Calor en el rostro: efectos físicos de los OVNI
Calor en el rostro: efectos físicos de loz OVNI
Por Scott Corrales para Arcana Mundi, © 2017
El 13 de agosto de 1965, en la pequeña población de Baden, Pennsylvania (EEUU), un hombre de mediana edad vio un extraño disco volando en el cielo nocturno, cruzando la faz de la luna. El testigo afirmaría posteriormente que el objeto medía unos cien metros de largo a una distancia aproximada de setecientos metros. Su luz anaranjada se atenuaría para adquirir un matiz azul intenso por espacio de unos segundos, y luego sucedería lo inesperado: el testigo sintió una 'onda de choque' proveniente del objeto poco antes de que este desapareciese por completo. Las secuelas físicas no tardaron en producirse, ya que el desventurado hombre comenzó a sentir dolor en los ojos, padeciendo una ceguera que le duraría varios alarmantes días, agregando el detalle de que su cuerpo estaba totalmente bronceado, casi como si hubiese ido a la playa por muchas horas - detalle que resultará familiar a todos los lectores que recuerden la escena en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) en que el electricista Roy Neary y la testigo Jillian Guiler comparan sus respectivas quemaduras.
Lo anterior también nos traerá a la mente el fatídico caso del canadiense Steven Michalak, quien moriría de exposición a radiaciones desconocidas en 1967 (caso Falcon Lake), y el caso menos conocido de David Winter, cuyo vehículo sufrió un desperfecto en Colombia Británica, Canadá, el mismo año que el evento de Michalak. Durante la gélida noche del 13 de diciembre, Winter salió de su vehículo para determinar la causa del problema, percatándose repentinamente de que no estaba solo en la inmensidad del bosque. A cierta distancia pudo ver un objeto con forma de domo y fondo plano que emitía luces rojas y verdes, a la vez que sus "claraboyas" sugerían la existencia de un compartimiento interior alumbrado. El objeto desconocido comenzó a columpiarse de un lado a otro - acción característica del fenómeno - y Winter sintió que su cabello comenzaba a calentarse, al igual que la superficie del vehículo. Posteriormente sentiría que una sortija de cobre que llevaba en la mano, y su reloj pulsera, empezaban a emitir un calor desagradable. Grande sería su azoro cuando la cremallera de sus pantalones también irradiaban calor. Los investigadores sentenciaron que esto reflejaba "la exposición a un fuerte campo electromagnético".
Casos y víctimas
Los animales tampoco parecen estar inmunes a los efectos físicos de los OVNI. El investigador John Magor hizo referencia a un caso sucedido en 1971 (curiosamente, también en el oeste de Canadá, concretamente en Calgary). Un jinete y su yegua cabalgan a lo largo de un sendero de la reserva indígena de Sarcee a las ocho de la noche durante una tarde despejada cuando un objeto redondo “de color azul plateado, con una textura parecida a la del plástico o fibra de vidrio” se manifestó de repente, causando pavor a la bestia. El jinete difícilmente pudo dar detalles sobre el objeto, concentrando su atención en los movimientos abruptos, casi salvajes, de su animal.
Durante los días que siguieron al encuentro cercano, la yegua sacudía la cabeza como si el sonido que emitía el objeto le hubiese afectado. Semanas después del encuentro, su dueño notaría una erupción de llagas en la cabeza de la bestia, y lo que parecía ser bocio (agrandamiento de la glándula tiroides). Comenta Magor que un reportero de la secretaría de educación de la provincia de Ontario tuvo la oportunidad de ver la yegua, indicando que la cabeza “parecía una masa de tumores”.
En 8 de abril de 1950, el joven David Lightfoot de la ciudad de Amarillo, Texas, también pasaría a la inmortalidad ovnilógica cuando se convirtió en uno de los primeros humanos en tratar de capturar un platillo volador.
A las once de la mañana, David y su primo Charles pescaban en un arroyo al norte de la ciudad cuando vieron un objeto redondo en el aire. Pensaron que se trataba de un globo que se acercaba a ellos, pero pronto descubrieron que era un disco que descendía al otro lado de una colina cercana. Sin pensarlo dos veces, David emprendió la carrera para ver dónde había aterrizado el objeto desconocido, hallándolo a tan solo metros de distancia. El “platillo” tenía las dimensiones de un neumático de automóvil, con un fondo redondeado y una especie de huso que lo atravesaba verticalmente.
David no pudo resistir el impulso de apropiarse de este extraño y maravilloso objeto, y se abalanzó sobre él. Pero sus dedos escasamente llegaron a tocarlo, puesto que el mini-platívolo emitió un sonido agudo, silbante, y ascendió velozmente en vertical. El niño inmediatamente se sintió enfermo y abatido por una sensación de calor. Horas más tarde, su rostro se vería invadido por diminutas ronchas que obligaron a su madre a aplicarle un ungüento, aunque sus brazos permanecieron sonrojados por algunos días.
En el otoño de 1954, una jovencita que dormía apaciblemente en su cama se despertó súbitamente al percibir la presencia de un haz de luz en su habitación. Se levantó y fue hacia la ventana, donde le sorprendió ver una formación triangular de luces que proyectaba su iluminación hacia ella. Se desaparecieron de repente, produciendo en ella una fiebre que le duraría los próximos días.
