PLANETAS DESCONOCIDOS:
DONDE LA CIFI SE HACE REALIDAD
por
Scott Corrales
(c) 2006
Entre todas las maravillas electrónicas que nos ha proporcionado la era de la informática figura una que concede al usuario típico la mayor de las dotes de cualquier deidad que se precie de serlo: la creación de mundos. Este aplicativo inglés, llamado Terragen, facilita la creación de relieves exóticos en cuestión de segundos: enormes macizos y profundas simas aparecen retratados contra cielos de colores variados según el capricho del creador – ya violetas, ya rojos, ya verdes – y grandes olas pixeladas se baten contra acantilados que jamás sufrirán las consecuencias de la erosión del mundo no virtual. Entre las pequeñas satisfacciones de Terragen existe la posiblidad de bautizar montañas, bahías e islas con los nombres de seres queridos, mascotas o los héroes que figuren en la mitología personal del creador.
Desde hace más de un siglo, hombres y mujeres han mirado a los cielos para preguntarse si en la inmensidad de la noche podrán haber más mundos como el nuestro, o totalmente distintos a este, plasmando sus pensamientos en novelas de lo que primeramente se llamó fantasía y luego pasó a denominarse “ficción científica” luego de que Hugo Gernsback acuñara dicho término en 1926. Las aventuras de John Carter en un Marte dominado por razas de marcianos verdes y rojos, o las aventuras de otros en un Venus totalmente cubierto de selvas infestadas de terribles lagartos, sirvieron de inspiración a los creadores de las modernas series de uno de los géneros literarios de mayor aceptación (y rentabilidad, dicho sea de paso) de la época moderna.
Sin embargo, por más que los escritores conjuraran mundos exóticos y tentadores, una condición siempre acababa devolviéndolos a la realidad: el hecho de que el ser humano jamás podría llegar a estos planetas – en la misma forma que los mundos creados por Terragen jamás serán pisados por seres de carne y hueso – ni sentir la brisa alienígena ni los sutiles perfumes emitidos por la extraña flora de estos mundos imaginarios. Pero el empeño humano es innegable, y Luciano de Samosata hizo que sus protagonistas llegaran a la Luna con la ayuda de pájaros gigantes, mientras que el protagonista de la novela Somnium de Johannes Kepler llegó a Marte soñando. Productos de la revolución industrial, los viajeros interplanetarios del siglo XIX pensaron en sondear el abismo interplantario mediante globos o enormes cañones capaces de disparar cápsulas con pasajeros a su destino; en nuestros días, las películas de ciencia-ficción pusieron el concepto científico del hiperespacio en boca de todos, y los vuelos a velocidades supralumínicas se convirtieron en el pan nuestro de cada día, a pesar del E=mc2 y las pataletas de los científicos.
Es muy posible que para muchos la ciencia ficción reúna todas las aspiraciones del ser humano en lo referente a trascender las limitaciones que nos imponen nuestros cuerpos y el hecho de ser hijos e hijas de Gaia, diseñados para vivir bajo las leyes de su gravedad, composición química y la anchura de banda de luz que recibe del sol, pero el ansia por conocer otros mundos ha trascendido dicho campo para formar parte integral de la ufología, que brinda la posibilidad, por lejana que sea, de que otros seres hayan podido romper los lazos impuestos por sus propias esferas planetarias y la física para llegar a nuestro mundo.
Viajando sin maletas
Edgar Rice Burroughs habrá hecho que sus personajes llegaran a Marte gracias a la acción de remolinos o abismos en el tiempo-espacio, pero los primeros humanos en llegar a otros mundos, al menos en la casuística platillista de la década de los ’50 y ’60 del siglo XX, lo hicieron sin siquiera llevar consigo un cepillo de dientes, mucho menos una cámara fotográfica, magnetofón o cuaderno de campo. La controvertida figura de George Adamski llegó a la Luna gracias a sus amigos venusinos, ofreciendo descripciones fantasiosas de la “cara oscura” de nuestro satélite natural y regresando con el obsequio de unas patatas lunares que parecían piedra volcánica. Más rocambolescas aún lo fueron sus visitas a Marte, Júpiter y Saturno – estos últimos siendo gigantes gaseosos sin superficie sólida.
