Sunday, April 13, 2008




AL VOLANTE EN LA OSCURIDAD: MISTERIOS DE LA CARRETERA
Por Scott Corrales
© 2004



Un país de dimensiones continentales como los Estados Unidos de América necesariamente tiene que tener una red de comunicaciones de primer orden para abastecer sus necesidades energéticas, alimenticias y económicas. Aunque el sistema férreo para pasajeros dejó de ser de importancia después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del presidente Eisenhower apostó por un proyecto que ha pagado con creces: el sistema de carreteras interestatales (Federal Interstate Highway System) permite que un vehículo realice el trayecto entre Nueva York y Seattle, por ejemplo, en cuatro días. El ciudadano común hace uso limitado de dicho sistema de carreteras, valiéndose de los tramos que pasan por la región en la que vive. Así que los “ciudadanos de las carreteras”, por así llamarlos, son los transportistas que conducen los miles de camiones articulados de un lado del país al otro, a menudo bajo condiciones climáticas inclementes.

Como si no bastara tener que cumplir con un programa de entregas muy apretado, el transportista enfrenta toda suerte de adversidades: aumentos irrazonables en el costo del carburante, accidentes en la carretera y el resentimiento que los dueños de coches particulares sienten hacia los enormes articulados. Sobre todo esto, tienen que en problema adicional que representa el fenómeno ovni

Dieciocho ruedas en tierra – una en el cielo

Tal vez el más sensacional de estos casos ocurrió en 1973 durante la gran oleada ovni de esa década: el 5 de octubre del año en cuestión, la agencia noticiosa UPI circuló la noticia de que el transportista Eddie Doyle Webb había sido cegado por un ovni mientras que circulaba por la autopista en el sureste del estado de Missouri, al volante de su camión tractor Peterbilt de fabricación reciente con un semitractor frigorífico Dorsey.

Webb, de 45 años de edad, se apercibió de que un objeto de aspecto parecido al aluminio se acercaba a su camión desde atrás y a gran velocidad. “Algo sin faros venía por la carretera detrás de mi camión,” dijo Webb en una grabación. “Se nos acercaba con velocidad inusitada. Las luces eran preciosas y brillantes, del color del arco iris, pero más brillantes”.

El chofer decidió despertar a su esposa Velma, quien compartía la conducción del articulado con él, para que fuera testigo del insólito fenómeno. Un tanto molesta, Velma miró por el retrovisor del lado derecho del articulado y dijo que no podía ver nada.

“Para esas alturas,” prosigue el testimonio grabado de Webb, “el objeto ya me había alcanzado. Era una luz brillante, como el faro de aterrizaje de un avión o una luz incandescente que relucía contra la rueda trasera izquierda de mi remolque. No podía ver lo que era, así que me asomé por la ventana”.

Webb no supo identificar el objeto más allá de decir que se parecía a “un nabo o trompo” de color plateado y de unos 30 pies en diámetro y tal vez seis a ocho pies de alto, con un arco iris de luces a lo largo de su centro. El transportista tuvo la impresión de que la parte inferior de extraño objeto parecía estar girando.

“En aquel instante, una bola de fuego de color amarillento-rojizo impactó contra mi rostro. Se me cayeron las gafas y no podía ver. Aún así, pude detener el camión. El motor del vehículo murió al instante, aunque no sé si fue el objeto el responsable de ello o si lo hice yo al pisar el freno.

Según la señora Webb, su marido había gritado: “¡Dios mío! ¡Me han quemado! y no puedo ver”.

La bola de fuego o plasma había derretido la montura de las gafas del transportista, haciendo que una de las lentes cayese al suelo de la cabina. La señora Webb tomó el volante y condujo a su marido al hospital Barnes en la ciudad de St. Louis. La policía estatal levantó un informe sobre lo sucedido y las gafas derretidas fueron enviadas al doctor Harley Rutledge de la Universidad de Missouri, quien dictaminó que la montura de las gafas había sido “calentada internamente” (¿microondas?) resultando en el desprendimiento de la lente en cuestión.

La nota de prensa acababa ahí, pero hubo detalles adicionales que jamás se hicieron de conocimiento público justo en medio de la crisis platillera que afectaba al país en dicho momento.

