Monday, December 21, 2015

¡Felices Fiestas!

Wednesday, December 09, 2015

Paquimé, la olvidada




Paquimé, la olvidada
Por Scott Corrales © 2015

La topografía del noroeste de México es marcadamente distinta a la del resto del país. La Sierra Madre Oriental representa una barrera formidable a las incursiones de los seres humanos, y aun representa un desafío a los mejores esfuerzos del hombre moderno. Hasta la fecha, tan solo una carretera y una vía de ferrocarril traspasan esta valla montañosa, cuyas cimas alcanzan alturas de nueve mil pies en algunos sitios y se desploman a profundidades mayores que la del Gran Cañón del Colorado en otras. Para los antiguos habitantes de estas tierras, sin embargo, esta escarpada geografía no representaba óbice alguno. De hecho, florecieron en el sitio conocido como Paquimé, una de las estructuras antiguas más sorprendentes en el continente.

No hay ruinas que se le comparen en México, ni en toda Mesoamérica. Las estructuras angulares de Monte Albán y Uxmal vienen siendo estructuras suavemente redondeadas, y la gran Teotihuacán no más que un cerro escalonado. La impresión original que recibe el espectador al ver Paquimé es la de haber visto estas ruinas antes, pero en un sitio y contexto completamente distinto. El cerebro conjurará recuerdos de la leyenda del rey Minos de Creta y el laberinto construido por el sabio Dédalo para ocultar al temido Minotauro – una leyenda cuya cuna se encuentra a miles de kilómetros de las arenas mexicanas. En cierto modo, Paquimé hasta tiene un lejano eco de Mohenjo-Daro y Harappa, las ciudades muertas de la cuenca del Indo.

Desde comienzos de la década de 1890, cuando los arqueólogos comenzaron a trabajar en serio en el norte de Chihuahua, los veredictos sobre el sitio arqueológico de Paquimé han variado de un investigador a otro y de generación en generación. El arqueólogo Charles Dipeso, realizador de labores exhaustivas en Paquimé, apoya el concepto de esta comunidad laberíntica como un puesto comercial entre culturas totalmente distintas: la refinada Mesoamérica y las tribus menos sofisticadas del norte. El conferencista Curt Schaafsma ha manifestado su opinión de que lejos de ser un mero puesto comercial, Paquimé y la “cultura de Casas Grandes” representaron un microcosmos autónomo que servía de nexo entre los Indios Pueblos y el sur de México. La mayoría de los investigadores, no obstante, concuerdan que la zona ya estaba ocupada para el 7000 a.c., pero tan solo por cazadores y recolectores conocidos como “los pueblos del desierto”.

Satisfechos con esta evidencia prima facie, los estudiosos cómodamente ubican a Paquimé dentro del contexto de la ocupación humana muy reciente. El cenit de esta cultura, según este concepto, habría sido entre el 1250 y el 1350 d.c., y sus muros y pasadizos laberínticos nunca dieron cabida a más de cuatro mil personas.

Paquimé contaba originalmente con “edificios de pisos” al estilo de la cultura anazasi, con una altura de tres a cinco pisos, fabricados de lodo endurecido en vez de adobe, y con escaleras de madera que permitían el acceso a los pisos superiores. La ciudad contaba con canales recubiertos de losas que transportaban agua a los edificios desde un manantial situado a casi dos kilómetros de distancia. Los estudios arqueológicos minuciosos han comprobado que los vecinos de la ciudad se dedicaban mayormente a pulir turquesas y otras piedras extraídas de minas cercanas, o provenientes de las cercanas Arizona y Nuevo México. Paquimé parece haberse convertido en un importante punto de traslado de turquesas del norte, destinadas al sur, recibiendo a cambio plumas de aves exóticas y concas de caracol destinadas a los jefes de las comunidades de los indios pueblos. El nivel de sofisticación ha sorprendido a los investigadores contemporáneos, sobre todo al descubrir la existencia de antiguos sistemas de calefacción utilizados para proveer calor a los lugares en que se guardaban las jaulas de aves exóticas. La urbe laberíntica estaba rodeada de aldeas más pequeñas con cientos de habitantes en cada una. Las excavaciones indican la existencia de un perímetro defensivo de torres de vigilancia, tal vez destinadas a defender el emplazamiento contra invasiones.