Para 1955, Orfeo Angelucci seguía los pasos de Adamski para figurar entre los primeros “astronautas” humanos sin escafandra que visitaron otros mundos a bordo de platillos voladores. Acompañado de sus amigos aliens Lyra y Orión, Angelucci hasta llegó a toparse con Jesucristo, que resultó ser un viajero espacial más. Justo un año antes, el doctor Daniel Fry se había topado con otra nave espacial en las afueras de la base de proyectiles White Sands en Nuevo México, y su piloto, A-Lan – hablando un inglés digno de una novela de Dashiell Hammett – le invitó a dar una vuelta por el sistema solar, pidiendo a cambio que Fry escribiese un libro suplicando que los humanos que recapacitaran sobre el uso destructivo de la energía nuclear.
El espacio sideral comenzaba a llenarse de viajeros sin maletas ni pasaportes: Truman Bethurum había llegado al planeta Clarion gracias a la despampanante capitana Aura Rhanes y su tripulación, plasmando sus experiencias en el libro Aboard a Flying Saucer (1954).
En 1956, Buck Nelson sería el testigo de tres enormes objetos con forma de disco cuyos rayos le curaron de una neuritis que ningún médico había podido sanar. Posteriormente aterrizaría otro platillo cuyos tripulantes estaban acompañados por un perro gigante, “Big Bo”, cuyo cuidado fue confiado a Nelson. El enorme can, con un peso de casi cuatrocientas libras, formó parte de las aventuras de este contactado cuando sus amigos extraterrestres los llevaron a la Luna, donde los niños selenitas jugaban con perros de razas desconocidas en la tierra. En Venus, Nelson descubrió una sociedad altamente organizada que practicaba la segregación racial, condición que el montañés tomó por muy buena. Sus aventuras fueron plasmadas en el opúsculo My Trip to Mars, the Moon and Venus.
Para 1959, Howard Menger informaba al mundo de su vida de encuentros con esbeltas tripulantes de platillos voladores en From Outer Space to You y sus nupcias con “Marla”, de supuesto origen saturniano.
La década que comenzaba tampoco presenciaría una merma significativa en dichas crónicas, ya que en 1966 Woodrow Derenberger iniciaría sus contactos con el enigmatico “Indrid Cold”, supuesto vecino del planeta Lánulos, y comenzaría su propia serie de visitas a este mundo “en la galaxia de Ganímedes” donde el promedio de vida excedía los 175 años, no había guerras, ni hambres ni enfermedades, y el clima era lo suficientemente agradable como para permitir el nudismo generalizado. A diferencia de otros mundos visitados por estos protoastronautas, Lánulos era un mundo mayormente rural y sin las altas torres y domos que parecían ser de uso corriente en otras urbes intergalácticas. Dos años más tarde Tom Monteleone sería invitado a Lanulos después de toparse con un ovni aterrizado en la Carrera 70 del estado de Maryland (USA). Su anfitrión, llamado “Vadig”, le enseñó un mundo que no era tan distinto del nuestro, solo que los letreros parecían estar escritos en un alfabeto parecido al chino y la desnudez del pueblo era total. Monteleone posteriormente renegaría de estas experiencias, pero no antes de haber convertido a Lánulos en un punto de conversación casi obligada para cualquier contactado.
Llevados a la fuerza
Con las casi cuatro o más décadas que nos separan de estos casos, podemos relegarlos todos a la ufolatría y al platillismo que imperaron en aquellos primeros años de la ufología cuando la religión, la metafísica y -- ¿por qué no? – la fantasía se mezclaban para formar un gran todo. En los Estados Unidos, un público temeroso de una futura y a todas luces inevitable guerra nuclear con la antigua URSS deseaba, más que nada, la serenidad de espíritu que les proporcionaba saber que los buenos hermanos del espacio jamás permitirían que nuestro mundo acabase convertido en un gran cenicero termonuclear.