El detalle más significativo es que la empresa de transporte para la que trabajaba el desventurado Webb se negó a pagarle la indemnización por accidente de trabajo debido a que el chofer no podía comprobar la existencia legal del OVNI que causó sus heridas. Ni corto ni perezoso, Webb puso sus asuntos en mano del abogado Edward O’Herlin de la población de Malden, Missouri. Cuando el investigador Leonard Stringfield de la MUFON quiso indagar los pormenores del caso, el abogado O’Herlin le dijo que la ley no le permitía divulgar la información del acuerdo a que habían llegado Webb y su empresa, pero que el testimonio jurado del transportista había sido tan convincente que la empresa no tuvo más remedio que pagarle.

Un oftalmólogo en el hospital de San Louis determinó que la visión de Eddie Webb se había reducido al veinte por ciento y que el chofer tenía dificultades en visualizar colores. Tras ese momento se pierde la pista del chofer...otra víctima más del fenómeno ovni.

¿Qué pretendía hacer el ovni con el transportista? ¿Borrarle la memoria del avistamiento? ¿Matarlo? La lista de posibilidades se hace bastante extensa, pero cinco años antes de que Webb tuviese su encuentro cercano con lo desconocido, hubo un caso muy parecido que relataremos a continuación.

Un transportista llamado Rob Brown (seudónimo) se desplazaba lentamente en su camión tractor a través de una pesada tormenta de nieve en enero de 1968. Brown regresaba al gélido estado de Michigan después de haber recogido un cargamento en la costa este del país, rumbo a la población de Baraga, sede de la empresa para la que trabajaba. Conduciendo a medianoche a lo largo de la M-28, una carretera de dos vías perfectamente recta en un tramo plano y desamparado de la Península Superior de Míchigan, Brown se vio obligado a detener la marcha para salir del vehículo y quitar la capa de hielo que se acumulaba sobre los limpiaparabrisas.

Maldiciendo el frío y frotando el caucho de los limpiaparabrisas con la mano, Brown recibió lo describiría como “un fogonazo” en la cara, proveniente de una potentísima luz parecida a la de un estrobo. La nevada noche se hizo día a su alrededor, reflejando la blancura de la nieve fresca casi dolorosamente; el transportista creyó por un instante que algún avión, perdido en la tormenta, tenía pensado aterrizar en la gran planicie de la península de Michigan. Pero en menos de un segundo descubrió que no era así.

El transportista – según relataría en una carta al investigador Jerry Black de la MUFON – se encontraba dentro de una especie de “cono de luz verde” que rodeaba a su vehículo. Lo más sorprendente era que la nevada proseguía más allá del perímetro del cono, mientas que comenzaba a sentirse un calor notable dentro del mismo. Esa sensación fue la última que experimentaría Brown por algunos instantes, puesto que no sabía si había perdido el conocimiento o no.

Brown se daría cuenta posteriormente de que estaba parado en la nieve a unos veinte pies del camión en nieve de cinco a siete pulgadas de profundidad, sin que el manto blanco delatase la presencia de pisadas que lo hubieran llevado a semejante distancia del camión. Su vestimenta estaba totalmente seca y caliente. Desorientado, el transportista regresó a su vehículo solo para descubrir que el poderoso motor diesel 335 Cummins – generalmente inmune a calarse – estaba muerto. Al arrancar de nuevo, Brown descubrió que la temperatura estaba a cero, cosa que toma varias horas en un motor de la magnitud del Cummins. Mayor sería su sorpresa a descubrir que su cronómetro indicaba que la hora era 05:00 horas. Brown había perdido cinco horas de su vida sin poder explicarlo.

Poco después de su regreso a la cabina del camión tractor, el transportista experimentaría jaquecas y nausea que no le abandonarían por algunos días, además de percibir un molesto olor que era incapaz de identificar (posteriormente lo identificaría como el olor de un alternador quemado).

Con treinta y cinco años de conocimientos acumulados sobre el fenómeno ovni, podemos atrevernos a decir que la experiencia de Rob Brown fue un episodio “clásico” de “tiempo perdido”, situación que aqueja a los que se han visto secuestrados por seres de supuesta procedencia no terrestre, o los que han entrado en contacto con campos magnéticos de gran intensidad. Con lo que sabemos del caso Brown, ¿será demasiado aventurado afirmar que el caso Eddie Webb fue un secuestro interrumpido, tal vez debido a la presencia de su esposa en la cabina del tractor?

“¡Están jugando con nosotros!”

Seis meses después del caso Webb, dos hermanos transportistas—conocidos como “Chuck y Dave” por los investigadores – protagonizarían uno de los casos más famosos de la ufología de los años ’70 debido a su fuerte componente psíquico: se trata del caso Ely, ocurrido el 14 de febrero de 1974 entre las poblaciones de Wells y Ely en el estado de Nevada (USA).

