Medianoche
en el bosque: Especulaciones sobre Bigfoot.
Por
Scott Corrales © 2015
El antropólogo
Stanley Gooch escrbía – en su libro sobre lo paranormal – que gran parte del
temor que los sentimos los humanos hacia la noche (o mejor dicho, el temor que
siente el homo sapiens sapiens hacia
la oscuridad) no se debe a motivos sobrenaturales ni tampoco a la afirmación de
Elias Canetti sobre “el temor a ser atrapados y devorados” por alguna fiera. Al
contrario, Gooch sugiere algo que comienza a ser moneda de curso legal en la
ciencia: que el hombre moderno y el neandertal coincidieron por mucho tiempo en
la historia, y que este último – nocturno y venerador de la luna – pasó a
convertirse en el temido “coco” de nuestros ancestros – diurnos y veneradores
del sol. El planteamiento puede tildarse de ingenuo, sobre todo por aquellos
que no son partidarios de las explicaciones que no se rigen por los dictados de
la ciencia oficial, pero…¿y qué tal si los antepasados del hombre moderno no
temían al pobre neandertal, sino a una presencia mucho más tenebrosa? Como he
señalado anteriormente, todas las leyendas de la humanidad suelen tener un
grado de verosimilitud, y la presencia de ogros y gigantes en las tradiciones
de muchos continentes bien pueden sugerir que una rama de otro ser que solo
conocemos por sus muelas y quijadas – el gigantopitecus
blacki – no sólo sobrevivió a los embistes del tiempo, sino que sigue vivo
entre nosotros, conocido por un sinnúmero de nombres desde los pantanos de la
cuenca del Misisipí hasta las heladas riberas del Lena en Siberia. Nuestro
viejo amigo el yeti – o Bigfoot, Piegrande o como se le quiera llamar – sigue
contemplando nuestras actividades desde las sombras del bosque.
Hace poco surgió
la historia de un agente de la policía estatal que – por razones obvias – se
negó a aportar datos personales por los problemas que esto podía acarrearle en
la jefatura. Su encuentro con lo desconocido se debió a razones puramente
policiacas: los vecinos de un condado en el este del estado de Texas se habían
quejado de que muchos adolescentes se dedicaban a utilizar un tramo recto de
carretera para hacer competencias automovilísticas, y clamaban a voces la
intervención de las autoridades. El agente se apostó en un sendero que daba con
la recta, semioculto en la oscuridad, listo para perseguir al primer revoltoso
que decidiera pasar frente a su patrulla a velocidades temerarias.
Su patrulla – una
camioneta Tahoe – tenía todo lo necesario para detener a los implicados, y el
agente apagó las luces y dispuso a esperar. Como es común en estos casos,
sintió repentinamente que alguien le estaba mirando…
Al mirar a su
derecha, hacia el asiento de pasajeros con la ventanilla cerrada, se horrorizó
al ver un rostro de facciones bestiales que lo miraba fijamente. El agente
confiesa haber sufrido un ataque de histeria, empujándose contra la puerta al
lado de su propio asiento en un intento inconsciente de aumentar la distancia
que lo separaba de aquel rostro cuyos ojos negros lo miraban fijamente. Su
entrenamiento le hizo recuperar los estribos, pensando dos veces antes de sacar
su arma reglamentaria y abrir fuego contra “aquello” desde el interior del
vehículo. Enseguida encendió todas las luces de la camioneta Tahoe, incluyendo
la sirena, tratando de hacer la mayor cantidad de ruido posible. El rostro, sin
inmutarse, se apartó del cristal de la ventana y desapareció.
Fue entonces que
el agente de la policía estatal se dio cuenta que aquella cosa se había
agachado para mirar hacia el interior del vehículo
La figura se
alejó lentamente hacia el interior de la arboleda, su forma iluminada por las
luces blancas de los frenos del vehículo. El agente explicó que aquella enorme
figura estaba cubierta de pelo, y que caminaba muy parsimoniosamente hasta
perderse. Sin titubear, el policía
estatal puso su vehículo en marcha y salió de la zona, su misión original
olvidada.
Y es que la zona
este del gran estado de Texas, que asociamos a menudo con torres petroleras y
llanuras dominadas por extensos latifundios como el rancho Southfork de la
vieja serie Dallas, contiene ciénagas y pantanos de dimensiones colosales como
el famoso “Big Thicket”, región que abarca cuatrocientos setenta kilómetros
cuadrados bajo protección estatal, sin contar las zonas boscosas circundantes
que se extienden por cientos de kilómetros más. Es aquí dónde se han producido
más encuentros con seres del tipo Bigfoot que en el mismo Pacífico Norte,
considerado oficialmente como el hábitat de las criaturas peludas.
El criptozoólogo
Loren Coleman llegó a considerar, en cierto momento, que los encuentros y
avistajes de estos seres bien podrían surgerir algo revolucionario para la zoología
oficial: la existencia de grandes simios en América del Norte, a los que
bautizó con las siglas NAPES (North American Apes). Estas criaturas se
aprovecharían de los ríos del sur de los Estados Unidos y su densa vegetación
para desplazarse de norte a sur y viceversa, explicando los incidentes de
“Bigfoot” en Texas, Luisiana, Oklahoma y Missouri – este último estado siendo
el hábitat de “Momo”, el monstruo del rio Misurí, y el monstruo de Fouke,
nativo del estado de Arkansas.
“Extendiéndose a lo largo del valle del
Misisipí y los valles de sus tributarios encontramos una extensa red de bosques
mixtos y deciduos de dosel cerrado. Los bosques en galería de la red del
Misisipí consisten mayormente de robles, árboles de goma y cipreses en su
región meridional, y olmos, fresnos y álamos en su parte septentrional. Estas
tierras aluvionales, como se les conoce técnicamente, cubren gran parte del sur
y se encuentran mas o menos ignoradas u olvidadas. Desafortunadamente, porque
en estas tierras aluvionales se encuentra lo que podría ser el hallazgo
zoológico del siglo.”