Pero poco le valieron sus defensas contra los invasores del norte. Una de las tribus más feroces de depredadores y asoladores que saliera del suroeste americano condujo “razzias” tan al sur como el valle del Anáhuac durante el siglo XIII. Según las antiguas crónicas, los depredadores vestían ropas de cuero e iban armados con arcos y flechas. Estos intrusos sin nombre estaban al mando de Xólotl, el “Alarico mexicano”, quien finalmente asentó a sus seguidores en las cercanías de Tenayuca.

Resulta posible que esta marejada bárbara haya sido responsable de la destrucción de Paquimé en algún momento durante los siglos XIII-XIV, dejando la urbe abandonada antes de que el primer galeón español zarpara hacia las Américas.

Sin embargo, un osado grupo de revisionistas comienzan a opinar que hay mucho más que contar, y que las cronologías recién actualizadas son incorrectas. ¿Pudo haber sido Paquimé el lugar mítico conocido como Aztlán?

La tradición náhuatl afirma que las tribus mexicanas salieron de un lugar mítico en el norte denominado “Aztlán”. Los arqueólogos lo sitúan tal al norte como Colorado y Utah, asociándolo con la cultura anazasi, particularmente con el asentamiento de Mesa Verde, Colorado.

Los cronistas coloniales tenían distintas opiniones sobre la ubicación de este sitio legendario. Fray Diego Durán, escribiendo en el siglo XVI, sugirió que las tribus “nahuatlacas” (parlantes en náhuatl) de la que formaban parte los aztecas provenían de “una serie de cuevas en Teoculuacán, conocida también como Aztlán, una tierra que se nos ha dicho yace al norte en tierra firme, junto con la Florida”. Los declarantes nativos del sacerdote español seguramente le advirtieron sobre lo que sostenían sus propias tradiciones: que las siete tribus salieron de “las siete cuevas” para buscar las tierras al sur.

El buen fraile estaría sorprendido al saber que los aztecas sintieron suficiente curiosidad sobre sus propios orígenes bajo el reinado de Moctezuma Ihuilcamina (‘flechador del cielo’) que dicho monarca mandó a sus cortesanos a emprender lo que hoy llamaríamos una “misión de observación” sobre el origen de su raza. Le tocó a Cuauhcoatl, el historiador de palacio, informarle al príncipe azteca que Aztlán significaba “blancura” y que se trataba de una tierra colmada de aves acuáticas de todas las descripciones, peces y vegetación ribereña.

No obstante, la Crónica Mexicana redactada en náhuatl por don Fernando Tezozomoc indica que “la Aztlán de los antiguos mexicanos se encuentra en el sitio hoy conocido como Nuevo México…había bosques, cuestas, desfiladeros, sembradíos de dulces plantas de maguey (agave)…cuando partieron hacia donde nos encontramos, lo hicieron a pie, cazando y comiendo ciervos, liebres, bestias, víboras y aves. Viajaban con sus zurrones de cuero, comiendo cualquier cosa que cruzara su camino…”

Resulta obvio que los cronistas no están de acuerdo en cuanto a las características físicas de los sitios que nos ofrecen.

Para fines del siglo XIX, el libro México a Través de los Siglos de Alfredo Chavero presentaba la idea que las tribus nahuatlacas eran una de las razas más antiguas del planeta, que Aztlán era su reino original, y que tenían a Paquimé por capital. Este imperio náhuatl, a falta de nombre, se dislocó cuando parte de sus pobladores se dirigió al sur, hacia el altiplano mexicano.



Rumores sobre la existencia de esta rara ciudad geométrica llegó a los oídos de los conquistadores. Con la cultura azteca sojuzgada, se desplazaron al norte para realizar más conquistas, pero su progreso frenó con la fundación de Culiacán (Sinaloa) en 1531 debido a la naturaleza fiera de los habitantes de esas regiones desérticas. Aun así, las extrañas y maravillosas narraciones de Alvar Núñez Cabeza de Vaca serían el catalizador que impulsaría a las tropas españolas hacia el norte nuevamente.