Los hermanos habían partido del estado de Idaho con un cargamento de mueblería en dirección al sur. Dada la gran distancia y la brevedad requerida por el viaje, los hermanos conducían turnándose—Dave primero y luego Chuck. A mitad de la noche en el desierto de Nevada, precisamente en el tramo de 100 millas que separa a Wells de Ely, Chuck despertó a su hermano para que presenciara algo insólito: varios objetos de color anaranjado y configuración circular habían rodeado al camión en movimiento, uno de ellos a la izquierda y tren a la derecha.

Dave dijo lo siguiente en una entrevista realizada por Jacques Vallée y J.A. Hynek para su libro The Edge of Reality (Chicago: Regnery, 1975): “Tomamos una curva en el camino, y repentinamente sentí como que una bocanada de viento impactó contra la parte trasera del camión, y se sintió como si estuviésemos flotando. Yo estaba sentado en el asiento de pasajeros, mirándolo a Chuck, y él movía el volante de un lado del otro pero no podía conducir...no tenía control alguno sobre el camión.”

Pero a la misma vez que la sensación de estar volando embargaba tanto a Dave como Chuck, las luces de abordo comenzaban a parpadear furiosamente, indicando una interrupción del sistema eléctrico. El pesado vehículo sencillamente se detuvo en la cuneta.

Dave salió del vehículo con una linterna para realizar la inspección, descubriendo extrañado que el árbol de transmisión seguía girando a pesar de que el camión estaba en neutro. Justo cuando volvió a entrar a la cabina, los dos hermanos percibieron una sola luz brillante de grandes dimensiones frente a ellos en la carretera. “¿Qué rayos es eso?” preguntó Chuck.

“Están jugando con nosotros,” repuso Dave. “Juegan con nosotros y yo sé lo que es esa cosa en el cielo...y también esa cosa en la carretera”.


Presos del miedo y sin saber qué hacer, uno de los hermanos volvió a salir de la cabina para apuntar su linterna directamente hacia la luz en la carretera, a menos de 150 yardas de distancia. El deslumbrante objeto despareció y los hermanos emprendieron la carrera en el camión hacia otro poblado – McGill – desde dónde llamaron a su madre. El componente psíquico que hizo famoso al caso de Ely se produjo en este momento. La madre estaba al tanto de la llamada telefónica, puesto que justo al momento en que se producía el encuentro con los ovni en la carretera, oyó que uno de sus dos hijos la llamaba con urgencia, algo que la hizo despertar al momento.

“Chuck” y “Dave” prosiguieron su camino, cambiando el camión por otro y transfiriendo los muebles que transportaban. Posteriormente se enterarían de que el camión que protagonizó el evento tenía su eje motor casi fundido al eje trasero, que cayó a tierra estrepitosamente cuando los mecánicos colocaron el vehículo sobre una plataforma hidráulica.

Casos recientes

El 27 de diciembre de 2003, un transportista anónimo conducía su camión tractor con plataforma para árboles talados en la región de Houston, Colombia Británica (Canadá) a eso de las cuatro de la madrugada, siguiendo la ruta conocida como Morice River Road. Sin ninguna otra preocupación excepto la de llegar a tiempo para recibir el cargamento indicado, el chofer se apercibió de una luz blanca de gran intensidad en el cielo que parecía dirigirse hacia su vehículo. Mientras que la luz se le acercaba, se dividió repentinamente en dos partes que salieron disparadas en sentidos opuestos, al oeste y al este respectivamente. Lo que más le sorprendió fue el hecho de que ambas "subdivisiones" del objeto original luego salieron disparadas en vertical hasta desaparecer. Emocionado, el chofer se comunicó con otros transportistas a través de su radio de banda CB, preguntando si otros habían visto el fenómeno. Dos transportistas más le contestaron que efectivamente habían sido testigos de la luz y sus maniobras. El caso fue dado a conocer a Brian Vike de la organización canadiense HBCCUFO.