(Coleman, Mysterious America, p.156)
La controvertida
idea no fue acogida por los círculos oficiales, ya que pondría de cabeza todo
lo establecido sobre primatología en estas tierras, dejando muchos doctorados
totalmente inservibles.
Aventuras con la patrulla fronteriza
Existen pocos
temas capaces de suscitar más controversias que el de la inmigración ilegal a
los Estados Unidos, y todos tienen una opinión sobre el tema, a favor o en
contra. Son pocas las veces que escuchamos las experiencias de los agentes
encargados con vigilar las líneas imaginarias trazadas por la mano del hombre a
lo largo de montañas y desiertos, y en esta oportunidad, le ha tocado el turno
a un agente jubilado de la temida “migra” – Rocky Elmore, que ha plasmado sus
vivencias en un libro titulado Out on Foot (A Pie) publicado en el 2015 por
Duffin Creative.
El libro de
Elmore es interesante porque no pretende ser un libro de lo paranormal, sino un
recuento de la vida, tradiciones y peligros que enfrentan los reclutas – y
eventuales agentes – de la policía fronteriza. Los primeros capítulos
establecen el entorno en el que realizan su trabajo, los ardides de los
traficantes de vidas humanas y las esperanzas de los hombres y mujeres que se
exponen al peligro del desierto para entrar al sur de los Estados Unidos. No es
sino hasta bien entrada la lectura que Elmore trae a colación los misterios con
que ha tenido que lidiar la policía fronteriza (aunque cabe mencionar aquí que
en todos sus años como agente, ni Elmore ni sus colegas tuvieron avistamientos
OVNI de ningún tipo, lo que puede resultar sorprendente, dada la fama del
sureste norteamericano en cuanto a estos temas).
Sin especificar
el año, ni revelar las identidades de agentes que aún siguen activos, Rocky
Elmore narra la ocasión en que los fronterizos recibieron la instrucción por
radio de abandonar un sitio específico en el que trataban de interceptar una
banda de ilegales.
“A la noche siguiente”, escribe Elmore, “el
supervisor de operaciones de campo impartió una advertencia muy severa sobre
las operaciones nocturnas a pie. ‘Deben cuidar sus espaldas y estar muy
conscientes de su entorno’, advirtió al grupo de patrulla, pasando a contarnos
lo que Jeb había visto cerca del rio Otay la noche anterior, mientras que hacía
uso de la cámara térmica. ‘Tal vez no
haya sido más que un gato montés o algo parecido, pero si lo fue, es el más
grande que se haya visto jamás.’
Se habló sobre esto en la estación antes de que
caducara la novedad del asunto. Todos supusimos que era un gato montés, aunque
el supervisor se cuidó de no decir lo que realmente era. Pensé que eso era todo
lo que había sobre el tema, pero ¡no fue así!”
Un año más tarde,
en conversación con otros agentes, surgió el tema de lo que había visto el
agente Jeb, quien había sido transferido a otra jefatura.
“¿Te enteraste de lo que vio Jeb aquella
noche en Otay Lakes con la cámara térmica?”
“Ah, ¿te refieres a al noche en que vio un gato
montés acechando a dos agentes?”
“¡No! Lo del gato montés era un bulo. Una
tapadera. Jeb había despachado a unos agentes para lidiar con un grupo de
inmigrantes que bajaba por la ladera. Los agentes iban a pie y estaban a punto
de sorprenderlos cuando algo subió por el río y comenzó a acechar a los
agentes. Era bípedo, caminaba erecto sobre ambos pies. Cuando la bestia se
colocó detrás de los agentes, fue posible determinar su estatura. Era
imponente, dejaba cortos a ambos agentes. Jeb dijo que era mucho más grande que
un oso, y que la huella térmica era enorme. Jeb dijo que jamás había visto nada
parecido.”
(Out on Foot, p. 140)
Elmore
cuenta otra historia en la que un grupo despavorido de cinco ilegales – en vez
de huir de “la migra” – corrió a toda prisa hacia los agentes norteamericanos,
implorando su protección, ya que una enorme bestia venía hacia ellos, habiendo
salido repentinamente de los matorrales. Pero sobraban las descripciones,
porque uno de los ilegales levantó el dedo para indicarle a los agentes que ahí
estaba, abriéndose paso entre la vegetación semidesértica con un movimiento
parecido a las brazadas de un nadador. Sobra decir que tanto los fronterizos
como los ilegales saliendo corriendo.
“Una noche, mientras que trabajaba en Mine
Canyon, un agente bisoño que me acompañaba me contó sobre un grupo de ilegales
que había apresado a comienzos de ese mismo mes en Mine Canyon. Me dijo: “Los
ilegales me pidieron un favor. Me dijeron que al fondo del cañón había un
monstruo, y que si no era mucha molestia, que bajara yo a matarlo”.
Otro grupo de ilegales en la cara oeste de
la montaña también afirmó haber sido víctima de la persecución por una bestia
en Windmill Canyon. “Pude sentir el calor de su aliento,” exclamó uno de ellos,
aterrado. “¡Podía sentir su resuello a mis espaldas!”
(Out on Foot, p. 141)
La zona
en que se desarrolla la narrativa de Rocky Elmore es la frontera entre el
estado mexicano de Baja California Norte y la estadounidense California,
concretamente Otay Mountain, justo al este de la populosa ciudad de San Diego. El
drama de la inmigración a través del desierto se desarrolla a kilómetros de
esta importante concentración urbana…y seres peludos viven en sus alrededores,
a sabiendas de la población.