Cabeza de Vaca había sobrevivido el naufragio de una expedición destinada a conquistar la Florida. El desventurado soldado y tres compañeros se salvaron del desastre y trabaron amistad con las tribus nativas que encontraron en el camino. Vestidos con las pieles que les regalaran los nativos, los náufragos pasaron ocho años vagando por la amplia faja de territorio entre el rio Misisipí y el golfo de California. Eventualmente llegaron al norte de México (Nueva Galicia), dominada por el temible Nuño de Guzmán, quien se burló de ellos y los envió a la Ciudad de México en grilletes.
Pero la supuesta riqueza de los reinos de Cíbola y Quiviria, incrementada por las narraciones sugerentes de Cabeza de Vaca, hicieron que el recién nombrado virrey Antonio de Mendoza enviase una expedición en 1540 con el fin de subyugar a los “cibolos” y adueñarse de sus tesoros. La desilusión sufrida por los supuestos conquistadores es legendaria. Las siete ciudades de Cíbola ingresaron a las filas de otros reinos como el del Preste Juan y El Dorado, fruto de la mente humana.



No obstante, la fallida expedición dio lugar a una visita posterior en 1565 por Francisco de Ibarra, quien legaría al futuro una de las mejores descripciones de Paquimé, una ciudad que parecía “haber sido fundada por los romanos…llena de casas señoriales de gran altura y fuerza, con seis o siete plantas y torres, amuralladas como fortalezas.” Ibarra no escatimaba en sus descripciones: “La ciudad tiene patios amplios y hermosos, cubiertos con grandes losas parecidas al jaspe…y muros pintados de distintos colores.”

La ciudad, según las tribus locales, había estado abandonada desde que sus pueblos tuvieron conocimiento de la zona. Le informaron al cronista que ellos no estaban relacionados de ninguna manera con los personajes extraños que habían vivido dentro de esta simetría tan exacta.

Durante el auge en el interés por la criptoarqueología durante los ’60 y ’70, ciertos autores presentaron hipótesis inquietantes sobre el origen de los misteriosos toltecas, olmecas y hasta los mayas. Algunas de estas teorías llegaron a asignarle un origen extraplanetario a estas culturas poco conocidas.

Según Manuel Amabilis, autor de Los Atlantes en Yucatán, los toltecas eran sobrevivientes del hundimiento de la Atlántida que se habían establecido en México. Desde Tula, su capital, estos postaltantes se esparcieron por la tierra, regando su influencia tan lejos como la actual Chihuahua. Paquimé, cuya extraña arquitectura presenta ciertos rasgos toltecas, pudo haber sido un puesto de avanzada, haciendo de ella una ciudad mucho más antigua que ninguna otra en América del Norte. Los investigadores ortodoxos, aferrados a sus cronologías, insisten que la “cultura de Casas Grandes” floreció durante el interregno de las culturas tolteca y azteca.

Siguiendo semejante trayectoria, existen tan solo unos cuantos grados de separación entre la creencia en la Altántida y la creencia en los ovnis. Mientras que la arqueología se opone a semejantes postulados, los desiertos del norte de México están llenos de indicios de vida que no es humana.

Chihuaha y Sonora son el hogar ancestral de los enigmáticos tarahumaras, cuyas creencias fueron recogidas por Carl Lumholtz, el investigador del siglo XIX, quien enfrentó el paisaje casi lunar del desierto de Altar y las profundidades de Barranca del Cobre para convivir con esta cultura.

Los tarahumaras expresaron el concepto de que los humanos no siempre habían sido los principales habitantes de la región. Los cocoyomes – como los denominaba la tradición tarahumara – eran seres de baja estatura y cabeza grande que no consumían maíz, el alimento principal de las Américas, y solo se nutrían del agave. Esos seres ocupaban las cavernas en lo alto de los desfiladeros y bajaban a los ríos a beber durante la tarde, puesto que no soportaban la luz solar. La tradición nativa afirma que los cocoyomes con sus grandes cabezas “se volvieron insoportables” y que el sol bajo a la tierra para eliminarlos. Los pocos sobrevivientes huyeron a las profundidades de las cuevas. (Lumholtz, Carl. El México Desconocido, Traduc. al castellano por Balbino Dávalos, Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1904).