Una experiencia parecida fue dada a conocer a los cibernautas que frecuentan la página Web UFOs over America (www.ufosoveramerica.com) por la cibernauta “Christy” el 26 de noviembre de 2001 con relación a una experiencia ovni vivida por su marido durante ese mismo día: “No puedo decir a ciencia cierta qué fue lo que vi el 26 de noviembre a las 01:00 horas, pero sólo puedo decir que no fui la única que lo vio. Mi marido es transportista e iba con él hacia Columbus, Ohio (EUA) cuando repentinamente una luz azul brillante iluminó todo el interior de la cabina. Creímos que se trataba de algún vehículo detrás del remolque, pero los retrovisores comprobaban que el coche más cercano estaba a gran distancia de nosotros. Unos cinco minutos después, otros transportistas se comunicaron por el radio CB afirmando que habían visto lo mismo y preguntaban a sus compañeros que qué era. El objeto estuvo ahí por cuestión de segundos antes de salir disparado. Su color azul era tan brillante que era casi cegador.

Fantasmas al acecho


Dennis K., vecino del estado de Kentucky, quedó azorado al ver que su cámara fotográfica había capturado la imagen de un "camión fantasma". Según su testimonio, había salido a tomar fotos de la bruma matutina junto a su esposa cuando un camión de carbón pasó lentamente por la carretera frente a su propiedad-algo que le resultó sumamente raro, puesto que los camiones de carga se desplazan a velocidades sumamente peligrosas para poder negociar las subidas empinadas de la región. "Este camión", recuerda Dennis, "estaba muy limpio y era de color negro, con ventanas polarizadas que impedían ver a los pasajeros. Carecía además de rotulado, algo imprescindible para un vehículo de esta naturaleza enfrascado en actividades comerciales. Mi esposa logró tomar dos fotos del extraño vehículo, pero al revelar el carrete, ¡no había ningún camión, sino una estela de luces! Mi esposa le describió el camión a su madre y hermano, y ambos dijeron que jamás habían visto ningún camión parecido en esa región."

Cabe señalar que las experiencias con “camiones fantasma” son numerosas en los Estados Unidos. La carretera 98 entre las ciudades de Lakeland y Talahassee, Florida (EUA)es el hogar del “silencioso camión fantasma” que se dedica a seguir a los transportistas que acarrean cargamentos de víveres desde la costa Atlántica hasta Texas. Más de setenta y cinco transportistas y chóferes en vehículos particulares afirman haber tenido un “encuentro cercano” con el insólito camión, que tiene la peculiaridad de no emitir ruido alguno mientras que rueda por el camino.

En el 2000, a eso de las cinco de la tarde, un transportista que se dirigía hacia el oeste cerca de la ciudad El Paso, Texas – región totalmente plana y de pocos árboles -- tuvo un alucinante encuentro con una “camioneta fantasma”. Conduciendo a lo largo de la autopista, el chofer pudo percibir una camioneta blanca de último modelo con todas sus luces encendidas y que se desplazaba a velocidad reducida. El chofer decidió cambiar de carriles para rebasar al vehículo más lento, pero al hacerlo, descubrió en sus retrovisores que no había ninguna camioneta. “Pensé que se había salido de la carretera,” explicó el transportista, “así que me detuve en la cuneta para echar un vistazo, pero no había nadie.” Más curioso aún es el detalle de que su encuentro con la camioneta fantasma se produjo a 20 kilómetros de una populosa ciudad a una hora pico para la congestión de carreteras, y no había ni un solo vehículo más en la ruta.

El 13 de febrero del 2004, un usuario anónimo del foro The Supernatural World" colgó en dicha página electrónica un relato estremecedor que comprueba que las experiencias paranormales de los transportistas no están limitadas a los Estados Unidos de América.

La experiencia en cuestión tomó lugar, según el miembro anónimo, a eso de las 00:45 horas en el otoño de 1981 a lo largo de la carretera A14 en Inglaterra, cerca de la ciudad de Corby. El anónimo iba de acompañante de un transportista que tenía que entregar una casa rodante de ocho plazas a un concesionario en el norte de Gran Bretaña. El acompañante dormitaba en el asiento de pasajeros cuando repentinamente se dio cuenta de que un perro negro de gran tamaño estaba justo en medio de la carretera: "el camión llevaba las luces largas encendidas, así que me era posible ver la distancia".

El perro permaneció inmóvil. El acompañante miró al chofer, que parecía no haberse dado cuenta del gran can. Justo cuando iba a comentar que iban a impactar contra el perro si no reducían la marcha del camión o tocaban la bocina, el perro desapareció.

El acompañante se dijo a sí mismo que el perro seguramente había sido un residuo de un sueño y decidió bajar la ventanilla para respirar un poco de aire puro. Fue en ese momento que descubrió que el perro negro corría al lado del camión, marcando el paso sin problemas. El testigo afirma que el perro era verdaderamente enorme, casi cuatro pies de alto y de hocico corto.