Pero las crónicas ovnis nos presentan otros casos que no tienen nada que ver con el contactismo: situaciones aparentemente reales, al grado que ha sido posible investigarlas, en las que seres humanos han visto mundos distintos al nuestro.
El más notable y controvertido de estos casos es el de Albert K. Bender, uno de los primeros investigadores ovni de los Estados Unidos y presidente de la organización IFSB (International Flying Saucer Bureau) con centenares de afiliados en USA, el Reino Unido, Canadá y Australia, precediendo a organizaciones como NICAP y APRO por más de una década. Tras la inesperada visita de tres temibles “hombres de negro” que amenazaron su vida, Bender decidió clausurar su organización de la noche a la mañana y apartarse del fenómeno ovni en 1953 Algun día, informó el temeroso investigador, daría a conocer las causas por las que se había producido el cierre.
Los antiguos suscriptores del IFSB se vieron obligados a esperar hasta 1968 para conocer estas razones con la aparición del libro Flying Saucers and The Three Men (Los platívolos y los tres hombres). Aunque la crítica debatió durante años la realidad de los hechos plasmados por Bender en este texto, sus afirmaciones de haber sido llevado al terrible planeta Kazik, el hogar de los supuestos hombres de negro, son escalofriantes. El mismo Bender jamás volvió a hablar públicamente de los ovnis e intentos realizados por concertar citas con él para abordar el tema de Kazik y sus encuentros con estos seres no tuvieron resultado.
El 19 de junio de 1978, una familia inglesa que viajaba por Oxfordshire en automóvil fue secuestrada por los tripulantes de un objeto volador no identificado que les llevó a una gran nave nodriza que orbitaba nuestro planeta. Los tres adultos y dos niños que viajaban en el vehículo no fueron llevados a otro mundo – a diferencia de los contactados, se les obligó a ver secuencias interminables de la vida en el planeta Janos, que había sido destruido por una especie de bombardeo orbital a consecuencia de la destrucción del único satélite de aquel mundo. Una interminable lluvia de piedras de todos tamaños acabó con la civilizació janosiana, pero sus naves nodrizas habían podido salvar a diez millones de vidas que ahora buscaban un nuevo hogar en el espacio – nuestra Tierra. Durante las sesiones hipnóticas que tomaron lugar en marzo de 1979, el psiquiatra Geoff M’Cartney pudo extraer los recuerdos de esta extraña odisea. El mundo alienígena era muy parecido a los entornos que estamos acostumbrados a ver en las epopeyas de ciencia ficción, con mujeres y hombres vestidos en indumentaria casi idéntica, casas modulares, coches que se desplazan sobre la superficie del terreno sin tocarlo, un vegetarianismo muy difundido. El caso de “la gente de Janos”, como se conoció en el Reino Unido, no tuvo trascendencia fuera de dicho país, pero la posibilidad de que se todo se tratara de un experimento militar nunca fue desechada del todo.
El desconcertante caso SERPO
Ciencia ficción, contactados y supuestos abducidos. Ya hemos visto en estas pocas líneas el deseo de llegar a otros mundos y las descripciones que se nos han dado de ellos, pero lo siguiente resulta un tanto estremecedor ya que se trata o de una farsa burda, un experimento de psicología militar (psyops, en inglés) o la verdad, por difícil que sea creerla.
Es casi seguro que el lector recuerde – entre las escenas que constituyen el grandioso final de la película Encuentros en tercera fase del director Steven Spielberg – el momento en que doce astronautas estadounidenses se arrodillan ante un sacerdote que les bendice antes de que comiencen su gran aventura, que consiste en abordar la gran nave nodriza y visitar mundos extraños y totalmente desconocidos para la humanidad.
El año pasado comenzó a circularse por Internet un dossier titulado SERPO, Informe-80HQD893-020, clasificación TS, Contraseña puesto en mis manos por la investigadora Lindy Tucker. Estos folios supuestamente representan la divulgación paulatina y controlada de un programa de alto secreto que tomó lugar entre 1965 y 1978 acerca de un intercambio entre el ejército de los Estados Unidos y los habitantes del planeta Serpo, que gira en torno a la estrella Zeta Retículi.