¿Serían estos seres no humanos los arquitectos originales de Paquimé, y los responsables de su extraña configuración?

Francisco Ochoa, periodista e investigador ovni, considera que la leyenda de la destrucción solar puede referirse a un OVNI que por razones desconocidas se llevó o destruyó a los cocoyomes. Hasta nuestros días, cuando se ven luces inexplicadas sobre la zona, los nativos las asocian automáticamente con estos seres enigmáticos.

Podemos aportar un dato muy interesante a estas alturas: en 1936, el poeta y dramaturgo surrealista Antonin Artaud visitó el norte de México consumido por el deseo de conocer a los tarahumaras, y en sus propias palabras "buscar las raíces de una tradición mágica que aún puede encontrarse en su suelo nativo". (Voyage Au Pays des Tarahumaras, Parisot, 1944)Al igual que Lumholtz, la búsqueda de Artaud le llevó a Barranca del Cobre, a caballo y con un guía nativo. Eventualmente alcanzó el corazón de las tierras tarahumaras justo a tiempo para ver presenciar una ceremonia nativa que le dejó atónito: el degollamiento ritual de un toro, idéntico a la ceremonia que describe Platón en su dialogo Critias. Los gobernantes de la Atlántida, según Platón, se reunían al ocaso frente a un toro recién degollado mientras que sus sirvientes recogían la sangre derramada en copas, entonando cantos funerarios hasta el día siguiente. Posteriormente, cubrían sus cabezas con cenizas y los cánticos cambiaban de tono a la par que el círculo en torno al animal muerto se hacía más estrecho. Artaud escribiría posteriormente: "Los tarahumaras, a quienes considero descendientes directos de los atlantes, aún cultivan este ritual mágico." El poeta pasa a describir el rictus de dolor indescriptible en la boca del animal, la manera en que los nativos recogen su sangre en jarras, y los bailarines que ostentan coronas espejadas, con delantales triangulares parecidos a los que se utilizan en la francmasonería. "Cantaron entonces un cántico lúgubre, un llamado secreto de una fuerza oscura e inimaginable, una presencia desconocida del más allá..." Por el resto de sus días, Artaud se vería quejado por imágenes de pesadilla como consecuencia de su estadía entre los tarahumaras, especialmente por su consumo del alucinógeno sagrado, el peyote.

Sunday, December 06, 2015

Los Mensajes Cifrados del Ocultismo



Para tus ojos solamente: Los mensajes cifrados del ocultismo
por Scott Corrales

En una entrevista aparecida en la revista inglesa Fortean Times, el veterano investigador de lo paranormal, John A. Keel, hizo constar su creencia de que numerosos "eventos sobrenaturales" eran, en efecto, actos de magia negra montados para el beneficio de un grupo de espectadores en especial. Esta creencia puede trasplantarse sin mucho esfuerzo al nada irreal mundo de los mensajes y diseños cifrados--a primera vista carentes de sentido--que llenan las páginas de ciertos libros, como las del famoso manuscrito Voynich, o que son entregadas a atónitos contactados por supuestos alienígenas de largas y rubias melenas.

Durante el otoño de 1.985, el rotativo The City Paper de Washington,D.C (EUA) presentó en su sección de clasificados un pequeño anuncio que rezaba lo siguiente:
"O.T.O, A.A.: where are you, brothers and sisters?" (O.T.O, A.A.: ¿en dónde están, hermanos y hermanas?) Los lectores de esta sección del periódico citadino gratuito manifiestan que el grueso de los mensajes que aparecen en los clasificados se tratan de comunicaciones entre elementos de la comunidad gay de la capital norteamericana o entre narcotraficantes. Sin embargo, el anuncio en cuestión llamaría la atención de cualquier individuo capaz de reconocer las siglas del Ordo Templo Orientalis y del Argentinium Astrum -- las logias ocultas de comienzos del siglo XX, presidas en su momento por nadie menos que el mismo Aliester Crowley. No sería nada difícil concebir un "renacimiento" de estas logias en las últimas décadas del mismo siglo.

