Wednesday, October 03, 2018

Sobrenatural: Lo que ocultan los militares



Sobrenatural: Lo que ocultan los militares
Por Scott Corrales © 2018

Es de esperar que los hombres y mujeres que visten el uniforme de cualquier país de nuestro planeta sean capaces de guardar un secreto, sobre todo si se trata de algo que pueda impactar el bienestar de sus respectivas patrias. Hay juramentos sobre el secretismo que se extienden más allá de la vida militar activa del individuo, y en algunos casos hay juramentos que se extienden a los familiares que hayan podido tener conocimiento de algún asunto de trascendencia.

Hay asuntos y situaciones fáciles de comprender al respecto – cosas que se vieron en instalaciones militares, en las armadas de guerra y los escuadrones de interceptores. Menos fácil de entender son las órdenes estrictas de no divulgar datos sobre cosas que “no existen” según nos lo han inculcado nuestras sociedades.

En 1973, un joven recluta llamado Terry Lovelace ingresó a la fuerza aérea estadounidense (USAF) y recibió adiestramiento como técnico de emergencias médicas y acantonado en la base aérea Whiteman, que en aquel entonces formaba parte del mando estratégico aéreo o SAC, con docenas de bombarderos B-52 “Estratofortaleza” con un mortífero armamento nuclear. A pesar de las tensiones entre las superpotencias del momento, la vida en la base Whiteman era llevadera y Lovelace podía dedicarse a contemplar el cielo nocturno sentado en una silla plegadiza cerca de la ambulancia que le tocaba conducir.

El sosiego desparecería de su vida militar una madrugada en el invierno de 1975 cuando un militar sufrió una caída desde la boca de un silo de misiles intercontinentales. Personándose al lugar de los hechos en su vehículo y con un ayudante, Lovelace se encontró con una situación confusa y poco característica del buen proceder militar: había vehículos de seguridad por todas partes, soldados con carabinas M-16 que miraban a la oscuridad de los cielos de Missouri, buscando algo. Un oficial le indicó que estacionara su ambulancia y que se mantuviese alerta.

Fue en aquel momento que el sanitario se dio cuenta de la existencia de un objeto sumamente raro sobre el tubo del proyectil intercontinental – un aparato con forma de diamante, negro mate, que se cernía a unos veinte pies en el aire, y del tamaño de una furgoneta de carga. Lovelace y los demás contemplaron la extraña figura por un cuarto de hora antes de que desapareciese a una velocidad prodigiosa, perdiéndose de vista.

Los altos mandos de la base informaron a los que presenciaron el objeto insólito que acababan de ver “un helicóptero experimental secreto” – explicación que los soldados no estaban dispuestos a tragarse. Asimismo, se les indicó que no debían hablar sobre el asunto y que cualquier boceto que pudiesen haber dibujado debía ser entregado a sus superiores.

Pasaron los años y Lovelace siguió su carrera en la base Whiteman, decidiendo tomar algunos días de asueto en el parque estatal Devil’s Den (“guarida del diablo” ) en el vecino estado de Arkansas, conocido como la patria chica del ex-presidente Bill Clinton.

La primera noche de acampada en el parque, el protagonista y un amigo vieron un trio de estrellas en el horizonte que formaban un triángulo perfecto que se movía al unísono, cruzando las estrellas del firmamento a eso de las 21:00 horas. Luego de pasar sobre ellos, notaron que el silencio se hacía absoluto sobre la oscuridad del parque. El silencio trajo consigo un aspecto aún más alarmante – ambos hombres se sintieron invadidos por una modorra desacostumbrada que les hizo quedarse dormidos hasta las tres de la madrugada.

Lovelace se despertó repentinamente a esa hora, deslumbrado por las luces de colores múltiples que invadían la oscuridad de su tienda de campaña. El bosque entero se veía iluminado como si de un estadio de futbol se tratase.

Un objeto volador no identificado del tamaño de un edificio de cinco plantas, de forma triangular, estaba suspendido en el aire. Si hemos de creer a Lovelace, las dimensiones del objeto hacían de él uno de los ovnis más grandes que se hayan visto: cada lado del triángulo tenía el largo de una cuadra de ciudad y su grosor era de quince metros, emitiendo un zumbido sordo como el de una gran máquina industrial.