El chofer le pidió sin rodeos que cerrar la ventana por el frío que hacía, pero el testigo siguió mirando por el cristal cerrado. El perro seguía ahí, corriendo al lado del camión, a pesar de que el velocímetro indicaba que iban a 60 millas por hora (110 km). "El perro comenzaba a verse más tenuemente...me era posible ver a través de él, como si parpadease. La última vez que lo vi era casi imposible distinguir la imagen. La duración total del evento fue de 10 minutos.

Entre los comentarios vertidos sobre la experiencia figura el de una cibernauta llamada "Lady Sabrina", quien afirmaba tener un novio transportista, cuyos compañeros de carretera hablaban en serio de haber visto "el perro negro" cuando estaban cansados, considerándolo una advertencia a los choferes cansados.

A veces los transportistas tienen encuentros aún más cercanos: Kevin J. no recuerda cuando sucedió su incidente, pero recuerda que estaba en Arizona una madrugada y que se sentía exhausto, vencido por la necesidad de dormir. Logró salir de la interestatal, descender la rampa curva, y estacionar su tractocamión en la cuneta. Después de eso se metió en el camastro para obtener algunas horas de muy merecido descanso.

A la media hora, Kevin J. sintió que algo sacudía el tractor y despertó sobresaltado. Estaba en medio del desierto y sin armas para defenderse de lo que pensó pudo ser un ladrón interesado en matarle y robar el valioso cargamento en el remolque. Agarrando el objeto más pesado a su disposición – su estuche de aseo – el transportista abrió las cortinas que separaban el camastro de los asientos para asestar un golpe contundente contra el presunto invasor. Sorprendido, vio que había un hombre sentado en el asiento del chofer. “Oye, ¿podría saberse que rayos haces aquí?” le increpó Kevin J.

El extraño se dio la vuelta lentamente para mirar al transportista, contestando con cierta tristeza, “I gotta keep going” (“tengo que seguir”). Al devolver la vista hacia el parabrisas, la extraña figura se desvaneció en el aire.

Dos semanas más tarde, Kevin J. descubriría que su jefe había obtenido el camión habiéndolo comprado a la viuda del propietario original – la triste y enjuta figura que no tenía más remedio que seguir al volante del tractocamión, habiendo muerto de un infarto en el patio de la compañía de transportes.

Seres de otros mundos

Desde los años ’70, cuando un transportista en el estado de Indiana (EUA) fue victima de un “hombre lobo”, los choferes de camión han figurado de forma prominente en los casos de encuentros con seres no humanos – y con esto no queremos decir supuestos ovninautas, sino criaturas extrañas de procedencia desconocida. Una de las vivencias más estremecedoras lo fue la del transportista australiano Rossco Macrae, de 37 años de edad. Viviendo en el “país de las maravillas” que es Australia, con sus insectos, reptiles y mamíferos que no tienen igual en otras partes del mundo, Macrae pensaba que no había ningún bicho raro que no conociera—hasta que le tocó enfrentarse al “Yowie” – el yeti o Bigfoot australiano.

En aquel momento, Macrae trabajaba para una empresa de transportes cuyos remolques eran subcontratados por el servicio postal australiano para la entrega de correo en pueblos distintos, tarea que exigía cruzar la cordillera conocida como Great Dividing Range entre las poblaciones de Townsville y Mount Isa en Nueva Gales del Sur cuatro noches a la semana. A pesar de considerarse como un individuo bastante curtido y de haber participado en muchas peleas en los bares de la región, el transportista ha decidido jamás detenerse de nuevo en la sección de carretera que separa a Torrens Creek de Hughenden – lugar donde se produjo la experiencia narrada a continuación.

“La primera vez que vi al “Yowie” fue hace dos años a eso de las 21:00”, dijo Macrae a la desaparecida revista inglesa UFO Magazine. “Se trataba de un enorme hombre peludo de 3 metros de alto que se sostenía de un poste eléctrico, sacudiéndolo como un animal que intenta obtener comida de un árbol. Iba cubierto de pelambre pardo y tuve la oportunidad de verlo por buen tiempo, y salí a toda velocidad de aquel sitio. No hay manera de que nadie pueda hacerme quedar en ese lugar si estoy solo, ni siquiera por motivo de un neumático perforado o amortiguador roto”.