El tema de los mensajes ocultos en las páginas de clasificados de los periódicos y revistas de nuestras ciudades también ocupó la atención del desaparecido Jacques Bergier, el prolijo escritor y científico francés quien se aventuró a comentar al respecto: "A menudo me he preguntado si algunos de los extraños clasificados que aparecen de vez en cuando en los periódicos son, de hecho, mensajes entre seres superdotados." Bergier, co-autor de El Amanecer de los Brujos (con Louis Pawels), dedicó sus fuerzas al estudio de la problemática de la criptología como una rama
de las investigaciones paranormales.

Si la existencia de los engimáticos mensajes cifrados estuviese circunscrita a los periódicos, sería posible descartarlos como las travesuras de un grupo específico, ya sean narcotraficantes o los que buscan relacionarse amorosamente. Pero el enigma que representan los mensajes ocultos transciende el papel: nos enfrentamos a los grabados de piedra de los monasterios europeos, a las cuidadosamente talladas planchas de metal supuestamente halladas por los fundadores de ciertas religiones (como sucedió con Joseph Smith, fundador de la fe mormona) y a los mensajes de tipo cuneiforme proporcionados a los contactados de nuestra era OVNI por los habitantes de otros mundos o dimensiones.

Pero, ¿cuáles serían estas sociedades secretas o grupos de "seres superdotados" que harían uso de los mensajes cifrados para comunicarse? Podemos dar comienzo a esta investigación analizando algunas pistas altamente intrigantes que nos conducen a un panorama infinitamente más amplio.

La mas importante de estas pistas envuelve la búsqueda milenaria de los alquimistas en pos del "elixir de la vida" y la "piedra filosofal". En los círculos iniciáticos, siempre se sostuvo que estos secretos habían sido descubiertos hace siglos, y que el misterio era conservado por los Rosacruces y otra organización aún más cuidadosamente ocultada, conocida como el "Priorato de Sión", que alegademente existe en nuestros días y que ha contado, a través de su historia, con una ilustre serie de "maestres", incluyendo alguno de los principales científicos de la era moderna (no obstante, parecería ser que ni Newton ni Einstein llegaron a figurar en el Priorato de Sión).

¿Podemos afirmar que existe una organización de sabios con conocimientos más adelantados que los de la ciencia contemporánea? Muchos piensan que sí. En 1.756, Roger Boscovitch publicó un tratado sobre los viajes en el tiempo, la antigravedad y la ubicuidad -- cosas que aún se escapan del dominio de nuestros científicos. James Price alegadamente logró transmutar mercurio a oro en menos de quince minutos. Hasta el celebérrimo "Conde de St. Germain" supuestamente hizo saber a un conocido suyo que tenía que irse, para poder dar a conocer más invenciones que serían útiles a la humanidad en el futuro: el motor de vapor y la electricidad. Tales individos serían los integrantes de la "sociedad secreta" de inventores y experimentadores que al igual que los alquimistas, habrían dejado como legado ciertos símbolos y caracteres que sólo podrían ser entendidos por un correligionario o equivalente intelectual. Se ha sugerido que estos diseños siguen siendo utilizados en nuestros días y que resultan comprensibles, naturalmente, sólo para el lector o espectador apropiado. Se ha llegado a rumorar que el dibujo de las "Puertas de Moria" realizado por el autor inglés J.R.R. Tolkien en el primer tomo de su monumental El Señor de los Anillos representa un diseño de este tipo.