Como si de una película de Spielberg se tratase, Lovelace y su compañero vieron lo que parecía ser niños caminando en el extenso prado debajo del objeto desconocido. Las figurillas se internaban en una columna de luz blanca, desapareciendo una por una.

El terror se apoderó de los militares, que abandonaron sus pertenencias y regresaron a toda velocidad a la base aérea, sufriendo de quemaduras graves y deshidratación. Durante su convalecencia, fueron entrevistados por dos agentes del negociado de investigaciones especiales de la USAF, quienes les exigieron la entrega de cualquier registro fotográfico que hubieran podido haber tomado del evento. Cuando Lovelace afirmó no haber tomado foto alguna, esto dio lugar a una segunda entrevista con los elementos de seguridad.

El desenlace fue funesto para el amigo de Lovelace – fue dado de baja de la fuerza aérea y comenzó a beber, muriendo indigente pocos años después.

Lovelace, por su parte, fue víctima de pesadillas constantes sobre la extraña noche en el parque nacional. Los apuntes que hizo sobre estas experiencias oníricas formaron parte de su libro Incident at Devil’s Den. “Desde 1977,” escribe el ex militar, “me incomoda estar a la intemperie en la oscuridad. Duermo con la luz o el televisor encendido. Tengo una pistola .380 cargada sobre mi mesa de noche y una linterna de alta potencia. Me incomoda estar en la presencia de viejas de origen asiático, y me da angustia ver maniquíes desnudos en los escaparates de las tiendas del centro comercial”.

De vuelta a la década de los ‘50

Un avión desapareció súbitamente sobre Dakota del Sur en la primavera de 1957. No cayó del cielo víctima de un desperfecto mecánico, la falta de pericia de sus tripulantes, ni un fenómeno atmosférico inesperado – un objeto volador no identificado había segado las vidas de los que iban a bordo.

El espectáculo fue presenciado por Wallace Fowler, un aviador de veintidós años de edad cuyo servicio con la USAF estaba a punto de concluir, pero cuya mente llevaría grabada para siempre el encuentro con lo desconocido.

Entre las 18:30 y 19:00 horas, el joven aviador estaba sentado afuera de su barracón cuando notó algo extraño en el cielo – un objeto plateado con forma de platillo. La parte superior del aparato estaba rematada por un domo con claraboyas a través de las cuales era posible ver sombras en movimiento. El objeto tenía el tamaño aproximado de una casa. Lejos de sentir miedo, Fowler se sintió invadido por una sensación beligerante, mirando al intruso y pensando, “si quieren bajar a por mí, aquí me tienen, cabrones.”

La actitud desafiante del soldado parece haber sido captada por las inteligencias al mando del extraño ingenio, que repentinamente se elevó y desapareció a gran velocidad sin dejar rastro de humo ni ninguna señal de haber estado ahí.

Fowler dirigió sus pasos hacia la torre de control de la base Ellsworth, viendo como los pilotos corrían hacia sus interceptores. Internándose en los hangares, escuchó como sonaban todos los teléfonos a la misma vez e imperaba la confusión. Su intención era dar parte sobre su encuentro cercano con el objeto desconocido, pero en aquel momento nadie estaba dispuesto a prestarle la más mínima atención. Fowler se hizo a un lado, contemplando la frenética actividad del momento.



Escuchó como uno de los controladores de la torre informaba a los pilotos que habían despegado en su misión de “scramble”: “Aquello parece estar jugando con nosotros. Espera a que nos acerquemos y luego sale disparado, dejándonos atrás.” Las autoridades militares también le pedían a uno de los aviones que se acercase lo más posible al objeto para ver si era posible adivinar de qué estaba hecho.

Uno de los pilotos contestó que parecía tratarse de un objeto metálico, y repentinamente se escuchó el desgarrador sonido de un choque por el sistema de comunicaciones. Los controladores presentes intentaron comunicarse con el piloto infructuosamente. En aquel momento, un oficial se apercibió de la presencia de Fowler y le instó a abandonar la torre. El joven aviador regresó a su barracón, donde sus amigos le informaron que el objeto había sido visto sobre la vecina Rapid City.

