En la frontera de lo imposible: los nazis lunares
En la frontera de lo imposible: los nazis lunares
Por Scott Corrales para Arcana Mundi (c) 2018
“Chita, ¡hueles a snapps!”
Esas fueron las palabras del Tarzán de Johnny Weismuller a su inseparable compañera en una escena imborrable que vi en el hoy abandonado Cine Continental de la Ciudad de México hace más de 30 años. Se trataba de una matiné sabatina de barrio, con dibujos animados y películas del “ayer”, y esa mañana le había tocado el turno a Tarzán y los nazis (Tarzan Triumphs, de 1943). La mona Chita, hurgando en la mochila de uno de los soldados, se encuentra una botella de snapps – el destilado de cereales o patatas – y la consume rápidamente, con el consiguiente efecto etílico.
Sirva ese recuerdo infantil de introducción al papel que han representado las fuerzas del Tercer Reich en la cultura popular. Antes de Star Wars y la temible flota imperial de Darth Vader, el héroe inevitablemente tenía que luchar contra los nazis – ya fuese en combate abierto durante la segunda guerra mundial, volviendo al pasado histórico mediante viajes en el tiempo para medirse contra los portadores de la esvástica, o huyendo de organizaciones que habían sobrevivido la guerra y luchaban en secreto para restablecer su antiguo régimen...el Cuarto Reich, si se quiere. Tarzán, Indiana Jones, el capitán Kirk de Star Trek, el almirante Nelson de Viaje al Fondo del Mar – todos tuvieron que enfrentarse a los nazis en algún punto de sus ficticia existencia.
¿Por qué nos apasiona hablar o leer sobre los nazis, o verlos plasmados en la gran pantalla? No existe una respuesta fácil.
En dos trabajos anteriores hemos comentado la audaz hipótesis lanzada por el científico y divulgador Richard Hoagland sobre la existencia de un “programa espacial secreto” fundamentado en la tecnología superavanzada desarrollada durante los últimos años del Tercer Reich, aparentemente perfeccionada en alguna parte oculta de nuestro planeta, o en la misma luna. Aunque se trata de una teoría que se ha barajado desde hace décadas, sugerirla ahora, o resucitarla con evidencia nueva, resulta bastante temerario, ya que la ovnilogía actual parece aceptar solo dos paradigmas: o son totalmente extraterrestres o totalmente falsos.
Rechazar la posibilidad de que los nazis llegaron a la Luna, establecieron bases en los fríos cráteres selenitas, y un largo etcétera, tal vez se deba a que el concepto tiene largos antecedentes en la ciencia ficción. Por ejemplo, la novela Rocketship Galileo del legendario autor de ciencia ficción, Robert Heinlein, con fecha de 1947, nos presenta la llegada de los primeros astronautas a la luna y su primer descubrimiento: que las fuerzas del Reich se les habían adelantado, construyendo bases y desplazándose en platillos voladores. Los comics de Marvel nos han dado una pléyade de personajes y organizaciones nazi (Axis Mundi, Red Skull, Baron Zemo, etc.) que han desafiado a los mejores superhéroes creados por Stan Lee.
Existe otra forma de percibir la situación – algo tachado de conspiranoia a la primera – que consistiría en afirmar que todas estas representaciones de la supervivencia de los nazis después de la guerra fueron discretamente incentivadas para restarle hierro a una realidad tan tremenda como desagradable para las victoriosas fuerzas aliadas. Los objetos con forma de búmerang avistados por Kenneth Arnold (los mal llamados “flying saucers”)...¿eran verdaderamente aviones de ala delta creados por el Reich? ¿De dónde venían, dos años tras la capitulación del almirante Doenitz en Berlín? El objeto que chocó en Roswell...¿era--como se ha afirmado en fechas recientes—un vehículo experimental de la avanzadísima tecnología alemana, siendo sometido a prueba en la soledad del desierto de Nuevo México? Podemos pasarnos el resto del día formulando interrogantes surgidas por todo el material que tenemos a nuestra disposición.
Como ha dicho el investigador Joseph P. Farrell – cuyas obras sobre la ciencia nazi de postguerra han sido el motivo de estos artículos – podemos resumir la situación de la siguiente forma. Los científicos de Reich buscaban liberar a su país de la ausencia de fuentes energéticas. Los experimentos con carburantes sintéticos y la energía nuclear estaban muy bien, pero la S.S. anhelaba algo más duradero, si acaso eterno: la energía libre o de punto cero (zero point energy, en inglés) que abastecería las necesidades del país y sus conquistas, permitiría el desarrollo de vehículos extraordinarios, y crearía armas destructivas que relegarían la bomba atómica al papel de un vil petardo. Según la evidencia presentada por Farrell y confirmada por otros, lograron todo esto y mucho más.