Lionel y Patricia Fanthorpe se han internado de lleno en este tema, produciendo un libro titulado Los Secretos de Rennes-le Chateau, que examina esta aldea francesa y la relaciona con las intrigas de grupos esotéricos desde la era Merovingia hasta el siglo XIX. Los Fanthorpe opinan que el trazado físico de Rennes-le-Chateau y las aldeas vecinas representan un enorme diseño esotérico que apunta hacia un punto específico que contiene algo de gran importancia que aún no ha sido descubierto -- o que nos advierte a apartarnos de dicho lugar. Ciertos diseños también representan una importante fuente de "mensajería oculta". La tradición de los diseños codificados se remonta al medievo, cuando la tradición del escolasticismo practicaba la mnemónica, cuyos aprendices debían atravesar una serie de cámaras altamente decoradas para asociar ciertos textos con artículos del decorado--un proceso parecido al proceso automático que sucede cuando el cursor de nuestros ordenadores toca un ícono en la pantalla, haciendo que la memoria electrónica del aparato presente un directorio de archivos. El contenido del archivo no está implícito en el ícono, pero el ícono es el gatillo que obliga al ordenador a producir la información.

El manuscrito Voynich, que mencionamos al principio de este trabajo, representa el máximo ejemplo de estos documentos cifrados que sólo pueden ser entendidos por la persona o persona correcta, a despecho de los criptólogos que han pasado años tratando de desenredar sus secretos. El legajo supuestamente perteneció a Roger Bacon, el conocido fraile medieval, y paso por las manos de numerosos ocultistas del Renacimiento, incluyendo las del Dr. John Dee. El Vaticano eventualmente lo adquirió, y algunas de las mejores mentes de nuestros tiempos intentaron descifrarlo. Hace ochenta años, un anticuario neoyorquino, Wilfrid Voynich, compró el manuscrito y circuló copias del mismo entre los expertos. Algunos de ellos indicaron que las ilustraciones del manuscrito detallaban la flora de otro mundo, y el aspecto de ciertas constelaciones estelares hace miles --si no millones-- de años. Después de la Segunda Guerra Mundial, un estudioso dijo haber descifrado parte del manuscrito, obteniendo las instrucciones para un anticonceptivo. En la actualidad, los ocultistas prefieren olvidar la existencia del Voynich: Eugenia Macer-Story, la célebre ocultista neoyorquina, ha señalado que lo correcto sería "dejar en paz" los grimorios de esta clase. "Es posible que los creadores de este documento hayan utilizado una especie de gematría cabalistica," apunta Macer-Story, "y que por ende, descifrar el texto original puede conllevar la liberación de una fuerza negativa que más vale dejar enterrada junto a las rivalidades de los ocultistas renacentistas". (Legacy of Daedalus, p.76). Visto desde esta perspectiva, no resulta nada difícil concebir el Voynich como la posible fuente de inspiración del imaginario pero temible Necronomicón de las obras de H.P. Lovecraft.

Llegados a este punto, es natural que el lector se sienta timado, puesto que no estamos más cerca a desenredar el misterio de los mensajes crípticos que al comenzar la lectura. Sin embargo, seguimos inundados por este tipo de mensaje, sobretodo en la era de la televisión, en la que dichas comunicaciones pueden ser transmitidas por medios subliminales a los receptores-objetivo, o a través de comerciales extraños o inusuales. Cabe recordar los dos extraños mensajes televisivos que señala Jim Keith en su antología Popular Alienation: en 1974, la telecadena NBC en Los Angeles, California, supuestamente transmitió, durante el transcurso de un programa infantil, un mensaje conocido desde entonces como la "clave KING FELIX" (rey Felix). Primero aparecieron en las pantallas de miles de televisores las palabras FOOD KING (rey de las comidas--el nombre de una cadena de supermercados) seguidas por un tropel de imágenes comerciales en avance rápido. La próxima imagen fija fue una caricatura del "gato Felix" con las palabras FELIX THE CAT. El mensaje fue sometido aun minucioso estudio por el servicio criptográfico del ejército norteamericano sin que se descubriese su significado. Keith cita al desaparecido autor Phillip K. Dick como la fuente de esta información, añadiendo que según Dick, la "clave del rey Felix" no había sido transmitida para el beneficio de los seres humanos, sino para "los descendientes de Ikhnaton, la raza de tres ojos que secretamente convive con nosotros." El segundo mensaje oculto se transmitió en 1.992--nuevamente durante un segmento de programación infantil--por la cadena CBS. Esta vez se proyectó la imagen masónica del "ojo dentro del triángulo" durante la campaña presidencial de ese año.