Una de las tareas de Fowler consistía en aparejar paracaídas, y durante la realización de sus labores, llegó a escuchar a los pilotos hablando de cómo un interceptor había desparecido sin dejar rastro. Las fuerzas de rescate no habían encontrado escombros del supuesto choque.

Wallace Fowler se pondría en contacto con los investigadores Irena Scott y William Jones cuarenta años más tarde, casi en su lecho de muerte y plenamente consciente de que el incidente podría ser materia reservada. El motivo de su revelación era dar con los familiares que perdieron un ser querido aquella noche en 1957 en la base Ellsworth, y a quienes seguramente se les mintió sobre el suceso.

Misterios del desierto


A no ser por la férrea disciplina militar a la que estaban acostumbrados, los centinelas de base aérea Edwards seguramente hubieran abandonado sus puestos al ver los inquietantes ojos luminosos que se movían silenciosamente en la oscuridad del desierto del Mojave.

Los agentes de la oficina de investigaciones especiales, mejor conocida por sus siglas OSI, habían tomado cartas en el asunto cuando en el mes de mayo de 1974 uno de los centinelas que patrullaba la zona restringida conocida como “proyecto Logic”. El soldado había solicitado refuerzos desesperadamente por la radio a la misma vez que disparaba ráfagas contra un intruso desconocido. Al llegar a la zona de la base que ocupaba el “proyecto Logic”, una patrulla había descubierto que el vehículo del centinela estaba volcado y que el soldado se hallaba en un estado de incoherencia y confusión tras de haber vaciado todas las balas de su subfusil. Aunque la USAF jamás incluyó un informe sobre el asunto, se dijo posteriormente que el centinela acabó hospitalizado y posteriormente fue transferido a una base en otro país.

Según las pesquisas de la fallecida investigadora B.Ann Slate, tres guardias distintos en la base Mojave tuvieron encuentros cercanos con seres simiescos de ojos azules fosforescentes que se acercaban a las instalaciones más restringidas de la base, tal como la estación MARS, que controlaba las comunicaciones con bases militares a la vuelta del mundo. Las enormes y malolientes siluetas se desplazaban con rapidez pasmosa en la oscuridad, dejando extrañas huellas en la dura arena del desierto. Llegó a decirse que la causa de todos estos incidentes eran burros silvestres que se acercaban a las instalaciones por pura casualidad, pero el personal destacado en el perimetro de la base no comulgaba con ruedas de molino, entre ellos el sargento Barton de la policía aérea, oriundo de Missouri, donde sus parientes habían tenido encuentros con la criatura denominada “Momo” y habían disparado contra ella.

En el invierno de 1974, Barton estaba patrullando las inmediaciones del Laboratorio de Propulsión a Cohete de la base militar cuando percibió luces extrañas en el desierto. El sargento se decidió a investigar, pero las luces desaparecieron justo cuando Barton llegó al lugar donde estaban. Para empeorar la situación, Barton descubrió que su Jeep se había hundido en las arena, obligándolo a regresar a pie hasta el cuartel. Al regresar con un remolque, pudo ver una serie de pisadas de catorce pulgadas de largo que rodeaban el vehículo atascado, como si “algo” lo hubiera estado investigando durante la ausencia del policía aéreo.



Tal vez más curiosa resultaba la renuencia de la jerarquía militar en atender los informes proporcionados por centinelas como Barton, según escribe B.Ann Slate. Aquellos civiles que frecuentaban el desierto y veían seres extraños u OVNIS en la oscuridad eran amenazados con ser arrestados y que jamás volverían a ver a sus familiares. El destacado investigador de críptidos Peter Guttilla recuerda que uno de sus contactos dentro de la base Edwards había recibido la abrupta orden de sus superiores de no volver a abordar el tema OVNI ni de los seres peludos. Durante una llamada telefónica con el hijo de su contacto, el muchacho informó al investigador que “ellos [los militares] sabían lo que estaba sucediendo, sabían lo que eran y de dónde provenían, y que se suponía que nosotros no estuviésemos hablando del tema”.