En un caso recopilado por John Timmerman y Michael Swords para su proyecto Grassroots UFO, tenemos un incidente con fecha del otoño de 1968 en la población de Greensvile, Tennessee (EEUU). Un matrimonio conducía su vehículo a lo largo de una carretera rural con dirección hacia la autopista. Casi al llegar a la encrucijada, se encontraron con un objeto que se cernía sobre los cables del tendido eléctrico. Aunque no se precisa la forma del intruso, los testigos afirmaron que “pulsaba con luces brillantes de color rojo, verde y rosado, pero todos mezclados” y con la mujer dándonos detalle añadido que nos interesa: “[La luz] tenía un ritmo pulsante que no correspondía con el de mi corazón, y que estorbaba mi ritmo cardiaco. Parecía como si quisiese acelerar los latidos de mi corazón, cada vez más rápido. Yo quería largarme de ahí, y le dije a mi marido que por favor nos alejase de aquel lugar.”
En el mes de agosto de 1975, dos hermanas de la ciudad de Troy, Pennsylvania caminaban de regreso a su casa a las nueve de la noche cuando presenciaron el descenso de un objeto discoidal cerca de ellas. Las hermanas sintieron un vaho caliente que bañaba sus caras, y decidieron echarse a la fuga. El disco venía siguiéndolas, y la extraña emanación les tocaba las espaldas. No tardó en colocarse sobre ellas. Una de las hermanas consiguió llegar al terraplén elevado de una vía férrea, pero su hermana no tuvo la misma suerte: seguía parada en el lecho de una pequeña corriente de agua, mirando hacia arriba y con las manos extendidas, totalmente rígida. Fue necesario que la otra hermana regresase a socorrerla, abofeteándola hasta sacarla del trance. Ninguna de las dos mujeres supo decir en qué momento se alejó el objeto.
¿Qué dicen los sabios?
Los efectos físicos de la exposición a objetos voladores de procedencia desconocida representan uno de los aspectos más controvertidos de la investigación paranormal. Estos efectos pueden variar desde las consabidas quemaduras o bronceados, las consecuencias del impacto de rayos o haces de luz disparados desde dichos objetos, o hasta síntomas poco comunes como resfriados y gripes tras presenciar las maniobras de una de estas luces.
Los estudiosos del fenómeno han descartado la posibilidad de que este impacto a la integridad física de los testigos sea el producto de rayos ultravioleta, sugiriendo que las microondas son más aptas a penetrar la vestimenta y causar la sensación de calor que se describe tan a menudo en la casuística del fenómeno. Sin embargo, el escritor y pensador John A. Keel, opinó lo contrario y dedica un capítulo a esta inquietante variante del quehacer ufológico en su libro Operation Trojan Horse:
“Los rayos ultravioleta,” escribe Keel, “tienen una importancia tremenda en el fenómeno OVNI. Son invisibles, pero capaces de quemar la piel y los ojos. Uno de los aspectos ignorados de la evidencia OVNI incluye cientos de avistamientos en que los testigos padecieron conjuntivitis tipo ‘klieg’ posteriormente, la clase sufrida por actores haciendo rodajes bajo las poderosas luces del estudio. Sus ojos se enrojecen, pican y sienten irritación. Los numerosos casos de quemaduras cutáneas y conjuntivitis tras los avistamientos OVNI nocturnos son prueba fehaciente de que algunos de los objetos emiten ondas ultravioleta. He entrevistado a muchas personas poco después de sus avistamientos y sus ojos aún estaban hinchados y enrojecidos por la conjuntivitis. Yo mismo sufrí esos síntomas tras un avistamiento en 1967”.
Agreguémosle a esto el “corolario Steiger” – referencia al autor Brad Steiger, con más de cien libros sobre ovnis y lo paranormal a cuestas: “Parece haber algo caliente en el enigma OVNI, algo capaz de activar el fuego divino de la inspiración e información reveladora. Es capaz de causar curaciones sobrenaturales. Causa transformaciones de la personalidad. Causa quemaduras y heridas. También puede cortocircuitar los enseres domésticos y circuitería eléctrica, al grado de causar grandes apagones en las zonas metropolitanas.”
En cuanto a la hipótesis de la generación de microondas, el Dr. James McCampbell afirma los siguiente: "Parecería ser que los campos magnéticos de los OVNIS producen estática o pulsan lentamente. Por este motivo resulta inverosímil que puedan ser capaces de producir corrientes significativas en el cuerpo humano, dado que la inducción es proporcional a la tasa de cambio en la fuerza del campo magnético. En comparación, la evidencia indica que las pulsaciones de microondas son más aptas", pasando a citar un estudio realizado por la Lockheed Corporation sobre los efectos fisiológicos de los radares de aviación, que emiten radiaciones de baja intensidad.
Cabe recordar que uno de los casos más dramáticos del efecto de las irradiaciones OVNI se produjo hace más de un siglo en Maracaibo, Venezuela, dónde el cónsul estadounidense en dicha ciudad informó a la prestigiosa Scientific American sobre una luz “viva y resplandeciente, acompañada por un zumbido, que iluminó repentinamente el interior de una casa” el 24 de octubre de 1887. El cónsul Warner Cowgill agregó que los inquilinos de la propiedad se vieron afectados casi enseguida por vómitos e hinchazón en sus cuerpos. Los estragos se harían sentir posteriormente, cuando las personas desarrollaron llagas y comenzaron a perder el cabello. El diplomático no deja de maravillarse, en su misiva a la revista, de que la estructura física no sufrió daño alguno, que las ventanas y puertas estaban cerradas, y que no se halló evidencia de lo que pudo haber sido el impacto de un relámpago.
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