Y esta sería sólo el primero de diez encuentros con el “Yowie” que tendría Rossco Macrae:“La segunda vez ocurrió a eso de las 22:00. El ser estaba parado al lado de la carretera, y es algo que mete miedo en el cuerpo. Jamás le tuve miedo a nada y pensé que el cuento del “Yowie” era basura, pero ahora sé que no lo es.”

El transportista ha conversado con más de una docena de sus compañeros que afirman haber visto al Yowie de noche en esa misma región. Los transportistas se reservan sus comentarios por temor a ser blanco de burlas, pero saben que los gigantescos seres efectivamente existen.

El artículo de UFO Magazine informa que el investigador Alfred Wilson logró acompañar a Rossco Macrae en uno de sus viajes para ver si se presentaba la oportunidad de ver al extraño ser otra vez. Wilson se sorprendió al saber que el fornido y rudo transportista—hombre realista donde los haya—pensaba que los Yowie no eran cosa de este mundo.

“Tienen que provenir de esos OVNIS que están en la zona todo el tiempo”, explicó Macrae. “No hay manera de que el yowie pueda ser un animal ordinario...creo que bajan de los ovnis y que habitan las cuevas que hay en esta región, tal vez investigando cómo viven nuestros animales, puesto que los granjeros se han topado con muchas vacas y ovejas muertas en esta zona.” Cuando ambos hombres detuvieron el remolque en la zona para que Wilson pudiese tomar fotos, el nerviosismo del Macrae era palpable, al punto que el transportista le gritó: “¡Quiero salir de aquí cuanto antes!”

Otros transportistas han tenido encuentros con este monstruo australiano en las zonas de descanso a lo largo de la carretera. Deteniendo su vehículo para dormir unas cuantas horas, un chofer anónimo despertó sobresaltado cuando uno de los seres comenzó a golpear los cristales del camión tractor. El hombre salió del lugar a toda prisa, negándose a detenerse de nuevo en la carretera por ningún motivo.

Otros transportistas han tenido el dudoso gusto de conocer al primo estadounidense del Yowie – el controvertido Pie Grande – en muchas instancias. La más reciente data de 1997, cuando el 3 de septiembre de dicho año Richard Druery y Margie Krick, una pareja de transportistas, detectaron un enorme ser de pelambre pardo caminando debajo de un puente en la autopista 406 de la canadiense provincia de Ontario, cerca de la ciudad de St. Catherine.

La pareja de transportistas estaba en camino a hacer una entrega cuando cruzaron un puente en la autopista 406. El puente, con rieles de hormigón a cada lado, no permitía que los vehículos de pasajeros pudiesen ver el cauce que existía abajo, cosa que no representaba un problema para un camión articulado. A cincuenta metros bajo el nivel del puente, Richard detectó una criatura que caminaba en la ribera oeste del riachuelo y llamó la atención de Margie, que lo acompañaba en el asiento de pasajeros. Ambos testigos coincidieron en que el extraño ser “estaba completamente forrado de pelo” aunque les fue posible ver sus brazos y codos. Los pies y tobillos del ser eran “enormes” y los brazos eran más largos que lo esperado, siendo el detalle que atrajo la atención de Richard en primer lugar.

En su informe a la Bigfoot Research Organization (BFRO) los transportistas recalcan que el avistamiento no se hubiera producido de no haberse extraviado y haberse dirigido hacia la neoyorquina ciudad de Buffalo en vez de hacia Detroit, la ruta que la empresa de transportes les había mandado a tomar. ¿Qué hacía semejante criatura en un entorno semiurbano? El criptozoolgo Loren Coleman hace tiempo dio a conocer su parecer al respecto – que dichos seres peludos se desplazan a través de América del Norte siguiendo el cauce de los miles de riachuelos y arroyos del continente, evitando así el contacto con el ser humano. Tal vez la insólita experiencia de los transportistas sirva de corroboración a esta teoría.

Un transportista que se comunicó con el popular programa radial Coast to Coast el 3 de marzo del 2004 supo ponerle los pelos de punta a miles de radioescuchas con su experiencia ocurrida en las cercanías de Crater Lake, estado de Oregon (EUA) durante una tormenta de nieves esta temporada. Según el transportista, su tractocamión y remolque se abrían paso lentamente durante una pesada nevada en esta inhóspita parte del país cuando las luces largas de sus faros cayeron sobre un vehículo abandonado en la cuneta – una camioneta accidentada. El chofer, temiendo que los pasajeros de la camioneta estuviesen malheridos y sin posibilidad de recibir ayuda, detuvo su camión en plena carretera y equipado de una diminuta linterna salió a socorrer a los presuntos pasajeros de la camioneta. Podemos imaginar su sorpresa al descubrir que no había nadie adentro.

