Casos Olvidados: Misterios del Ártico
Casos Olvidados: Misterios del Ártico
Por Scott Corrales para Arcana Mundi
La exploración de las regiones polares de nuestro planeta fue la obsesión del siglo XIX - científicos y militares empeñados en plantar la bandera de su respectivo país en los polos, o adjudicar las frías y desoladas tierras islas de aquellos mares al cetro de sus imperiales majestades. Amundsen, Scott, Shackleton, Ross, Franklin...la lista es extensa y dolorosa.
Nuestro interés por estas inhóspitas extensiones persiste aún hoy gracias al interés del tema que nos ocupa por la presencia de "no identificados" en los hielos. Los fugaces objetos se han paseado sobre la Antártida y el casquete polar ártico, llenando las páginas de revistas y libros, así como los soportes magnéticos y digitales de programas de radio e internet. De vez en cuando nos cruzamos con testimonios de lejanos tiempos que avivan nuestra curiosidad por el asunto, tal como este extracto de un libro por Elijah Kane, publicado a mediados de la década de 1850 en la ciudad de Nueva York con el título The U.S. Grinnell Expedition in Search of Sir John Franklin (La expedición estadounidense Grinnell en la búsqueda de Sir John Franklin), tema que hemos abordado anteriormente en Arcana Mundi pero que puede resumirse de manera escueta: el explorador Franklin, veterano de varias campañas en el ártico, desapareció con sus dos naves - HMS Terror y HMS Erebus - en 1848.
El almirantazgo británico no perdió tiempo en lanzar una serie de expediciones de socorro para dar con los desventurados exploradores, esfuerzo al cual se integraron canadienses y estadounidenses. La expedición estadounidense fue financiada por el magnate Henry Grinnell, responsable de la compra de dos embarcaciones - Advance y Rescue - y comandada por el teniente Edwin De Haven, respondiendo a la petición realizada por Lady Franklin al presidente Zachary Taylor. Elisha Kane, autor del libro, se desempeñó como cirujano de a bordo en una de las dos naves del proyecto, cuya misión era la llegar al Canal de Wellington y el Cabo Walker.
El 15 de septiembre de 1850, cinco meses tras de haber zarpado de Nueva York, se produjo algo insólito que llamó la atención del cirujano:
"Esta tarde a las 6:20 horas, una gran masa esférica fue vista flotando en el aire a una distancia desconocida hacia el norte. Onduló por algún tiempo sobre el horizonte helado del Canal de Wellington, y tras algunos momentos, otro objeto más pequeño que el primero resultó visible a poca distancia. Retrocedieron con el viento que soplaba desde el sur y el este, pero no desparecieron por buen rato. El capitán De Haven pensó a primeras que se trataba de un volantín, pero a pesar de lo difícil que resultaba imaginar un volantín volando sin dueño, en un sitio en el que no podía haber dueño, su movimiento me convenció de que se trataba de un globo. El HMS Resolute había lanzado un globo de correo el 2 de septiembre, pero era imposible que dicho artefacto hubiese sobrevivido las tormentas de la semana pasada. Me hizo suponer que debió haber sido lanzado por algún buque inglés al oeste. El incidente nos produjo mucho interés al momento, y no he visto nada en las bitácoras de los exploradores ingleses que lo explique".
Se produciría otro caso curioso cien años más tarde – en mayo de 1950, para ser exactos – sobre las desoladas regiones árticas de Alaska, evento documentado en las crónicas de la fuerza aérea (USAF). Los oficiales y personal enlistado del 625mo Escuadrón de Control y Alerta fueron testigos de “un objeto volador inusual” a las 23:30 horas del quinto día del quinto mes, proporcionado los nombres de los testigos: el capitán O’Sullivan, el teniente Reisinger, los sargentos Peterson y Dexter y el cabo Lipson, quienes coincidieron en describir el fenómeno como un objeto de color anaranjado rojizo de intensidad constante, visible en el aire durante cinco minutos antes de desplazarse a mayor velocidad a 220 grados de Elmendorf en un derrotero de 040 grados, finalmente despareciendo sobre el horizonte. Por algún motivo, el informe marca la siguiente información como SECRETO: “El cielo estaba totalmente nublado con la base de las nubes a siete mil pies. No había luna ni estrellas visibles. No se escuchó sonido alguno y no hubo acrobacias. Los testigos no ofrecieron explicación alguna sobre lo que habían visto”.
Los estudiosos de la guerra fría prefieren achacar estos avistamientos a la angustia creada por la guerra fría.
“Si tomamos un globo terráqueo de 1950 y nos concentramos en el polo norte, nos daremos cuenta rápidamente de que la línea más corta entre la Unión Soviética y Estados Unidos pasa sobre Canadá”, asevera el profesor Edward Jones-Imhotep. El temor del inminente bombardeo soviético, aunado al miedo a los extraterrestres, alimentó los informes sobre fenómenos extraños.
Aunque ya no existe una URSS que pueda atormentar el sueño de los buenos ciudadanos de las tierras del norte, el ártico sigue produciendo casos insólitos. El libro Hants Hill to Arctic Tundra (2013) de Ray Simm nos cuenta el estrellamiento de un objeto extraño el 27 de junio de 1997 en la orilla de la gran y misteriosa Bahía de Hudson. “Algunos dijeron que se trataba de un gran meteorito,” escribe Simm, “y otros dijeron que una nave extraterrestre había chocado”.
Dos cazadores inuit habían tenido la suerte de estar cinco millas al norte del impacto en Whapmagoostui (el nombre nativo de Great Whale River) y pudieron ver un bólido que atravesó las nubes antes de desaparecer en el horizonte. Acto seguido se produjo un gran destello de luz y una ensordecedora explosión que hizo temblar la tierra, tan intensa que los cazadores pensaron que su comunidad seguramente había sido volatilizada, temor que los desveló hasta que pudieron regresar al lugar el 30 de junio, descubriendo que el impacto había producido “una nueva bahía, tallada de la costa, midiendo trescientos cincuenta metros de largo y ciento cincuenta metros de ancho”. Como en el célebre caso Tunguska, los arboles estaban aplanados en lo que quedaba de la costa antigua mientras que maderos y escombros flotaban en la ensenada recién formada.
El autor señala que elementos de la NASA hicieron acto de presencia para realizar pruebas y enviar buzos a las profundidades de la nueva ensenada. Las autoridades trataron de desmentir el evento como un desprendimiento de terreno o sumidero, a pesar de que la geología local no era apta para semejantes explicaciones.
Miembros de las tribus cree e inuit “llegaron a ver un submarino en la superficie de la Bahía de Hudson a poca distancia del lugar de los hechos. Llegaron a ver hombres en trajes blancos y anaranjados que usaban lo que parecía ser medidores Geiger y otros aparatos científicos”. Ninguno de los vecinos de Great Whale se atrevieron a acercarse a estos personajes, aclara Simm.
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