El final de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una confusión como jamás se había visto antes. Miles de personas se desplazaban de un lado del continente europeo al otro, regresando a sus antiguos hogares tras de ser expulsados por los nazis, y otros que huían del avance de las tropas soviéticas. Los aliados se disputaban el control de las ruinas del Reich, sus enseres y personal. De los humeantes restos de los edificios y reductos de Hitler, soldados cargaban en brazos cajas llenas de documentos - muchos de ellos secretos - para ser examinados por sus superiores en Londres y Washington. Algunos de estos papeles causaron tanto pavor a sus lectores que permanecieron en la oscuridad por décadas, a pesar de que algunos de ellos contenían información fascinante, como la posibilidad de que los científicos alemanes hubiesen realizado pruebas nucleares mucho antes que el proyecto Trinity en las arenas de Nuevo México.
Uno de esos documentos, confeccionado por agentes de la marina estadounidense, data de 1946 y cuenta con la aprobación del piloto alemán Hans Zinnser, experto en cohetería, y por lo que parece, el único testigo de la prueba atómica realizada por los nazis (Archivo Desclasificado de Inteligencia de la USN, archivo“Investigaciones, Búsqueda, Desarrollos y Uso Práctico de la Bomba Atómica Alemana, fechado el 19 de agosto de 1945, NARA/RG 38, Caja 9-13 Partida 98c COMNAVEU Londres, 25 de enero de 1946, affidavit del capitán RF Hickey USN)
El "Informe Zinsser", como se le ha dado a conocer, afirma que a comienzos de octubre de 1944, el piloto de marras se encontraba en una avioneta, sobrevolando la región al sur de Lubeck, antigua sede de la Liga Hanseática, a una docena de kilómetros de la instalación de pruebas atómicas del Reich. De repente - según Zinsser - se produjo una iluminación repentina y sobrecogedora de la atmósfera que duró tan solo algunos segundos. La luz fue seguida de la oscuridad. La onda de presión creada por el fenómeno resultaba claramente visible al piloto, estimando su diámetro en unos diez mil metros. Como era de esperarse, la descomunal onda abarcó la avioneta, sacudiéndola como un juguete.
Zinsser consiguió aterrizar sin problemas, pero su curiosidad por el fenómeno fue tal que - de acuerdo con el informe - en menos de una hora estaba en el aire de nuevo a bordo de un Heinkel He 111. Regresando al punto donde percibió la explosión por primera vez, el piloto constató la presencia de una nube con forma de hongo a cinco mil metros de altura, generando una turbulencia que afectaba los mandos del bombardero. Las comunicaciones con el control de tierra se vieron intervenidas por una fuerte estática.
El dossier de la marina de guerra estadounidense no vuelve a mencionar a Zinsser, pero el capitán Hickey, autor del informe, apunta la certeza de que Alemania poseía suficiente material físil como para detonar al menos dos bombas atómicas con una fuerza de mil toneladas de trinitrotolueno cada una.
Otras fuentes apuntan que se produjo una segunda prueba en marzo de 1945, en el distrito de Gotha en Turingia, recordado mayormente por su funesto campo de concentración en Ohrdruf. Aquí, en las inmediaciones del bosque turingio, más de quinientos prisioneros de guerra perdieron la vida como consecuencia de la explosión de varios gramos de explosivo atómico.
El resto de los documentos recuperados de la pesadilla hitleriana están guardados en los Archivos Nacionales de EEUU, su lectura siendo prohibida hasta el año 2045.
El 19 de agosto de 2015, el autor Charles W. Stone figuró de invitado en un programa de radio (Ground Zero with Clyde Lewis), haciendo mención no solo del "informe Zinsser" sino también el descubrimiento de diseños para submarinos nucleares en los túneles debajo de la base naval de Yokasuka en Japón, legado de la flota imperial japonesa, que venía estudiando la creación de una bomba atómica desde finales de los años '30.
Según la web International Military Forums (www.military-quotes.com), Luigi Romersa, antiguo corresponsal de prensa durante la guerra, afirmó haber presenciado una detonación nuclear en la isla de Rugen en el Mar Báltico, concretamente en istmo de Bug, donde en la actualidad aún pueden verse dos grandes cráteres y se registran anomalías en los niveles eléctricos. Romersa afirma haber sido enviado a presenciar la explosión por orden del mismo Mussolini. El corresponsal y tres enviados japoneses fueron colocados dentro de una casamata herméticamente sellada para presenciar la explosión, y no se les permitió salir hasta mucho después debido a los altos niveles de radiación.
Durante su consejo de guerra, el mariscal rumano Antonescu reveló haber sostenido conversaciones con Hitler y Von Ribbentrop en el verano de 1944, afirmando que el Fuhrer le había informado que "nuevos explosivos, cuyo desarrollo ya había progresado a la etapa experimental, representarían el mayor salto desde el descubrimiento de la pólvora". ¿Qué tan avanzada estaba la técnica del Reich? El general Patton descubriría un acelerador de partículas en Burggrub en abril de 1945. El objeto disponía de una configuración de espejos de berilio y ánodos que le permitía disparar haces de partículas contra los bombarderos aliados. Dicho objeto fue desmantelado por el 1269vo batallón de ingeniería del ejército estadounidense a fines de ese mes.
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