“Fue entonces,” narra el transportista anónimo, “que pude escuchar un sonido siseante que provenía de las copas de los árboles más allá de la cuneta.”

La camioneta abandonada estaba rodeada de escombros y sin pasajeros; el sonido emitido por el ser desconocido—que parecía provenir de una altura considerable en los árboles, comenzó a convertirse en un rugido insistente y amenazador. Llamando a las autoridades con su teléfono móvil, el chofer descubrió que la camioneta llevaba largo tiempo abandonada en esa lejana carretera...mientras tanto, el sonido amenazador en la oscuridad iba en aumento. Con la mayor rapidez posible, abriéndose paso entre la nieve y el lodo, el chofer regresó a la seguridad de su cabina y prosiguió la marcha. ¿Gato montés, Bigfoot, extraño ser alado? De haber descubierto la respuesta a la intrigante, es casi seguro que el chofer no hubiera vivido lo suficiente como para llamar al programa meses más tarde. “Les juro que si aquello hubiera bajado de los árboles, me habría dado un infarto.”

Alta Extrañeza: Las experiencias de Reese Sanders

Los investigadores “serios” han sabido huir de la alta extrañeza desde los primeros días de la investigación ovni por considerarla totalmente imposible de clasificar o cuantificar. Son los imprudentes los que se atreven a abordar situaciones en dónde no existe ningún punto de contacto con la realidad cotidiana, o en dónde los escépticos prefieren tachar de esquizofrénico o parafrénico al protagonista.

Un camionero estadounidense, Reese Sanders, vivió una serie de experiencias aterradoras que le hicieron pensar que estaba loco, y que de hecho le valieron el curso de tratamiento reservado para los esquizofrénicos, lo que no resulta sorprendente en sí, puesto que la industria de transportes en Estados Unidos padece de altos índices de drogadicción y alcoholismo por motivo de las largas horas y fechas topes irrazonables que enfrentan los chóferes. Con cierta frecuencia las autoridades de carreteras se ven obligadas a llamar a las empresas de transporte para avisarles que deben enviar un reemplazo para un transportista que se ha vuelto loco de atar en una zona de descanso o al volante. Tras de unas semanas de descanso, el transportista desquiciado vuelve a integrarse a sus labores y el ciclo se repite.

Reece Sanders publicó sus experiencias en un trabajo llamado Terror on I-10 (terror en la interestatal 10) que compite con cualquier obra escrita por Stephen King o Peter Straub.

En el mes de julio de 1989, el transportista Sanders se encontraba en una zona de descanso en California cerca de la medianoche, esperando hacer contacto con otro chofer antes de salir a toda prisa para hacer una entrega en Bakersfield a las 06:00 a.m. De repente, una voz femenina le abordó por la radio del tractocamión: “Ven acá, chico, que te voy a tratar bien.”

Sin titubear, Sanders tomó el micrófono y le dijo a la mujer que no sabía quién era ella ni qué quería, pero que estaba a punto de salir de la zona de descanso. La dulzura desapareció por completo de la extraña voz, que comenzó a increparle y vociferar injurias: “¡Hijo de puta! ¡No hay quien se atreva a rechazarme!”

Justo en ese momento, varias voces masculinas – las de otros camioneros – comenzaron a hacerse sentir por la radio, diciéndole que no abandonara el recinto si no quería evitarse problemas. Sanders se alejó del lugar a velocidad moderada, pensando que se trataba de las bromas que los transportistas suelen jugar entre sí para aliviar el tedio de sus labores.

Pero la voz de la mujer volvió a surgir, mandándole a cambiar de frecuencia para poder hablar en privado. Otra voz –esta vez masculina- le instó a regresar a la zona de descanso inmediatamente. Fue en ese momento que Reece Sanders se dio cuenta de algo extraño.

“Cuando hablaban”, escribe el transportista, “los metros en mi radio aumentaban al máximo, indicando que estaban muy cerca o que tenían una cantidad de potencia inusitada”.

Al negarse a regresar a la zona de descanso, la voz masculina declaró tajantemente: “¡Atrápenlo!”

