presenciar al “hombrecito verde”. Lentamente, se dirigió hacia el enjambre de árboles dónde había estado el barril, descubriendo que el pasto parecía haber sido aplastado por algo de peso considerable. Mirando hacia arriba, descubrió que no había forma en que el barril pudo haberse elevado en el aire sin destruir los tres cables del poste de luz, que permanecían intactos a una altura de dieciocho pies (cinco metros).
En los ’60 y ’70, la asociación con el fenómeno ovni hubiese sido inmediata. El hombrecito (de piel verde, para más señas) sería el tradicional marcianito pero sin traje espacial, venido a nuestro mundo en una cápsula para realizar investigaciones científicas. Si hemos de creer al testigo, que jura ser abstemio, el personaje era sencillamente un humano diminuto, tal vez tan interesado en pescar anguilas como lo estaba él, pero sorprendido al ser visto por un humano. El barril o bidón que servía de transporte al extraño pareció elevarse para penetrar lo que podemos denominar otra dimensión, por más que los científicos rechinen los dientes al oírnos hablar tan casualmente de dichos conceptos.
Como afirmábamos hace unos párrafos, la creencia en los “hombrecitos” está sumamente arraigada en numerosas culturas del mundo. Su estatura suele variar entre criaturas verdaderamente pequeñas a enanos de tres o cuatro pies de alto. En algunas tradiciones se manifiestan benevolentes hacia los humanos y sus animales, limitándose a hacer travesuras, como enredar las crines del ganado equino en nudos denominados “elf locks” en inglés. En otras tradiciones se muestran menos benignos, como los pukwudgie de las creencias de la tribu Wampanoag de Nueva Inglaterra, donde se muestran enemigos implacables de los humanos, atacándoles y tendiéndoles celadas para causar sus muertes, disparando flechas envenenadas, o peor aún, controlando las almas de los nativos que han matado, convirtiéndolos en espectros denominados Tei-Pai-Wanka. Los chaneques mexicanos trataban de separar el alma del cuerpo de los humanos al atacarlos y espantarlos, mientras que los trows de la tradición escocesa se dedicaban a secuestrar músicos. . Los nativos groenlandeses también tienen creencias peculiares, tal como la existencia de un reino subterráneo (¿interdimensional?) que es el dominio de los iserak, una raza de enanos que aparece y desparece dentro de la tierra. Parece ser que estos no humanos disponen de una tecnología más avanzada que la de los inuit, pero también se valen de arcos, flechas y lanzas para cazar la fauna ártica. Tumbas que contenían los restos de seres de un metro de estatura fueron descubiertas en el siglo XVII por el explorador inglés Foxe. Otros se han atrevido a sugerir que las desapariciones de niños en todas partes del planeta en nuestros días – materia de periódicos y boletines ortodoxos – tal vez indican que las actividades de estos hombrecitos persisten hasta nuestros días.
Algunos han ido más allá de esto, sugiriendo que los seres bajitos disponen de una tecnología propia a la que podría corresponder el extraño barril visto por “Mike”. Los navajos del sureste de EE.UU. son de la opinión que los “hombrecitos” tienen naves aéreas o platillos y que su morada es “arriba”, sin precisar la ubicación precisa de su punto de origen.
El interés de los diminutos viajeros en objetos extraños y nuestros niños hasta figura en los expedientes del proyecto Blue Book (Libro Azul), específicamente la entrada titulada "Project 16070 Record, June 1967" que afirma lo siguiente:
"Ambos testigos manifestaron que estaban tomando fotos de su perro cuando vieron un objeto con forma de platillos que se acercaba desde el noroeste a una altura de 100 pies en el aire. La nave aterrizó en las cercanías. Los muchachos se disponían a huir cuando se abrió una ranura en el objeto y un hombrecito con estatura de 2-2 1/2 pies (0.60-1m) salió. Antes de darse cuenta de lo que sucedía, los chicos se encontraron parados ante el hombrecito. Manifestaron que la sensación era como la de estar en un trance. Había otros hombrecitos en la nave. Dijeron que provenían de Alfa del Centauro y que "deseaban que la Fuerza Aérea dejase de disparar contra sus naves espaciales, puesto que deseaban aterrizar y ser amigos."
Los militares tacharon el incidente de HOAX - fraude - pero con el paso del tiempo hemos aprendido a clasificar tales incidentes bajo el "aspecto engañoso/hostil" del fenómeno que nos indicaba Salvador Freixedo en sus escritos. Los militares obtuvieron numerosos detalles adicionales sobre la experiencia, llegando a entrevistar al maestro de los chicos, que asistían al San Juan Elementary School de Nevada City, California. Este afirmó: "Utilicé toda la psicología a mi disposición para sacarle la verdad a los niños, pero me contaron la misma narración que ustedes." El maestro sintió que le estaban contando la verdad, pero era incapaz de darle crédito a la situación."
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