La información, proporcionada por un funcionario gubernamental jubilado con el seudónimo “Request Anonymous” (solicitud anónima), detalla el aterrizaje en 1964 cerca de Alamogordo, Nuevo México, de una misión de rescate extraterrestre. Los diminutos y macrocéfalos tripulantes venían por los restos de sus compañeros accidentados en lo que la comunidad ovni conoce como el “choque ovni de Datil” en ese mismo estado de la unión americana.
“En 1965,” escribe Request Anonymous, “iniciamos un programa de intercambio con los alienígenas. Seleccionamos doce militares cuidadosamente – diez varones y dos hembras – que fueron capacitados, confirmados y retirados expertamente del sistema militar. Los doce eran técnicos en una variedad de especialidades. Los alienígenas aterrizaron en el sector norte del campo de pruebas nucleares de Nevada, dejando atrás a uno de su número y llevándose a los doce astronautas. El plan original consistía en que nuestros doce permanecerían en su mundo por diez años antes de regresar a la Tierra”.
“Pero hubo un error”, prosigue el escrito de Anonymous. “Los doce astronautas permanecieron hasta 1978, cuando fueron devueltos a la misma ubicación en Nevada. Regresaron siete hombres y una mujer. Dos murieron en el planeta de los alienígenas y cuatro decidieron quedarse. De los ocho que regresaron, todos han muerto. El último de los astronautas falleció en el 2002”.
El texto no acaba ahí, indicando que los astronautas regresados no pudieron reintegrarse a la sociedad humana y que permanecieron bajo aislamiento entre 1978 y 1984, esparcidos en varias bases militares. Se debate la posibilidad de que los que decidieron quedarse en el planeta Serpo sigan vivos hasta el sol de hoy.
Abundando detalles, se desprende que de los doce astronautas que fueron los primeros humanos en abandonar nuestro sistema solar, ocho pertenecían a la fuerza aérea, dos al ejército y dos a la marina, representando las especialidades de la medicina, lingüística, pilotaje y seguridad, comandados por un coronel de la fuerza aérea. Su existencia fue totalmente borrada de los expedientes militares (podemos suponer que esto se realizó por medio de “muertes” convenientes en accidentes de transporte) y que les era posible transmitir mensajes a la Tierra mediante un sistema de comunicación establecido de antemano por los extraterrestres.
La docena de exploradores, según explica el dossier SERPO, no tardó en enfrentar problemas. Uno de los médicos falleció a los tres años de su llegada al extraño planeta, mientras que los demás tuvieron grandes dificultades en ajustarse a las condiciones atmosféricas del planeta debido al calor extremado de su superficie, añadido al insuperable problema de la alimentación, ya que la carecían las encimas digestivas necesarias para absorber los alimentos nativos. El texto informa que los humanos habían llevado consigo raciones para dos años y consiguieron hacerla durar ocho meses más.
Estos problemas críticos aparte, el equipo de intercambio pudo investigar el planeta a sus anchas, ya que los alienígenas no impusieron restricciones de ningún tipo. A los seis años de su estadía en este planeta, los humanos decidieron mudarse al norte del planeta, en donde las temperaturas eran menos agobiantes.
El informe también nos revela algo más de las condiciones astronómicas y geológicas del supuesto mundo visitado por los astronautas: se encuentra a 37 años luz de distancia en el sistema solar Zeta Retículi, que consiste de dos estrellas con magnitud aparente de 5 grados. El diámetro de SERPO era menor al de la tierra, pero con la presencia de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, con una orbita de aproximadamente ochocientos sesenta y cinco días. La nave espacial de los “reticulanos” tomó nueve meses en cruzar esta inmensa distancia – meses en que los astronautas pasaron mareos y toda clase de fatigas que perduraron al llegar a SERPO, donde la intensidad y luminosidad de los soles presentaba problemas graves, obligando a los humanos a llevar gafas de sol en todo momento.