¿Qué eran estos extraños seres? ¿Entes paranormales o extraterrestres? ¿O tal vez el producto de algún laboratorio militar encargado de producir tales aberraciones, utilizándolas quizás para probar la integridad de sus propias defensas? ¿O como veremos más adelante, otro fallido intento en el estúpido propósito de crear un “supersoldado”?

Lo que sí sabemos es que en 1974, la psíquica Joyce Partise, durante el transcurso de un experimento, recibió un sobre que contenía la imagen de una huella de Sasquatch o pie grande. La sensación impartida por el retrato hizo que la californiana dijese lo siguiente: “Este hombre gorila...es de aspecto extraño pero es inteligente...es como si perteneciera a una civilización antigua que comenzó a mutar debido a la radiación”. Pasó entonces a describir un laboratorio genético y su contenido: “Estoy viendo un laboratorio con animalillos enjaulados, y a su alrededor muestras de piedras, minerales y tierra. Tienen a uno de estos hombres simios enjaulados y no le gusta [...]. Parece que intentan controlarlo, como un robot”.

Las manifestaciones de estos seres hirsutos en el desierto no se limitan a esa década: en los ’90, Andrew Montoya estaba pasando la noche con unos amigos en Santa Fe, Nuevo México cuando decidieron regresar a sus hogares a eso de las tres de la madrugada. 10 millas al norte de Santa Fe, Montoya afirma haber sentido una sensación “sumamente rara” mientras que conducía en la oscuridad del desierto. Repentinamente, miró a su derecha y pudo ver como un simio de color blanco y ojos anaranjados corría al lado de su vehículo, manteniendo el paso sin ningún problema. Montoya despertó a uno de sus pasajeros, que reaccionó con la esperada sorpresa al ver al mono galopante que corría al lado del vehículo. Repentinamente, el extraño ser se cansó de seguirlos y se desvió hacia el desierto, perdiéndose de vista.

Según parece, son tan pocas las ganas de estas criaturas de permanecer bajo el control de sus creadores que se escapan con frecuencia, y resulta necesario ir a recuperarlos...

“Nuestra misión consistía en cazarlos”, dijo el hombre cuya voz filtrada ahora llegaba a millones de radioescuchas en la madrugada. “Nos asignaron la tarea viajar alrededor del mundo para recoger los que se habían escapado”.

Las declaraciones del hombre que decía llamarse “Major Zep” eran positivamente delirantes. El individuo de acento sureño y pausado afirmaba haber pertenecido a un comando denominado “freak squad” (literalmente la “brigada de monstruos”) cuya misión consistía en nada menos que recoger a los seres extraños que se habían escapado de ciertos laboratorios militares, facilitando el número de su unidad y el organismo gubernamental en cuestión al locutor George Noory del programa “Coast to Coast AM” el 18 de febrero de 2005.

La misión de este inverosímil grupo de soldados era sencilla: ir a recoger las criaturas extrañas que se habían escapado de los laboratorios o que habían sido puestas en libertad deliberadamente para comprobar sus reacciones. “Éramos cinco”, explicó el testigo, “y nuestras misiones tuvieron una tasa de éxito de veinticinco por ciento”. La mayoría de las criaturas consistían en conejos con cabezas adicionales que salían de sus espaldas – las tristes víctimas de la manipulación genética. Supuestamente, “Major Zep” y su comando habían sido despachados a América del Sur cuando comenzaron a darse los primeros casos del célebre Chupacabras para recapturar estas criaturas y devolverlas a sus creadores.

Fue precisamente esta criatura, afirmaba el militar, la que más problemas representó debido a su alto grado de inteligencia: alegadamente producto de la fusión de “prisioneros vietnamitas varones y hembras” con otras criaturas desconocidas. Los rusos, comentó Zep, no se quedaron atrás en la creación de sus propias quimeras: en este caso, fusiones de células humanas y de osos para la supuesta creación de un “supersoldado” – algo que recuerda poderosamente a la trama de la última temporada de la serie Expedientes X .



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