De repente, el tractor y remolque de Sanders se vieron rodeados por automóviles y furgonetas que trataban de hacer una encerrona en plena autopista. El vehículo que se le puso enfrente era un camión de mudanzas; por la radio podía escuchar voces que delataban su posición exacta a la voz masculina que había dado la orden.

En ese momento Sanders temió que se trataba de un atraco—algo común en la industria de transportes comerciales.

La voz masculina insistía que Reece Sanders debía dar media vuelta y regresar a la zona de descanso, a pesar de que a estas alturas, rodeado de vehículos dispares, el transportista estaba a unos veinticinco kilómetros de distancia. Comenzó a preguntarse cómo era posible que usando radios CB sus interlocutores pudiesen sostener comunicaciones a semejante distancia, cuando el radio efectivo de dichos aparatos de varios kilómetros a lo máximo.

Tratando de mantener la calma, el transportista tomó el micrófono y le dijo al desconocido que volvería a esta región en algunas semanas, y que lo atendería en ese momento. El hombre se identifico como “Porch Monkey, el gobernante de Los Angeles” y ordenó a los vehículos a desistir.

Pero la pesadilla aún no había terminado: a los pocos minutos el transportista oyó los gritos de una mujer a través del altavoz de su radio, y las voces de los que le perseguían aparecieron de nuevo, avisándole que habían apresado a la mujer que había estado esperando en la parada de transportes pero que no había aparecido. Esta vez le avisaron que si no regresaba, descuartizarían a la mujer con una motosierra.

Aunque la experiencia comenzaba a resultarle alucinante, Sanders decidió dar media vuelta y emprender el regreso a la zona de descanso, sólo para salvar la vida de la mujer, cosa que podría costarle la suya. La voz de otro transportista le llamó por su apodo – Cherokee – y le dijo: “Que pena, Cherokee, de haber seguido te hubieras escapado”, con tristeza genuina.

Sanders entró de nuevo a la zona de descanso, estacionando el vehículo y saliendo de la cabina del tractor con un salto, blandiendo una enorme llave inglesa como arma. Su temor se había trocado en ira y estaba dispuesto a hacerle pagar caro a “Porch Monkey” o quienquiera fuese el autor de la fechoría contra la mujer.

“Me quedé parado por algunos minutos en la oscuridad, pero nadie se me acercó, y la radio permaneció totalmente silenciosa. Volví a la cabina para reprocharles su cobardía y estupidez, diciéndoles que si les daba miedo la llave la dejaría en el camión. Pero nadie contestó, y no sé cuanto tiempo estuve ahí”.

De repente, Sanders se dio cuenta de que había un hombre sentado en un automóvil en el estacionamiento. El hombre había permanecido ahí toda la noche sin hablar con nadie, pero el desconocido repentinamente abandonó su vehículo para encaminar sus pasos hacia el camionero. “Hola, veo que te lo han hecho a ti también,” luego, reflexionando, agregó: “Me lo hicieron a mí.” Deseándole buena suerte al atónito transportista, el hombre le dio la espalda y se alejó caminando—no hacia su coche, sino perdiéndose en la oscuridad en dirección de las vías de tren.

Si nos empeñamos en ser sensatos, la experiencia de Sanders pudo haberse tratado de una broma pesada aunque compleja por parte de camioneros aburridos y tal vez expertos en el uso de los radios CB, o una alucinación producida en la mente cansada de un transportista con cientos de kilómetros de carreteras oscuras a sus espaldas. Pero, ¿y las furgonetas y vehículos que rodearon su vehículo? ¿Y la manera en que saltaron los metros del radio CB, sugiriendo que algo de gran poder le abordaba? Reflexionando sobre su experiencia, Sanders considera que fue víctima de un fenómeno parecido al EVP (electronic voice phenomena – fenómeno electrónico de la voz) mediante el cual los muertos pueden comunicarse con los vivos. ¿Serían tanto “Porch Monkey” como la mujer que intentaba seducir a Sanders voces de los muertos, haciendo pasar un mal rato a los que transitaban por esa parte del país? La interrogante sigue en pie.

Conclusión

En una nación compuesta de subculturas, los transportistas han formado la suya, con su propia música (variaciones del country and western tan aceptado en todo el país) forma de vestir (vaqueros, chaquetas de cuero y cinturones con enormes hebillas de bronce) e intereses particulares (muchos se dedican al rodeo o al automovilismo). No es de sorprender que en la soledad de una noche interminable, bajo la tenue luz de las estrellas de las praderas o los desiertos de América del Norte, los transportistas figuren entre los primeros testigos del misterio.

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