Hasta ahora tenemos un relato bastante emocionante que serviría de guión para cualquier proyecto de ciencia ficción en la gran pantalla o teleserie. De hecho, algunos de los detalles como el grupo comandado por “un coronel de la USAF” recuerdan poderosamente a la serie Stargate SG-1 en la que el actor Robert Dean Anderson encarna un personaje parecido.
Pero hay detalles interesantes que nos hacen pensar en la posibilidad de que se trate de un suceso real.
“El único problema de trascendencia era el tiempo. El tiempo era distinto en el planeta de los visitantes”, reza el informe. “No creo que nadie haya superado el problema jamás. Los visitantes carecían de relojes, y no concebían ni medían la hora como lo hacemos nosotros, considerando que nuestros intentos por adivinar la hora eran sumamente extraños. No obstante, los visitante tenían vidas bastante regimentadas, gobernadas no por un reloj, sino por las fases del sol. Cada comunidad disponía de una gran torre a través de la cual se filtraba la luz. Cuando el sol tocaba un punto particular en la torre, significaba que los visitantes tenían que desempeñar una actividad en particular”.
Se desprende del informe que la oscuridad total era algo desconocido en el planeta Serpo, y que los nativos contaban con “períodos de descanso” que no coincidían con la costumbre humana de dormir, tomando en vez un total catorce horas de descanso durante su jornada de actividad de 43 horas seguidas. El concepto de meses o años tampoco tenía cabida en la mentalidad extraterrestre.
La población entera del planeta no alcanzaba los setecientos mil habitantes, diseminados en comunidades a lo largo de la superficie del mundo, que contaba con pocas formaciones orográficas, algunos ríos subterráneos y una ausencia total de mares.
La descripción que nos ofrece el informe sobre la sociedad serpoana en sí no es tan detallada ni pintoresca como la que ofrecieron los contactados de los años ’50 y ’60. De hecho, es muy posible que la vida en nuestro propio globo azul sea más interesante: los serpoanos tenía líderes políticos, pero sin la existencia de un gobierno como tal. Las decisiones tomaban lugar en puntos de reunión en cada comunidad, con una gran ciudad funcionando como el punto central de la civilización planetaria. La ausencia de dinero – y por ende, de mercados o un sistema capitalista – significaba la ausencia de tiendas, centros comerciales o puntos de intercambio (y la inexistencia total del robo). Un gran emplazamiento central (que recuerda poderosamente a los almacenes GUM de la desaparecida URSS) proporcionaba a los serpoanos todos los bienes de consumo. A pesar de esta extraña forma de comunismo, los astronautas percibieron que todos los habitantes se dedicaban a una profesión u otra.
Los exploradores descubrieron, además, que los habitantes del planeta Serpo no tenían concepto de su propia edad, aunque les fue posible hallar cementerios. El calor intenso de hasta 115 grados Fahrenheit obligaba a los habitantes de este mundo a cultivar sus alimentos dentro de grandes edificios, y no había consumo alguno de carne (los pocos animales que pudieron ver eran enormes bestias de carga). Los serpoanos emitían una serie de sonidos que alegadamente fueron traducidos al inglés en cuestión de cinco años. Este extraño y controvertido informe supuestamente tuvo una extensión final de 3000 páginas.
Con esta información en nuestro haber, sólo nos queda poner los hechos en la balanza y considerar su origen. Aparecen muchos de los nombres que ya conocemos de la herrumbrosa ufología conspiranóica de los años ’80 (Richard Doty, AFOSI, LANL, el extraterrestre llamado EBE-2, etc.) cuya mera presencia hacen sonar las alarmas mentales de cualquier lector. Por otro lado, si aceptamos la posibilidad de extraterrestres de carne y hueso viajando por el espacio en naves fabricadas de aleaciones metálicas e impulsadas por sistemas de propulsión más allá de nuestra técnica actual, también hay cabida para considerar un “intercambio cultural” con las características mencionadas en el informe SERPO. Si no estamos ante una versión “Made in the U.S.A.” del caso UMMO, tendremos que considerar la posibilidad de que a treinta y siete años luz de distancia, seres humanos siguen viviendo y compartiendo con los habitantes de una civilización extraterrestre.